Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Regalos inmerecidos

El apoyo al belicismo ruso y el agasajo al terrorista Samir Kantar demuestran que la política exterior cubana es, a la vez, inmadura y senil.

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La bienvenida otorgada al terrorista libanés Samir Kantar en la Embajada cubana en Beirut y el apoyo de La Habana a la agresión rusa contra Georgia muestran dónde terminan los intereses nacionales y comienzan las ambiciones comunistas.

Si el interés nacional cubano requiere una posición de principios contra el terrorismo y la agresión, cualquiera sean sus motivos, el comunismo —para evitar el ostracismo internacional derivado de sus prácticas violatorias de las normas internacionales de derechos civiles y políticos— necesita reciprocar solidaridades con cualquier oponente de EE UU, sea violador del derecho internacional o no.

¿Terroristas buenos y terroristas malos?

En 1979, Samir Kantar aporreó la cabeza de una niña de cuatro años, a quien había secuestrado después de asesinar a su padre, en un ataque terrorista contra la población civil israelí, al estilo del lanzado en 1971 por cubanos exiliados contra el poblado pesquero de Boca de Sama. Kantar, quien fuera condenado a 542 años de prisión en Israel, nunca expresó remordimiento por su crimen. Al ser liberado por Israel en un reciente canje por los cadáveres de dos soldados israelitas, Kantar declaró: "Nuestra operación fue dirigida contra objetivos civiles y militares… No hay objetivos civiles. Los sionistas civiles son soldados en receso once meses al año".

¿Conviene a La Habana —víctima reiterada del terrorismo y que demanda la extradición de Luis Posada Carriles— definiciones tan contrarias al derecho internacional humanitario, en las que no existen distinciones entre objetivos civiles y militares? ¿Dónde queda la diferenciación del Che Guevara entre guerrilla y terrorismo, condenando este último como dañino a los movimientos revolucionarios? ¿Tiene la solidaridad con los enemigos de Estados Unidos y sus aliados alguna rivera moral?

El interés nacional cubano debe radicar en la condena del terrorismo, no importa la causa que diga representar.

Del lado del agresor

Fidel Castro no está informado sobre el conflicto ruso-georgiano o no se quiere informar. Las causas de este conflicto son, esencialmente, el resentimiento de la hegemonía rusa al desarrollo de un oleoducto alternativo, desde Azerbaiyán a Turquía, pasando por Georgia y evadiendo Rusia. El oleoducto Baku-Tbilisi-Ceyhan es bueno para Georgia y es lógico que ese país soberano lo desarrolle, aun cuando sea en competencia con Rusia.

La segunda causa es el secesionismo abjasio y osetio, alentado desde Moscú, violando la integridad territorial georgiana. Georgia se ha aliado a EE UU porque comparte sus valores democráticos y porque es el único poder que puede balancear al expansionismo ruso, que ya en 1921 cercenó su independencia.

No es que los georgianos sean santos. La comunidad internacional debe investigar las denuncias osetias sobre el bombardeo georgiano a sus poblados, pero el único genocidio reciente probado en Georgia fue cometido por extremistas abjasios, con apoyo ruso de los partidarios del fascista Zhirinovski, entre 1992 y 1993, y otra vez en 1998. Más de 350.000 georgianos fueron expulsados de sus casas a punta de cañón. Naciones Unidas condenó varias veces esa limpieza étnica, ejecutada por bandas abjasias bajo el liderazgo del tránsfuga ex comunista devenido extremista nacionalista Vladislav Arzimba, en la que más de 30.000 georgianos murieron.

Las tropas rusas no estaban como fuerza de paz, sino como ocupantes del territorio georgiano. Incluso después de reforzar las posiciones secesionistas, los fascistas rusos bombardeaban periódicamente las regiones de Abjazia y Osetia, donde las personas de origen georgiano predominan. Las milicias paramilitares abjasias incursionaban periódicamente en el territorio violando las mujeres, saqueando casas, asesinando personas, para promover un nuevo éxodo. Durante los meses previos a la guerra, aviones rusos violaron reiteradamente el espacio aéreo georgiano, derribando aviones de este país. Naves de guerra rusas también penetraron en sus aguas territoriales.

