Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura

«Soy un escritor triste»

Conversación con Eliseo Alberto, a propósito de su más reciente novela, 'El retablo del Conde Eros'.

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El escritor Eliseo Alberto Diego (Arroyo Naranjo, Cuba, 1951), radicado en México desde principio de los años noventa, anda de plácemes en estos días primaverales de lluvias y calores sorpresivos: Editorial Planeta de México y Editorial El Aleph de Barcelona acaban de poner en circulación en América Latina y España, respectivamente, su más reciente novela, El retablo del Conde Eros.

El autor de Informe contra mí mismo nos entrega una novela habanera ambientada en la postrimería de los años cincuenta, con cierta dosis de nostalgia y afilado oficio de narrador; desfile de personajes inefables que viven de mentiras, ilusiones y afanes que se justifican por la búsqueda de una "felicidad" donde la amistad es un ejercicio sagrado. El célebre actor cubano Julián Dalmau, que ha vivido fuera de Cuba durante 25 años, regresa a La Habana con el objetivo de representar Cuatro gatos encerrados en el Teatro París: guindarse al término de la primera función, bajo el clamor de los aplausos, es un propósito suicida que el actor cocina en sus adentros.

El azar lo lleva a encontrarse una comparsa de locos que le cambiarán la vida: El Conde Eros, escritor de novelas pornográficas, jugará un papel clave en su "salvación"; el tenor Pietro Zamorinni, dueño del taller mecánico La Traviata y protagonista de unos viajes ficticios a Buenos Aires, donde "triunfa" como cantante de ópera, conformará el eje simétrico, el espejo donde Dalmau se afinca para lograr sus propósitos.

Eliseo Alberto (Lichi) conversa sobre su nueva novela y sobre la situación actual de Cuba.

Después de seis novelas publicadas, ¿qué significa la aparición de El retablo del Conde Eros?

Todo libro acabado de parir es una alegría casi paternal. En el caso de El retablo del Conde Eros, la felicidad es doble, porque se publicó a la par en dos bellísimas ediciones: Editorial Planeta, desde Ciudad México y para toda América Latina, y El Aleph, en Barcelona y para España. Un escritor puede decidir poco en el destino de un libro suyo: puede escribirlo lo mejor posible, claro, y luego cuidar la edición y responder cuestionarios que te mandan periodistas y amigos (como tú). Luego, sólo queda cruzar los dedos y pedir a Dios que la novela encuentre a sus lectores y a sus críticos.

Yo escribí mi novela a partir de lo que me enseñó el propio Conde Eros. Para él, y así lo digo en su retablo, "el secreto de la narrativa radicaba en la estructura ósea de las oraciones que armaban el párrafo, una a una. De ahí el cuidado que ponía en la alineación del sujeto, el verbo, el complemento directo, el indirecto y los circunstanciales, elementos básicos que debían colocarse en orden progresivo, del que menor al que mayor número de palabras tuviese: así los ojos del lector correrán sin tropiezo sobre la línea, saltando de sorpresa en sorpresa hasta enramar la urdimbre de la trama. Los motores de los verbos aceleraban acciones trepidantes. La novela se teje como red de araña". Eso intenté.

Advierto cierto parecido entre Lino Catalá y el Conde Eros y, asimismo, cierta "apariencia dramática" entre Arístides Antúnez y Pietro Zamorinni, esos personajes habaneros de su novela Esther en alguna parte. ¿Podríamos pensar en dos parejas de personajes que se entrecruzan en el mismo escenario de La Habana de los cincuenta?

Pudiera ser, aunque no lo pensé así. Algo sí une a las dos novelas: La Habana como teatro ("retablo"), o en todo caso, como escenario. El tiempo novelístico de Esther en alguna parte es el año 2003, aunque haya referencias a la década del cincuenta. El retablo del Conde Eros ocurre íntegramente en la cuaresma de 1957. Arístides Antúnez es un "extra" de la televisión cubana; Zamorinni, un tenor sin suerte. Todas mis novelas se ocupan de personajes marginados y cuentan historias de hombres sin historia.

¿Podríamos decir que los temas centrales del El retablo… son la amistad, la solidaridad y la redención?

Yo estaría de acuerdo con esa valoración. Sabes que para mí la amistad es una religión. Sucede que las palabras se han desgastado después del abuso al que las han sometido los políticos sin imaginación y los predicadores que venden fe como aspirinas. La bella palabra "solidaridad" apenas se puede pronunciar sin cierta vergüenza. Lo mismo pasa con el vocablo "redención", que ha reducido su significado hasta el mínimo de lo divino, con lo cual hemos olvidado su carga libertaria, emancipadora.

¿Por qué sus novelas están habitadas siempre por personajes marginados: seres solitarios, tristes, feos, gordos, frustrados en el amor y en la vida, exiliados, putas, cobardes, homosexuales…?

Algo te comenté en una pregunta anterior. Ellos son mis héroes. No me caen bien los valientes. Una vez dije que por los únicos valientes que yo pondría las manos en el fuego son los bomberos: ellos apagan la candela.

¿Conoció al Conde Eros? ¿Es un personaje basado en algún escritor cubano de los cincuenta?

Conocí a "mi" Conde Eros, el modelo original y lejano de mi personaje, a principios de los setenta, en esa prodigiosa cueva de escritores que fue, para muchos, la revista Cuba Internacional. Por esos años, él firmaba con otro de sus múltiples seudónimos: Baltasar Enero. Y era el más cabal corrector de estilo que pueda pedírsele a la vida: en su entonces ya lejana juventud, había escrito un puñadito de novelas pornográficas y, bajo su nombre real, un libro de cuentos "serios".

