Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Un reto para Raúl

Decir adiós a la anacrónica resolución de la OEA sobre Cuba, no significa olvidar su historia.

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Cuba no está de vuelta. El 3 de junio, la Asamblea General de la OEA revocó la resolución de 1962 que había excluido a La Habana de sus filas. Estableció, también, una vía para su reintegración: el régimen deberá tomar la iniciativa y establecer un diálogo que se realizaría según "las prácticas, los propósitos y los principios" de la OEA.

Hace casi 35 años, otra Asamblea General determinó poner fin a las sanciones colectivas contra La Habana y liberó a los Estados miembros para que restablecieran relaciones con la Isla. En 1975, el gobierno de Ford, que había iniciado un diálogo discreto con La Habana, había aprobado de antemano la resolución de la OEA.

Así y todo, el voto —en aquel momento— se aprobó sólo con la mayoría requerida de las dos terceras partes. Chile, Paraguay y Uruguay, dictaduras militares en aquel entonces, votaron "no"; Brasil, aún bajo los militares, y la Nicaragua de Somoza, se abstuvieron.

Con la excepción de Estados Unidos, todos los países de la región tienen relaciones normales con La Habana. Este año, once presidentes latinoamericanos —incluyendo a Evo Morales, que llegó la víspera— han realizado visitas oficiales. Sin embargo, sin la declaración de Barack Obama de proceder a "un nuevo comienzo", hubiera sido inconcebible derogar la exclusión de de la OEA. A diferencia de la de 1975, la nueva resolución se adoptó por consenso.

De "error histórico" calificaron los Estados miembros más militantes la resolución de 1962. Pero, ¿lo fue?

La retrospectiva es perfecta, pero también puede ser olvidadiza. Todavía no había sucedido la Crisis de los Misiles. Cuba le brindaba apoyo a las guerrillas en América Latina, una jugada que —en parte— fue la respuesta de La Habana a las actividades de Washington para destruir la revolución. En pocas palabras, era el apogeo de la Guerra Fría. Por lo que… sí, de acuerdo, demos un entusiasta adiós a la resolución anacrónica, pero no olvidemos su historia.

Realismo versus crispación

Cuba es un símbolo poderoso en América Latina y el Caribe. Algunos países —Brasil, Chile, Colombia, la República Dominicana y México, entre otros— adoptan un enfoque realista, basado en la diplomacia y el comercio.

Por otro lado, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador y Honduras ondean las banderas de la "solidaridad y el antiimperialismo". Caracas y Managua, en especial, amenazaron con abandonar la OEA y aún suspiran por una organización alternativa sin Estados Unidos.

La presencia de Obama en la Casa Blanca es un desafío para el populismo militante. Por ejemplo, en abril, en la Cumbre de las Américas, Obama estableció una sólida relación con sus contrapartes del Caribe anglófono.

En Honduras, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, continuó esa buena comunicación en una reunión-desayuno especial con los cancilleres de la región. Los gobiernos caribeños han sido críticos implacables del embargo de Estados Unidos, pero están dispuestos a ser más flexibles con Obama. También están dispuestos a serlo casi todos los gobiernos de América Latina.

En un plano, la discusión en la OEA se centró en la revocación de la suspensión de Cuba. Algunos aclamaron la resolución porque no imponía condiciones, algo que es técnicamente cierto, excepto que ahora le incumbe a La Habana tomar la iniciativa. En el caso improbable de que la asumiera, la dirigencia cubana sabe bien que la resolución exige un diálogo según los principios de la OEA. En otro plano, el asunto más complicado se halla en la Carta Democrática Interamericana (2001).

Cuando se aprobó la resolución, Manuel Zelaya, presidente de Honduras, exclamó: "Comenzamos una nueva era de fraternidad y tolerancia". Sin embargo, la Carta Democrática no contempla la tolerancia ante la represión.

Si La Habana deseara integrarse, la OEA se colocaría en un aprieto tal, que podría muy bien fulminarla. Mientras tanto, la Carta Democrática no tiene suficiente fuerza para evitar que el populismo militante subvierta los derechos y las instituciones democráticas. Después de todo, la democracia es algo más que salir victoriosos en las urnas.

En los últimos dos meses, La Habana no ha escatimado epítetos, uno tras otro, contra la OEA. No parece que Raúl Castro vaya a aceptar el reto que contiene la nueva resolución. Si lo hiciera, habría problemas por doquier: en la OEA, en las relaciones Estados Unidos-América Latina y, en especial, en el incipiente diálogo Washington-La Habana. De hecho, el régimen cubano podría ser una influencia de moderación sobre el populismo militante.

Ahora que la suspensión de La Habana quedó atrás, América Latina y el Caribe deben respirar hondo. Ni el Palacio de la Revolución ni la Casa Blanca quieren acortar su distanciamiento de forma rápida. La Habana se enfrenta a problemas nacionales descomunales. También el gobierno de Obama, aunque sus problemas sean de otra índole. La región debe seguir las indicaciones de Washington y La Habana, y dejar que avancen paso a paso.


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El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, en San Pedro Sula, el 3 de junio de 2009. (AFP)Foto

El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, en San Pedro Sula, el 3 de junio de 2009. (AFP)