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Actualizado: 10/05/2024 11:46

Economía

¿A dónde va el socialismo de Estado?

Después de destruir la industria azucarera, el sistema pretende reproducirse en los excedentes venezolanos y chinos.

Los "marxianos" escribieron un montón de ensayos y libros para dejar claro que el socialismo científico que pensó Carlos Marx nunca existió. En ninguna época y lugar. Los "marxianos" eran unos intelectuales que en materia de teoría social y política partían de la idea de Marx de que el socialismo sólo era posible a partir de la sociedad más desarrollada, de modo que si, por ejemplo, la cuestión del socialismo no avanzaba desde Inglaterra, Francia o Estados Unidos, no había nada que hablar.

Los marxistas, menos rigurosos pero más imaginativos que los "marxianos", se inventaron el socialismo en las periferias más cercanas al capitalismo, siempre en una órbita occidental y europea. Legitimaron a la ex Unión Soviética y al resto de la Europa del Este y fundaron una teoría de la sociedad socialista basada en una sedicente propiedad del proletariado, en una hegemonía del partido comunista y en una distribución igualitaria de la riqueza.

La prueba de su existencia no estaba en su afirmación positiva, sino en lo que negaba: aquellas no eran, definitivamente, sociedades capitalistas al estilo ni siquiera de Francia.

Otros marxistas, menos rigurosos que aquellos y todavía más imaginativos, recrearon una especie de socialismo de Tercer Mundo en el que calificaban Etiopía y Granada y en la que se inscribía Cuba.

Fracaso de la ficción política

Como sabemos, todos esos socialismos marxistas fracasaron. La ficción política e ideológica de que estábamos frente a sociedades socialistas se vino abajo —cero propiedad y producción sociales y nada de distribución igualitaria de la riqueza— y las naciones que asimilaron el cambio comenzaron a experimentar con híbridos, más o menos exitosos, sobre la base de sociedades capitalistas y de mercado, que no son la misma cosa.

Quedó una especie de socialismo post-1989 en aquellos países tercermundistas o tercermundiados que se resistieron al cambio, que no pudieron evitar la quiebra de los socialismos "societarios" y que se refugiaron en un socialismo de Estado que intentaba redistribuir los beneficios sociales en medio de la autoreproducción cíclica de las desigualdades y la profundización veloz de su viejo ciclo improductivo.

Corea del Norte, Vietnam, China y Cuba quedaron como testimonio de ese socialismo de Estado post-1989. En muchos casos, sin embargo, tal socialismo fue y es mera táctica retórica para mantenerse al mando de la situación, como son los casos de Vietnam y China (el último de los cuales percibió la necesidad del cambio tan temprano como 1979, apenas cinco o seis años después de la explosión de la revolución tecnológica de principio de los setenta), países que se sitúan a la cabeza mundial en varios ámbitos productivos gracias a la introducción de prácticas capitalistas y de mercado, ambas inclusive, en sus respectivas economías.

Corea del Norte sobrevive por el uso "eficaz" de la carrera armamentista en su vertiente nuclear, una táctica netamente imperialista, y ha quedado como una gran corporación de tipo estatal para la distribución de la ayuda internacional, que proviene de los graneros capitalistas e impide que sus ciudadanos mueran de hambre.

¿Y Cuba? Después de la quiebra de su versión particular de socialismo "societario", su socialismo de Estado muere, o por languidecimiento o por los ataques inevitables del propio poder.

La introducción del dólar, o del concepto de las mercancías-divisa, es un proceso irreversible en el languidecimiento de ese socialismo de refugio. Constituye una bomba de acción lenta que el Estado se vio obligado a colocar debajo de la cama de cada cubano.

Ahora, la eliminación paulatina, recientemente anunciada, de los subsidios a los alimentos, la electricidad, a determinados espacios culturales y a otros sectores que de seguro se quedarán colgados de la brocha, toda vez que el Estado siga corriendo la escalera; y la subida y bajada de precios a las mercancías, según la lógica de cualquier sociedad de mercado que quiere hacer el inventario y la limpia de sus viejos almacenes, son la prueba de la liquidación del socialismo de Estado al quitarle el tapón a la botella.

Destruirse por su propia mano

Sólo quedan los mitos-realidad de la educación y la salud, que correrán, nadie debe dudarlo, la misma suerte de las demás prestaciones sociales.

El socialismo de Estado tiene entonces la misión de destruirse por propia mano. Una especie de muerte digna, no asistida ni por sus enemigos declarados ni involuntarios, que camina a costa de la dignidad de sus ciudadanos en la medida en que los atrapa en sus cabriolas, su falta de aire y su ya débil respiración, y no les permite escapar por vías ya ensayadas con mejor éxito y trazadas en el mapa social y cultural de la sociedad cubana.

Después de destruir la hoy productivísima industria azucarera, como bien saben todas las gasolineras del mundo, y con ello el suelo fundador de la cultura económica de Cuba, el socialismo de Estado pretende reproducirse en los excedentes venezolanos y chinos y proyectarse en la combinación de retórica, escolástica y profusión barroca.

Lo primero es un U-turn, un giro al infierno del juego geopolítico de grandes y medianas potencias, que profundizará el fracaso de todo proyecto nacional, y lo segundo, un rasgo cultural que no dice otra cosa que somos cubanos: exquisitos degustadores de la retórica, la escolástica y la estética barroca.

Pero después de muerto el socialismo "societario", de morir lentamente a manos del socialismo de Estado, ¿podremos construir sobre esta doble ruina la sociedad del bienestar? Ello depende de a dónde nos lleve el socialismo de Estado en su caída.

© cubaencuentro

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