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| Opinión

Una crisis y tres preguntas

«El mercado no ha sido derrotado»

Carlos Alberto Montaner, escritor y presidente de la Unión Liberal Cubana, analiza la actual situación económica mundial.

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1. ¿Dónde está exactamente el origen de la crisis económica actual?
2. Fidel Castro y Hugo Chávez no han ocultado su "felicidad" por la crisis económica mundial. Predicen, otra vez, el fin del capitalismo. ¿Qué sucede con este sistema?
3. El "rescate financiero" de Washington supone una de las mayores intervenciones estatales de la historia. ¿Es una derrota del liberalismo o una refundación del sistema capitalista?

El origen de la crisis económica actual se puede explicar de una manera muy breve y directa: las instituciones de crédito les vendieron decenas de millones de propiedades inmuebles a personas insolventes. A medio o largo plazo, esa estupidez tenía que estallar.

Esto pudo ocurrir por la falta de control y supervisión de los instrumentos de financiamiento y refinanciamiento, lo que dio pie a una enorme cadena de operaciones fraudulentas basadas en una premisa falsa (la idea de que las propiedades inmuebles iban a aumentar permanentemente de valor, con lo cual se garantizaba la transacción), y en una circunstancia rayana en el delito (la posibilidad legal de exportar permanentemente el riesgo hipotecario a otras instituciones financieras, dentro o fuera de Estados Unidos).

La culpa está repartida entre 1) los compradores sin recursos que falsificaban o adulteraban sus estados financieros con la complicidad de los vendedores, 2) el estímulo de los corredores de hipoteca y de los bancos, u otras instituciones de crédito, empeñados en hacer negocio violando las reglas esenciales del comercio, y 3) la irresponsabilidad del gobierno, que no reguló debidamente estas transacciones, mientras, contradictoriamente, endurecía las regulaciones de contabilidad y evaluación de los activos (Mark to market), provocando la quiebra técnica de las empresas financieras.

¿Qué pasó? El frenesí de compraventas, desatado por la posibilidad de ganar dinero fácilmente revendiendo el bien adquirido, provocó la construcción (generalmente financiada por los bancos) de cientos de miles de edificios (sólo en Miami hay más de 40.000 condos y casas unifamiliares sin vender), hasta que llegó el punto en que el exceso de oferta hizo que se desplomaran los precios muy por debajo del valor de adquisición.

Por esto, millones de compradores han optado por entregarles a los bancos sus propiedades, bien porque no pueden pagarlas y no tienen a quién revenderlas, o bien porque el valor actual de esas propiedades es esencialmente menor que el precio originalmente pactado.

La crisis afecta a casi todo el mundo por cuatro razones: primero, porque la recesión norteamericana significa una reducción sustancial de las importaciones por parte de un país que genera el 30% del PIB mundial; segundo, porque las empresas financieras norteamericanas vendieron en el extranjero una parte de estos instrumentos de crédito que ahora han perdido su valor; tercero, porque el dólar debe depreciarse como consecuencia de todo esto; cuarto, porque el dinero que necesita el gobierno americano para rescatar y revitalizar el sistema financiero saldrá de una nueva deuda pública, lo que obligará a un mayor gasto en intereses.

Lo que conviene a Cuba y Venezuela

Fidel Castro y Hugo Chávez están felices porque son un par de idiotas cegados por la ideología, que ni siquiera entienden cómo funciona la economía de los propios países a los que ellos desgobiernan.

Lo que a ellos les convendría (como le explicó el premier chino a Lula da Silva cuando le oyó decir una tontería parecida) es que la economía del Primer Mundo crezca rápida y armónicamente, en un clima internacional de seguridad económica, para que el tercer mundo pueda crecer más rápidamente mediante el comercio, las inversiones de capital y las transferencias tecnológicas. Lo que a ellos les perjudica es que el Primer Mundo entre en una fase de recesión o depresión.

Nada de lo que hoy ocurre es enteramente nuevo. Los suecos experimentaron una crisis muy parecida en 1992, que prácticamente destruyó el sistema financiero, con el agravante de que la inflación alcanzó el 500%, y tuvieron que comprometer en el rescate nada menos que el 4% del PIB (los norteamericanos el 5%). Pero en poco tiempo, apenas dos años, enderezaron la economía y el país comenzó a crecer nuevamente.

Cada cierto tiempo, la economía de mercado entra en una de estas crisis, corrige el rumbo y continúa su marcha ascendente tras aprender un par de lecciones.

En este caso, más que aprender cosas nuevas, hay que retomar tres principios olvidados: el primero, que quien originalmente realiza las transacciones tiene que pechar con las consecuencias de sus actos; segundo, que la sociedad debe vigilar y regular cuidadosamente todas las transacciones que pueden afectar a terceros y éstas tienen que darse dentro de la mayor transparencia; tercero, que es conveniente castigar severamente el bolsillo de todos los que, con mala fe, crearon este enorme desaguisado.

Por supuesto, este lamentable episodio no puede ser visto como una derrota del mercado que demostraría la superioridad del socialismo estatista, sino como la confirmación de algo que sabemos desde hace siglos: cuando se ignoran los principios y se violan las reglas, los resultados son desastrosos.


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