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Oposición Leal, Nacionalismo, Sociedad civil

¿Oposición leal?

CUBAENCUENTRO continúa la publicación de una serie de artículos sobre la “oposición leal”, el nacionalismo y la sociedad civil, los cuales conforman un dossier especial sobre estos temas

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El tema de una posible oposición leal en Cuba insiste reclamar un lugar en el debate intelectual cubano.

Ahora reaparece de la mano de dos valiosos intelectuales católicos —Lenier González y Roberto Veiga— en dos breves e incitantes artículos aparecidos en Espacio Laical[1], y desde el que convocan a la discusión. Es bueno que así sea. Que se debata este asunto y otros tantos que cruzan el presente cubano y van a ser ineludiblemente partes de nuestro futuro como sociedad. Y que lo siga haciendo Espacio Laical, una institución que ya ha pasado a nuestra historia nacional como un momento imprescindible en la construcción de nuestra sociedad transnacional.

Solo que, si aspiramos a un debate calificado sobre cualquier tema, que ayude a remontar nuestro pensamiento social, es imprescindible colocar la discusión al nivel teórico en que se encuentra a escala planetaria. Y creo que este ha sido una falencia recurrente de lo que se discute en Cuba, debido a una infinidad de problemas —epistemológicos, políticos e ideológicos— en los que no puedo detenerme ahora. Nos hemos acostumbrado tanto a la idea de que somos excepcionales, que nos permitimos merodear ligeros de equipaje por zonas teóricamente muy densas.

Y esto es lo que ha estado sucediendo con la discusión sobre la oposición leal. Este es un término atractivo políticamente y llamativo conceptualmente como sucede con todo oxímoron. Para Cuba sería un paso de avance político, y como suena ambiguo, se puede usar como si se anduviera de puntillas por un dormitorio de niños traviesos. Pero desafortunadamente no es una bola de plastilina que podamos moldear según nuestros intereses, sino un concepto. Como tal admite siempre elasticidades funcionales, pero la flexibilidad tiene un límite en la desfiguración de su sentido. Cualquier intelectual cubano puede hablar de oposición leal e incluso imaginarse a si mismo dentro de ella, pero no tiene derecho a exigirnos que le consideremos seriamente.

Para comenzar la discusión, permítanme dos citas que hablan por sí mismas.

La primera corresponde a una entrevista de Rafael Hernández a un blog llamado La pupila insomne, en que el director de Temas, habla de organizaciones y personas (entre quienes se incluye) que “…asumen el papel de una oposición leal, dentro de las propias filas de la revolución, en espacios que es necesario seguir democratizando entre todos, como parte central del nuevo modelo socialista”.

La otra, más enjundiosa y profesional, es de Veiga en el artículo antes mencionado:

“…una oposición leal estaría llamada a desempeñar su papel político interno de una manera particular, fresca, patriota. Su interés no podría ser exclusivamente el poder, aunque le interese el mismo, sino el servicio a toda la nación, incluso a quienes posean dicho poder. No debe considerarse, sobre todo, como enemiga de quienes desempeñan el gobierno, sino como un complemento de estos, pues juntos están llamados a compartir el país y a construirlo mancomunadamente. El gobierno, por su parte, debería aceptar que esa oposición no es enemiga del Estado porque no lo es del país. Por el contrario estaría constituida por cubanos que difieren del punto de vista oficial, pero ponen a Cuba y el interés público por encima de cualquier otra consideración”.

Como puede observarse, hay más de un espacio común en la manera como estos intelectuales observan a la oposición leal. Además de las buenas intenciones, son visibles la fuerte connotación ética de lo que es realmente una relación política —traducida en significantes como revolución, modelo socialista, interés público patriotismo—, la propuesta de una concordancia complementaria con el poder y la renuncia a luchar por ocuparlo en aras de metas colectivas supremas. Y por todo esto, tanto lo que plantea Veiga como Hernández es algo diferente a oposición leal.

Hay un significado básico que anima el concepto de oposición leal: su sustantivo es oposición y la lealtad es un adjetivo: la esencia radica en lo primero y los matices en lo segundo. Hay que ser, ante todo, oposición.

