Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Mensaje ¿urbi? et orbi

¿Por qué La Habana pide un médico de un hospital público español, de la Europa decadente e interesada, según la 'Mesa Redonda'?

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El secretismo se ha convertido en una enfermedad psiquiátrica en Cuba. Cuarenta y ocho años de represión aplicada al pueblo han logrado un miedo enraizado hasta en los dirigentes, sobre todo si el máximo líder ha declarado su enfermedad "secreto de Estado".

Esa podría ser la explicación de por qué los cubanos nos enteramos de la evolución del paciente por ilustres y más confiables visitantes extranjeros. Han sido el diputado argentino Miguel Bonasso, el presidente venezolano Hugo Chávez y ahora el doctor José Luís García Sabrido, jefe de la Unidad de Cirugía del Hospital Público de Madrid Gregorio Marañón, quienes han informado.

La discreción mantenida hasta el jueves 21 de diciembre se fue a bolina cuando el doctor García Sabrido viajó subrepticiamente a La Habana, en avión especial, en época inusual a la vida común en los países occidentales, cuando el galeno y su familia muy probablemente se preparaban para los festejos navideños. La importancia del personaje y su caso postergaron Nochebuena y Nochevieja. Eso, en Cuba, no es nada extraordinario desde que el Comandante decidió eliminarlas hace decenios, pero indudablemente, nada más extraño para un español, sólo justificable por la urgencia del caso.

La preeminencia conferida a los extranjeros en Cuba es tan enorme que ningún ciudadano, ni siquiera los dirigentes del equipo provisional, osa informar al pueblo sobre la salud del Comandante, más allá de referencias vagas que aseguran que se recupera y volverá, pero que casi nadie cree, pues las pocas veces que apareció junto a visitantes extranjeros su aspecto era lamentable.

Onda corta, noticia larga

Sólo algunas autoridades, y los cubanos que escuchan radio de onda corta, o los contadísimos con acceso a internet, se enteraron hace unos días de que el galeno español había viajado a La Habana. Algo parecido a los rumores que corren, o echa a correr, la policía política, las llamadas bolas que durante decenios han informado, desinformado, creado estado de opinión o desesperación, según el resultado final. Luego, esos mismos cubanos pudieron confirmar la noticia mediante las mismas vías: las declaraciones del doctor García Sabrido a su regreso a Madrid.

El primer informe médico con credibilidad no es merecido por los seres humanos cuyas vidas han sido dirigidas durante estos 48 años por el presidente. Deben contentarse con la versión que les den, después que el hecho lo conozca cualquier habitante del orbe, hasta en una cueva de un lugar remoto a donde llegue internet.

Nada más natural que un eminente médico asista a un paciente excepcional en otro país. Pero el caso cubano ronda la novela de suspense, la intriga del espionaje, los babalawos de la religión africana y la hilarante imaginación cubana, muy reprimida ahora, pero imposible de eliminar.

Sabemos, gracias al doctor García Sabrido, que el Comandante "no padece una enfermedad maligna", pero que ha tenido complicaciones postoperatorias, que pudiera demorar su recuperación y que "quizás", siempre "quizás", regrese. Más prolongación del limbo en que no está, pero está, y quizás no estará; más preocupante para el extranjero que para los preteridos cubanos, que ya se han acostumbrado a que nada será igual, aunque regrese a media máquina, pero que tratará de continuar manteniendo en un puño a dirigentes y dirigidos.

En el país con el mejor sistema de salud del mundo, los mejores especialistas del universo —desparramados por todo el planeta para asistir al necesitado, aunque en Cuba casi no se encuentren médicos para atender a la población y los hospitales estén destruidos, salvo los destinados a extranjeros—, ¿cómo es posible que hayan traído a un médico de un hospital público de un país capitalista de Europa? Sí, de la misma España que, según los analistas de la Mesa Redonda de la televisión cubana, tiene tantos problemas… allí donde hay tantos analfabetos funcionales, la educación es tan deficiente y todo se cobra, según algunos discursos.

Indudablemente, parece confirmarse que el pueblo no merece información, mucho menos recibir la atención médica que ahora se vende o regala para propaganda política. Bien se puede comprender cuando los presos políticos y sus familiares demandan adecuada asistencia y denuncian el deterioro sostenido de la salud. ¿Cómo convencer que se ama al prójimo si al propio se ignora?