Los que culpan a Estados Unidos de promover este conflicto no han presentado una sola evidencia para demostrar su argumento. Los cerca de cien asesores militares norteamericanos en Georgia estaban allí por decisión soberana de su gobierno democrático. ¿Cuál lógica llevaría a Estados Unidos, en medio de dos guerras en Irak y Afganistán, a promover un conflicto en Georgia, en la que su aliado lleva todas las de perder?

El mundo no gira en torno a la relación entre La Habana y Washington. Ni en Moscú ni en Tbilisi nadie pensó en Cuba o en el embargo de EE UU cuando se tomaron las decisiones. Sin embargo, el apoyo cubano a la agresión rusa debilita la moral de una posición basada en el derecho internacional, que en el caso cubano, un país pequeño, es también pragmática, pues impone límites y deslegitima la acción intervencionista de las grandes potencias.

No es coherente condenar la ocupación de Irak y apoyar la invasión rusa a Georgia. Ni defender la integridad territorial boliviana mientras se justifica el desmembramiento de Georgia. Es de esperar que el Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos, bajo el mandato del profesor cubano Miguel Alfonso, brillante en su conocimiento de derecho internacional, sugiera una condena a la agresión rusa y los crímenes de guerra cometidos por cualquiera de las partes en conflicto.

¿Qué dirá el Movimiento de Países No Alineados sobre tan claro ataque contra la integridad territorial de un país soberano? ¿Desde cuándo La Habana acepta el lenguaje de las zonas de influencia y el cambio de régimen?

En 1979, cuando dirigió por primera vez el Movimiento No Alineado, La Habana pagó un alto precio político por apoyar la invasión soviética a Afganistán. Para defender lo indefendible, el embajador Raúl Roa Kouri, cuyo padre Raúl Roa García, había condenado la invasión soviética a Hungría en 1956, contrastó la solidaridad de la URSS con Cuba con la política estadounidense del embargo. ¿Cuál es la lógica hoy para apoyar la invasión de un país soberano, después que Putin recogió en 2001, sin ceremonia ni respeto, la base de Lourdes?

Crecer no es ponerse viejo

El criterio de validez para la relación de Cuba con Rusia, China, Irán, o cualquier otro país, sea aliado o rival de Estados Unidos, debe ser si ese vinculo es provechoso para Cuba. Nuestro país necesita mercados para sus productos, emisores de turismo y, como apuntara Cosme de la Torriente al entrar Cuba a la Liga de las Naciones, balance para una relación asimétrica con Estados Unidos. En todo esto, un partido imperialista es siempre una posibilidad. Lo anterior, sin embargo, no implica hacer causa común con esos gobiernos cuando violan el derecho internacional ni oponernos automáticamente a Estados Unidos, un vecino poderoso, con el que no necesitamos más conflictos.

Durante la guerra fría, varios países negociaron masivos subsidios de las potencias a cambio de su posicionamiento político. Cuba jugó ese juego con relativo éxito. Pero ese juego se acabó en el mundo globalizado de hoy. Como demuestran China y Vietnam, un ambiente internacional sin tensiones es condición importante para el éxito de cualquier reforma económica y para la atracción de inversiones. Un crecimiento económico con tasas asiáticas que proporcionen comida, trabajo y transporte es lo mínimo que necesitan los que en La Habana, Mayajigua o Candelaria viven en casas en muy mal estado.

Crecer y ponerse viejo no son sinónimos. La rusofilia y el antiamericanismo demostrados con el apoyo a la agresión rusa contra Georgia y con el agasajo al terrorista libanés Samir Kantar, son simultáneamente inmadurez y senilidad. El patriotismo se basa en la promoción positiva de la seguridad nacional, la realización progresiva de todos los derechos humanos (civiles, políticos, económicos, sociales y culturales) para todos los ciudadanos y, por último, pero no menos importante, en las leyes internacionales que facilitan tales fines.

Ni Rusia ni Samir Kantar merecen que Cuba les regale sus principios e intereses.


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