Por consiguiente —y aquí dejo atrás la semántica para entrar en la ciencia política— cuando alguien habla de oposición leal está hablando de una relación política en que la parte aludida aspira a desplazar del poder y aplicar políticas diferentes a la otra parte que detenta el poder, lo cual es consustancial a toda oposición. El adjetivo leal se ha referido históricamente a que la oposición acepta la legitimidad de los procedimientos que constituyeron el poder estatal, y por consiguiente, también del grupo que lo detenta. Y en consecuencia no aspira a derrocarlo, ni a extirparlo como opción política, pero sí a relevarlo y a mantenerlo fuera del poder todo el tiempo legalmente posible. Esto ha sido oposición leal desde como la imaginaron los tories decimonónicos, como la escribió Duverger en sus tratados memorables hasta como la trajeron de vuelta los transitólogos a fines del siglo pasado. Una lealtad que no está referida a valores éticos, ni a aspiraciones trascendentales, sino a normas y procedimientos sobre los que se asienta el sistema político.

En Cuba existen datos que pudieran conducir a una oposición leal en los términos antes apuntados. Por ejemplo, dentro de la heterogénea y reprimida oposición política hay grupos que entienden la necesidad de una transición pacífica que implican al Partido Comunista y a un orden consocional amplio. Algunos de estos grupos han hecho propuestas que tratan de encontrar espacios constitucionales y legales para generar cambios moderados, un ejemplo de lo cual fueron los proyectos Varela y Heredia del Movimiento Cristiano de Liberación. Otros, como Arco Progresista, tienen propuestas más socialistas y de izquierda que el propio Partido Comunista. Otra organización —la UNPACU— caracterizada por sus acciones radicales y su lamentable relación con la FNCA, ha adoptado un programa que copia paso a paso LaHistoria me Absolverá, como si fuera el recordatorio ético de una revolución que consideran traicionada.

Es decir, que al menos una parte muy importante de la oposición no es la gavilla de mercenarios que nos presenta el gobierno cubano. Pero ello no basta para que exista una oposición leal, porque el principal obstáculo para el surgimiento y maduración de una oposición leal en Cuba es la inexistencia de una institucionalidad apta para viabilizarla, de una normatividad reguladora y de un estado comprometido con ella. Y no existe porque el poder estatal en Cuba es monista. Es decir, está monopolizado por una élite política narcisista e inapelable, que se considera a sí misma como encarnación de la historia y del futuro de la nación. Es una élite que no considera la posibilidad de compartir o alternar en el poder, no reconoce el valor de las minorías, convierte a sus ciudadanos en súbditos y manipula al mismo tiempo que desconoce a la comunidad emigrada, ese componente clave de nuestra sociedad transnacional.

No importa ahora cuales pudieron ser las razones históricas de este resultado, es decir de lo que pasó hace medio siglo. Lo que me interesa destacar en este debate es que sin otra actitud de la élite política, no hay espacio para oposición leal de ningún tipo, aún cuando existieran partidos y grupos organizados dispuestos a jugar ese rol.

En consecuencia, cuando Veiga y Lenier se referían a oposición leal, realmente hablaban de otra cosa: de la existencia de un campo político/intelectual que aquí denomino de acompañamiento crítico sistémico (AC). Y en este punto hago una aclaración. Cuando hablo de campo político/intelectual sigo a Bordieu en su definición de campo como un espacio social de acción en el que confluyen relaciones sociales, valores, organizaciones y redes. Los AC son un campo, heterogéneo y difuso, cuyo principal capital es intelectual. Y su característica distintiva es sus posicionamientos críticos frente al sistema y a las políticas en curso, pero 1) aceptando la legitimidad de las autoridades existentes, 2) sin proponerse un relevo gubernamental y con una vocación a la complementariedad, 3) solo asumen roles políticos de manera vergonzante.

Como la oposición, son esencialmente un producto de los 90s, cuando la mustia primavera de sus primeros años abrió algunos espacios de discusión. Instituciones señeras de aquellos tiempos fueron el Centro de Estudios sobre América, la Fundación Félix Varela o Habitat Cuba, todos exterminados en la segunda mitad de la década. Actualmente son componentes de este campo grupos de intelectuales y activistas nucleados en torno a Espacio Laical y a la Revista Temas, a algunas ONGs, a los economistas promercado del Centro de Estudios de la Economía Cubana, al izquierdista Observatorio Crítico, a algunos blogueros oficiosos, etc.

