Actualizado: 18/04/2024 23:36
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La ficción de Satán

¿Cómo leer las recientes defenestraciones? ¿Está enfermo o saludable el castrismo?

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Desde su Santovenia privado, Fidel da muestras de una imaginación poética que ya desearían muchos escritores. Adelantándose a los acontecimientos, vuelve a sorprender al mundo.

El elemento sorpresa es la clave de lo que Zoé Valdés ha denominado su "ficción", y aquello que, precisamente, le falta a la disidencia. (Lo que equivale a decir que la disidencia ha perdido la "gracia": he ahí el problema metafísico de la oposición).

Por fin un nuevo giro en la trama de la comedia nacional, que, como un Abilio de la Barca, el Dramaturgo en Jefe teje y desteje desde un palacio distante. Mientras tanto, los andrajosos cubanos viven de su sueño, beben de su copa, pendientes de sus ocurrencias, de sus decretos y de sus epigramas. Las declaraciones del Líder definen la realidad: y la realidad, diligente, le obedece.

Los genios del aire, las criaturas del monte, aparecen y desaparecen en una isla que es escenario de su implacable tempestad. Calibanes hay en abundancia; y él, como un Próspero en chándal, escribe, consulta legajos, hace mapas y gráficos, actos de magia, manda una flotilla, miles naufragan, etcétera, etcétera. Separa, une, desbarata, nombra, dice y desdice. Crea un Niño, un homúnculo, lo hace nadar, hablar, ahoga a la madre, coacciona al padre, aparecen delfines: Fidel es el Walt Disney de lo que otros han llamado "el parque temático del socialismo irreal".

Pero, ¿no son también los últimos acontecimientos la demostración cabal de su fuerza sobrehumana, de su inteligencia sublime, de su vigencia atemporal? Los lectores de esa tabaquería que es Cuba han visto las recientes purgas como un síntoma de la enfermedad del sistema, pero, ¿qué lector no cubano podría entender que, entre nosotros, las purgas han sido siempre síntomas de salud?

Nadie parece asombrarse de que la fortaleza física del castrismo, simbolizada espléndidamente por el anciano atleta, sea capaz de prescindir hasta de sus hombres fuertes. Defenestrar a un canciller; cortarle la cabeza a un ministro, ¡y seguir adelante tan campante!

Los cubanólogos se preguntarán ahora hacia dónde marcha nuestra Revolución. Y la respuesta, por obvia que parezca, ha estado siempre en las vallas, en las pancartas, y en las pecheras de las camisetas: ¡Hacia la Victoria, siempre! Una victoria preterida, que, desde la perspectiva de cinco décadas, es una meta continuamente pospuesta, una carrera de Castro contra Castro, pero en su sitio, sin desplazamientos.

Técnica proustiana

Acabamos de cruzar otra línea pintada en el aire, y aún no está claro si hemos ganado o perdido. El lunes Raúl anunciaba la reestructuración del gabinete, y los observadores estaban felices de poder explicarse la "raulización del aparato". Todavía me parece ver el coro de esperanza, las bocas abiertas y las cabezas ladeadas... Pero el miércoles, desde las páginas de Granma, en otra de sus oscuras fabulaciones, Fidel revelaba que Carlos Lage y Felipe Pérez Roque ¡eran traidores!

Los que creímos hombres de confianza se transformaron, de pronto, en conspiradores; los lacayos, en ratones. Las "mieles del poder", ese elixir disneyesco de la estupefacción castrista, los había transmutado momentáneamente, pero ya regresaban a sus troneras. En una escena preparada de antemano, Castro se servía del odio acumulado, de la desconfianza, y también de las pistas falsas que fue tejiendo desde el último Congreso y desde el próximo capítulo. La credulidad del pueblo, y su ilusión proyectada, le servían ahora para crear antagonistas.

Rebobinemos: en un episodio previo, Lage era presentado bajo la luz cenital del reformismo, como un "buen hombre" y un "comunista". Echando mano de una conocidísima técnica proustiana, la ficción de Fidel introduce un mismo personaje dos, tres, muchas veces, bajos diversas guisas (¿recuerdan al Barón de Charlus en la playa de Balbec?), para, acto seguido, ponérnoslo delante en toda su bajeza.

¿Podrían compararse estas purgas y persecuciones policiales, estas maniobras y contramaniobras, con nada de lo que ha concebido Leonardo Padura? ¿Habrá un solo héroe trágico de la novela cubana contemporánea que pudiese equipararse a los dioses caídos del Comité Central?

Raúl reescribió Cobra en colaboración con su hija, Mariela Castro, y durante un intermedio, el Partido fue Teatro Lírico de Muñecas. El Quincuagésimo aniversario llegó y salió, pero nadie dijo que el desfile de dignatarios, de Avellanedas, Olientes Churres y Tétricas Mofetas, era la fidedigna reproducción de la profecía de Arenas.

Estamos, señoras y señores, ante lo que el compositor Karlheinz Stockhausen calificara, al referirse a los atentados del 9/11, de "obra de arte luciferina". Comienza con un desfile de "principados y poderes de la tierra" que pasa frente al trono de Satán (como en el capítulo del Gran Baile de El maestro y Margarita).

Lula da Silva se sienta a la mesa con Raúl Castro; Cristina Fernández con Fidel; Michelle Bachelet con el fantasma del asesino de su padre. El séance está completo: no son Jaime Suchlicki ni Rafael Rojas, sino Conny Méndez y Walter Mercado los que explican estas cosas. ¿Entenderemos por fin que el problema, más que ficticio, es metafísico, y que si los vivos no llegaran a ponerse de acuerdo, habría que hacerle una misa al espíritu del mismísimo Joseph McCarthy?

Las brujas encienden sus velas negras en el cirio que el Cabrón lleva en el culo, y esa luz sucia ilumina hoy toda Latinoamérica.


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Imágenes de los hermanos Castro, en un acto. (AP)Foto

Imágenes de los hermanos Castro, en un acto. (AP)