Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Fidel Castro, El Negrero

¿Qué saben de nosotros los gringos, aunque sean negros?

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En 1956 Fidel Castro la emprendía a balazos contra el antiguo orden republicano, y Harry Belafonte entonaba su versión de una tonada jamaiquina. La canción y el rebelde ascendieron como la espuma hasta el mismo tope de las listas de éxitos:

"Come Mr. Tally Mon / tally me banana…".

En 1960, Fidel Castro llegó triunfante a Nueva York, y sin sacudirse el polvo del camino, fue a congraciarse con los negros. Pernoctó en Harlem, en el Hotel Theresa: él, que había sido la esperanza blanca de la oligarquía gallega. Regresó a Harlem, ya ocambo, en 1995, y fue a buscar otra vez a los negros, sus "verdaderos amiguitos", según declaró. El viejo tirano, que para entonces era el representante del Anticristo, habló en una iglesia metodista. Y los negros lo aplaudieron.

"Come Mr. Tally Mon / tally me banana…".

Belafonte, como cualquier otro despistado, creyó, en 1960, que la tierra de donde venía Mr. Tally Mon Banana era una auténtica república bananera donde mandaban los gángsteres y pastaban sueltas las putas. Olvidó consultar las estadísticas: por ejemplo, el número de autos y televisores per cápita; los índices de analfabetismo y de mortalidad infantil; los ingresos brutos, pero, sobre todo, la cantidad de héroes, senadores e intelectuales negros y mulatos nuestros.

Por eso le impresionó ver de cerca a un hombre tan alto y tan guapo que —según decían los blancos— había sacado del trono a tiro limpio a un negro bruto. Harry Belafonte, como cualquier otro americano, ignoraba las hazañas de los grandes negros cubanos: por ejemplo, que la derogación de la odiosa Enmienda Platt, el apéndice maldito que nos ataba legalmente a los yanquis, había sido la obra de ese mismo negro retranquero y taquígrafo, ex empleado de la United Fruit Company. Y que nuestra bella Constitución también era obra suya. Pero eso, claro, era pedirle demasiado a un negro que cantaba "Tally me banana…"

Los negritillos de la imaginación neocolonialista

¿Qué saben de nosotros los gringos, aunque sean negros? La Universidad de Columbia le ha encargado al compositor Diedre Murray y al libretista Randy Weiver una ópera sobre la visita de Castro a Manhattan en 1960: se titulará Castro en Harlem.

"Come Mr. Tally Mon / tally me banana…".

Hace sólo unos años, cuando los Clinton se mudaron de la Casa Blanca y cedieron el puesto a regañadientes, la comisión encargada de inventariar los preciosos objetos guardados en la colección presidencial exigió que la señora Hillary Clinton devolviera 19 valiosísimos regalos que se llevaba de guille en la cartera. Los Clinton embarajaron el desfalco, alegando confusión y desconocimiento. Pero, al ir a alquilar oficinas en Manhattan, eligieron unas lujosas en las Carnegie Towers, a golpe de 800.000 dólares anuales.

Vueltos a agarrar con las manos en la masa, los blanquitos ladrones echaron mano del chantaje racial —"¡Para Harlem me voy!"—, y alquilaron oficinas en la avenida Martin Luther King, frente al Apollo Theater, en el barrio negro. Extorsionistas clásicos, remedaban a Castro en el Hotel Theresa.

Claro, los negros imaginarios de los Castro y los Clinton no son negros reales; no son, ni pueden ser, Condoleezza Rice, ni Cuesta Morúa, ni Rigoberto Tartabull, sino los negritillos de la imaginación neocolonialista, los que se pueden besar y llevar en brazos y coger para el trajín cuando convenga al Partido. Por eso la visita de Chávez a Harlem, aunque sea el karaoke de aquellas, no tuvo el mismo impacto que tuvieron antes las venidas de los blancos: Chávez no es más que un putumayo —con petróleo, pero sin gracia—, y por mucho que intente congraciarse, jamás podrá jugar el juego sucio de los negreros.

Si es verdad que Harry Belafonte y su socio Danny Glover fueron alguna vez eso que Mario Vargas Llosa llama "las putas tristes del castrismo", hoy, en cambio, se han rebajado a ser los Uncle Tom del chavismo, algo mucho más siniestro, innoble, y definitivamente ajeno a la raza orgullosa de los Oscar Elías Bicet, los Ramón Colás y los Vladimiro Roca:

"A beautiful bunch of ripe banana! / Daylight come and we want to go home!".