Hay, sin embargo, algo que diferencia los ACs actuales de los que existían en los 90s. Entonces la formación de un campo de ACs fue resultado de una inusual tolerancia por omisión de políticas en momentos en que la élite sufría un justificado anonadamiento ante el estropicio que ella misma había generado. En la actualidad ese campo prospera en espacios menos controlados como consecuencia del tránsito de un régimen totalitario a otro autoritario (justo lo que está pasando en Cuba desde los 90s) en que no se pide el alma a los súbditos, sino solamente la obediencia. Y que puede ser compatible con estos espacios críticos siempre que respeten algunas reglas y no se propongan una convocatoria pública descomedida. Y que finalmente están amparados por el pacto de gobernabilidad acordado entre la élite política cubana y la alta jerarquía católica, y cuya puerta hacia la intelectualidad cubana ha sido justamente Espacio Laical.

El hecho de que no sean oposición, no resta importancia a los AC. Son segmentos críticos importantes por sus impactos en la escuálida opinión pública insular, a la que tienen algún acceso mediante publicaciones, conferencias, y otros medios. Es la única ventana crítica con que cuenta la esfera pública insular (a la que los opositores no pueden llegar) y una ventana de alguna manera privilegiada, si tenemos en cuenta que en este campo incursionan los mejores intelectuales cubanos que viven en la isla, e incluso algunos emigrados.

Por otra parte, el campo AC no solo es difuso y heterogéneo, sino también provisional. De alguna manera sus integrantes solo tienen en común la común excomunión. O como decía el inagotable Juan Valdez Paz, el estar siempre expuestos a ser cazados como conejos en un tabloncillo de baloncesto. Si el sistema político cubano evolucionara hacia posiciones más pragmáticas y permisivas —lo cual parece que lo hará de mano de Adam Smith, no de Rousseau- es previsible que algunos componentes sean captados para integrar la clase política Como sería el caso —para poner un ejemplo- de los tecnócratas promercado, notoriamente más inteligentes e ilustrados que la mayor parte de los funcionarios con que cuenta el estado para abrir Cuba a la economía global. Y si evolucionara en la otra dirección —inobjetablemente de la mano de Deng Xiao Ping— entonces los acompañantes críticos pudieran ser programados para tareas diferentes a la democratización en que Rafael Hernández se imagina laborando como un “opositor leal”.

Finalmente, creo que la discusión sobre este tema, o sobre cualquier otro, debe pasar por una actualización conceptual acerca de lo que es la sociedad cubana en esta primera mitad del siglo XXI. El concepto “pueblo”, por ejemplo, es un significante vacío que cada cual ha llenado a su gusto en los últimos cien años, y por consiguiente, equívoco. Y es interesante anotar que si este concepto tenía al principio del hecho revolucionario una connotación sociológica —clases y grupos subordinados— hoy es regularmente definido sobre bases conductuales: aquellos que mantienen posiciones nacionalistas.

Nación y nacionalismo no lo son menos, en una sociedad transnacional que ha estado sesgada por la polarización, como resultado tanto de la hostilidad de los primeros emigrados como de la construcción ideológica binaria que de ellos ha realizado el gobierno cubano. Otras construcciones ideológicas —cubanía/cubanidad, platismo, etc.— resultan aún más confusos y contraproducentes. Y así de manera casi infinita, nos topamos con la realidad de que según más concluyentes y explícitos parecen ser los términos, mas imprecisos e inútiles resultan.

Lo más lamentable es cuando, a falta de otros contenidos, llenamos los significantes con propuestas éticas, entre las cuales descuella, para el tema que discutimos, la Lealtad. Durante muchas décadas hemos errado en la construcción de una república, entre otros motivos, porque la hemos querido hacer más virtuosa que práctica. Creo improcedente que sigamos avanzando con la carga axiológica de remitir los fundamentos republicanos a la virtud. La virtud es siempre relativa, difusa y trascendentalista. Y en cambio, necesitamos un orden político inmanente, desacralizado, sujeto a críticas y donde nada es inmortal. Necesitamos una separación esencial entre política positiva y moral positiva, de manera que la crítica al legislador no excluya a nadie del Demos. Ello nos hará más tolerantes, democráticos y universales. Justo lo que necesitamos en este siglo que ya envejece.

Y nosotros con él.

Santiago de Chile, 18 de marzo de 2014.



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