Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Oposición Leal, Nacionalismo, Sociedad civil

Nacionalismo y lealtad: un desafío civilizatorio

CUBAENCUENTRO concluye con esta entrega la publicación de una serie de artículos sobre la “oposición leal”, el nacionalismo y la sociedad civil, los cuales conforman un dossier especial sobre estos temas

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A raíz de la publicación de dos trabajos nuestros en el número 1/2014 de la revista Espacio Laical, referidos al tema de la oposición leal, varios académicos han reflexionado sobre nuestras consideraciones. Los intelectuales Rafael Rojas, Haroldo Dilla y Armando Chaguaceda han realizado, con respeto y civilidad, observaciones que merecen ser atendidas con el objetivo de dar continuidad y profundidad al debate, convencidos de que, más temprano que tarde, estos análisis y propuestas participarán en la conformación de la República cubana. En este caso, los argumentos emitidos nos convocan a dialogar sobre el nacionalismo cubano como elemento eficiente para la rearticulación del consenso socio-político, y acerca de la necesidad imperiosa de un modelo democrático capaz de gestionar una Cuba próspera y soberana.

El nacionalismo revolucionario es un conjunto de valores, construcciones intelectuales y hasta cierta mística compartido por sectores amplios y significativos de la nación desde el siglo XIX hasta la actualidad. Ha significado la integración, en el ideario personal y comunitario, de fuertes referentes relacionados con la libertad responsable, la soberanía ante la injerencia de poderes foráneos en nuestros asuntos internos, la socialización de la riqueza nacional entre las grandes mayorías, la solidaridad activa, la justicia a favor —sobre todo— de los más desfavorecidos, el acceso universal y gratuito a la educación y la salud, la vocación de universalidad, el compromiso con el bienestar regional y la integración latinoamericana, y la construcción de una democracia que se sustente en la soberanía ciudadana y en el respeto y la participación de las minorías. Por otra parte, se hace necesario reconocer que dicho nacionalismo propugna una ciudadanía activa y empoderada, a la vez que sostiene la necesidad de un Estado capaz de materializar dichas aspiraciones, sirviendo como facilitador y garante de las mismas.

En la actualidad, es posible encontrar el compromiso con estos ideales en las filas del Partido Comunista de Cuba, en todo el espectro de la sociedad civil insular, en opositores y en grupos de la emigración cubana. Otras posturas han existido y existen, y deben tener pleno derecho a participar, pero han de tener conciencia de que deben hacerlo con la humildad requerida, pues no son quienes han prefigurado la nación ni constituyen una mayoría significativa. La aceptación de este núcleo de ideas y la capacidad para comprender que resulta compartida por una diversidad amplia de cubanos, podría facilitar la toma de actitudes y la construcción de marcos, capaces de constituir una democracia que incluya tendencias socialistas, libertarias, anarquistas, liberales, social-liberales, socialdemócratas, demócrata cristianas, socialcristianas y comunistas, entre otras. Este quehacer plural, para que sea posible, debe mantener como finalidad el consenso en torno a esas metas compartidas por generaciones de cubanos.

Estas tendencias, que deben poder participar en el quehacer nacional, no serían leales si apuestan por dañar al pueblo si hiciera falta para conseguir sus propósitos políticos, si se alinean con potencias extranjeras que dañan intereses nacionales, si poseen vínculos orgánicos con instancias nacionales o foráneas encargadas de promover las transformaciones en el país mediante políticas de “cambio de régimen”, si no cuidan la soberanía ni la serenidad social, y si se proponen el aniquilamiento atroz del adversario. Resulta insostenible el diálogo con cubanos que declaran que en Cuba debe ocurrir lo mismo que en Siria, Ucrania o Venezuela, pues este accionar irresponsable anegaría de sangre nuestra tierra, conduciría al país a una situación caótica y aseguraría un futuro de conflictividad y desestabilización.

Cualquier solución real y beneficiosa a la crisis cubana pasa por salir de las trincheras, por conjurar el escenario de guerra del contexto nacional. La construcción de un clima de normalidad para Cuba requiere de la acción sostenida y coordinada de actores responsables para el desmontaje de las estructuras de hostilidad dentro y fuera de la Isla. Una oposición en la Isla debe ser leal a la transformación serena mediante la metodología del “pacto”, aun cuando las circunstancias actuales parecieran no favorecer esta solución. Después de largas décadas de enfrentamiento y desgaste, la historia demuestra que solo la paz y la comprensión, el diálogo y el consenso, la altura política y el compromiso nacional, pueden conducir al país hacia un presente y un futuro de estabilidad y progreso.

Por otro lado, estas esperanzas y la posibilidad de que toda la pluralidad pueda contribuir a este quehacer, deben concretarse en la Carta Magna del país. Sólo entonces la Ley fundamental gozaría de la legitimidad requerida y tendría la fuerza suficiente para convocar y ser acatada por la gran mayoría de las tendencias socio-políticas de la nación.