Baltasar, mi Conde, me enseñó a poner las comas, a temerle a los gerundios. Aún está por escribir la importancia de Cuba Internacional en la renovación de la literatura cubana. Aquella escuela tenía, quizás, el mejor método para enseñar narrativa: el periodismo y su género estrella, el "gran reportaje". Por su nómina fija pasamos, casi en manada, Norberto Fuentes, Manuel Pereira, Raúl Rivero, Jorge Onetti, Ernesto González Bermejo, Reinaldo Escobar, Luis Rogelio Nogueras, Froylán Escobar, Félix Contreras, Félix Guerra, Ciro Bianchi, Minerva Salado, Antonio Conte, Agenor Martí, y un ejército de colaboradores brillantes, todos en compañía de una envidiable legión de fotógrafos: Luc Chessex, Iván Cañas, José A. Figueroa, Ernesto Fernández, Cristóbal Pascual, el buen Pirole. El Conde Eros nos pastoreaba.

Novela de intertextualidades: dentro de la estructura narrativa se insertan escenas de la obra teatral que Dalmau trae bajo el brazo y, asimismo, un delicioso y juguetón fragmento de una de las novelas porno del Conde, Otro viaje a la luna, donde aparece usted mismo como el botánico chino Li Chi y algunos de sus amigos más cercanos. ¿Se divirtió mientras escribía la novela o fue un proceso de tensión dolorosa?

Para mis pocos lectores, no es secreto que soy un escritor triste. Mis personajes suelen estar entre la espada y la pared. Y entre la espada y la pared sólo hay una opción digna: enfrentarse a la espada y que salga el sol por donde salga —y la sangre por la herida—. En esta oportunidad, le di el gusto de divertirme más de lo habitual. Con locos y buscavidas como los de El retablo del Conde Eros, créeme, es difícil pasarla mal —y menos, inventándolos—. Mis amigos reales me sirvieron de modelos o de compañía: tú mismo apareces como un príncipe africano, Bom Bom Baró, y te vas conmigo cielo arriba en un cohete de hojalata —según versión libre, muy libre, de una de las novelitas del Conde Eros: Otro viaje a la luna—.

Son pocas las alusiones políticas en esta novela. Dalmau llega a La Habana unos días después del asalto al Palacio Presidencial (primavera de 1957), sin embargo, el narrador no se detiene en esa Habana convulsa y prefiere adentrarse en esa comparsa de locos maravillosos que marcan el destino de Dalmau. ¿Por qué?

Porque la situación política, en esta historia de atorrantes, era apenas un telón de fondo, un peligro latente: aquí no se trata de cambiar la vida, sino de sobrevivir. Ninguno de mis personajes busca la verdad, ni siquiera "su verdad": apelan a la eficacia de una mentira bien dicha. Los temas políticos (que yo prefiero abordar en mis artículos periodísticos) suelen obligarte al "discurso", la hipótesis y la tesis: respeto mucho a los novelistas que lo consiguen en notable equilibrio, sin forzar la mano hacia el lado de la historia ni hacia su contrario, el reino de la ficción.

Lecuona y Hemingway. El Floridita, donde el escritor norteamericano en unas escenas delirantes se queda dormido en la mesa; y las manos del pianista dibujadas por el narrador con una ternura sorprendente. ¿Por qué derrama tanto amor y compasión sobre sus personajes?

Porque los quiero. Mi padre me dijo una vez: "Nunca le tengas miedo a la ternura. Nunca. Date el lujo: esa debilidad te hará fuerte".

¿Una novela de mentirosos o una novela donde las mentiras de los personajes se convierten en una metáfora de la búsqueda de libertad, de alegría, de esperanza, de felicidad?

Las dos cosas. Si digo una palabra más, te estaría mintiendo.

Perdone la pregunta, quizás no tan lejana a la temática de su novela: ¿cree en una posible salvación política de Cuba después de la desaparición de los Castro? ¿Qué haremos los cubanos cuando termine "la pesadilla" de estos 49 años?

No me considero adivino, pero tampoco hay que ser vidente para pensar, entender, que la "desaparición de los Castro", como las llamas, no será la "desaparición de Cuba". Será un alivio, sin duda, para todos —incluso para ellos—. ¿Qué Cuba saldrá a flote? No sé bien: en todo caso, "otra" Cuba, heredera genética de aquella lejana Cuba Republicana y también, cómo negarlo, de la Cuba revolucionaria, socialista, totalitaria y prisionera que ocupa casi cincuenta años de nuestras vidas. Por cierto, única Cuba que conocen las tres cuartas partes de los cubanos que en el mundo somos.

¿Qué haremos? Lo que mejor sabemos los seres humanos desde que dominamos el fuego y, con él, nuestro destino: edificar, sembrar, trabajar y soñar, si queda tiempo, que un venado corra por las paredes de la caverna: el arte. Será el momento de los jóvenes, los muchachos de a pie. La vida siempre tiene veinte años, recuérdalo siempre. Ojalá que no olvidemos que, por algo, el corazón está a la izquierda —como dije hace muchas tristezas atrás, cuando pedí la palabra y, sin que me la concedieran, redacté Informe contra mí mismo—.

¿Proyectos en mente? ¿Puede darnos algún adelanto?

Despacio, como siempre, ya escribo mi próxima novela, con título pedido en préstamo al gran poeta mexicano Carlos Pellicer: Ninguna soledad como la mía. Seré breve. Será un libro habanero. Seremos, él y yo, esperanzados.


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