Recientemente hemos tratado, en un evento auspiciado por Espacio Laical, un conjunto de reformas que podríamos ir realizando en nuestra Constitución de la República para acercarnos, cada vez más, a dicho paradigma. En tal sentido, hemos propuesto redefinir los fundamentos de una economía que desea irse abriendo, cada vez más, a la iniciativa económica en todas sus formas de propiedad; ampliar las garantías para el asociacionismo en Cuba, porque, en última instancia, la justicia del funcionamiento de cualquier modelo social descansará en el actuar responsable de una sociedad civil fuerte y exigente, culta y efectiva, heterogénea y solidaria; reestructurar el funcionamiento del parlamento, para hacerlo más activo y sistemático, así como modificar la manera de elegir a los diputados, para que pueda existir cierta competencia en base a las proyecciones de los candidatos, e igualmente alcanzar una interrelación intensa, ágil y positiva entre los representantes y los ciudadanos electores; reestructurar el gobierno con el propósito de afianzar tanto el orden y la cohesión nacional, como la iniciativa necesaria para las potencialidades locales; modificar la Ley electoral, con el objetivo de reforzar la legitimidad de quienes resulten electos para ocupar los cargos de diputados y de jefe del Estado y del Gobierno; procurar un equilibrio mayor entre las funciones legislativas, ejecutivas y judiciales; ensanchar las posibilidades para que la ciudadanía y las instituciones puedan controlar el respeto y la promoción de los preceptos constitucionales; redefinir nuestro catálogo de derechos; sustraer al Partido Comunista de todos los elementos que lo instituyen como un mecanismo de control y lo colocan por encima de la sociedad y del Estado; así como abrir la posibilidad para que existan agrupaciones políticas diversas, pero siempre dentro de un marco democrático que coloque realmente la soberanía en el pueblo y evite que dichas asociaciones partidistas secuestren el desempeño social.

Asumir los postulados del nacionalismo como lugar de encuentro para re-articular el consenso nacional no implica, como puede verse, abdicar de la construcción de un sistema democrático en el país. Si bien es cierto que la conexión entre nacionalismo y marxismo-leninismo soviético trajo consigo restricciones a la práctica democrática cubana, el desafío actual nos pone ante una disyuntiva civilizatoria para la nación: exorcizar las versiones deformadas y sumar a todas las fuerzas socio-políticas a la construcción de un orden renovado.

No debemos temer al carácter hegemónico del nacionalismo cubano, y mucho menos intentar deslegitimarlo alegando que constituye una construcción ideológica. También las otras cosmovisiones sobre Cuba se fundamentan en construcciones ideológicas. Comprendemos el deseo de que no se penalice el acceso de otros imaginarios nacionales al espacio público, pero esto será posible, únicamente, en torno al consenso sobre un núcleo mínimo de aspiraciones, y en Cuba ese núcleo lo constituye, desde el siglo XIX, el nacionalismo esbozado. En la medida en que los otros proyectos de nación no desconozcan esta realidad, la acepten como un conjunto de aspiraciones compartidas por las grandes mayorías, y logren desplegar sus quehaceres sin negar estas coordenadas, podríamos estar facilitando, entre todos, que puedan constituirse en oposiciones legales. Si logramos que lo anterior sea posible, y conseguimos hacer uso de un espacio público abierto a todos, podremos encontrar las vías idóneas para consensuar, además, un nuevo modelo económico, mecanismos políticos novedosos y un conjunto amplio de derechos, etcétera.

No queda dudas que el núcleo mínimo de aspiraciones mayormente compartido descansa en el nacionalismo. La historia pudo ser otra, incluso quizá en un futuro lejano sea diferente, pero hoy se encuentra ajustada a esas coordenadas. Desconocerlo no valdría de nada y podría hacernos construir castillos en el aire, que sólo nos conducirían al fracaso y a la frustración, y alejaría la solución tan anhelada y necesitada por todos los cubanos.

Pudiera parecer que nuestros enfoques sobre la sociedad y la política nacional están signados por un enfoque binario de la realidad que se aleja de las nuevas formas de concebir el accionar de la sociedad civil. La monumental transformación que ha tenido lugar en la sociedad cubana en las dos últimas décadas, el marcado carácter trasnacional de la misma, la despolitización creciente, y el impacto de estos fenómenos sobre los imaginarios de amplios sectores populares, hacen posible que este paradigma bipolar comience a hacer aguas. Sin embargo, importantes segmentos nacionales, que incluyen a sujetos activos en las filas del gobierno, de la sociedad civil y de la emigración, aún sostienen una comprensión binaria de la realidad, y dado su grado de implicación en las estructuras de la política, del poder y de la creación de la opinión pública, todo parece indicar que podrían participar activamente en la edificación del futuro cubano. Si bien resulta necesario y oportuno estar actualizados del debate teórico acerca de la sociedad civil y la politología, y compartir sus mejores postulados, existe una dimensión de la política práctica, de las dinámicas que tienen lugar en cada sociedad, que obliga a considerar de manera intensa la realidad sobre la cual se pretende influir.

Cuando optamos, desde hace ya más de una década, por gestionar una plataforma de diálogo dentro de la Isla, dejamos de ser meros espectadores de la realidad, y renunciamos a definir futuros ajustados a preferencias particulares, que muchas veces resultan imposibles. Asumimos, responsablemente, desde nuestra pequeñez y humildad, la opción de aportar con realismo a la construcción de un presente y un futuro mejor para Cuba, donde no haya lugar para nuevos vencidos.


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