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EEUU, Elecciones, Trump

Cuba, entre la «realpolitik» y la política exterior idealista

Un Washington que aplique la realpolitik es letal para la causa de la democratización de Cuba

Donald Trump ha dado grandes pasos en el abandono de la política exterior idealista, basada en la defensa de los principios y valores liberales, la cual iniciara Woodrow Wilson y llevarán adelante presidentes tan disímiles como Franklin Delano Roosevelt o Ronald Reagan. En su lugar ha adoptado una política basada por completo en el interés nacional inmediato, a su grito nacionalista de batalla: “America First!”.

Esto a la larga implica que si para la seguridad de Estados Unidos, si para que permanezcan lo más blancos y angloparlantes posibles, es más conveniente en La Habana un gobierno fuerte, no democrático, pues muy bien.

Sin embargo, algunos cubanos anticastristas, deslumbrados por el oropel telenovelesco de la convención republicana, por los gestos de guapetón de barrio de Trump, no parecen entender este razonamiento: que hace ya mucho para el interés nacional inmediato de EEUU es más conveniente conservar a la vista de sus costas el actual gobierno fuerte, el cual con un poco de presión asume con suma eficacia el control de su propia emigración, o impide el uso de su territorio como escala para cualquiera de los muchos tráficos ilegales que hoy imperan en el mundo, y no dejar a los cubanos volver a ponerse a experimentar con un gobierno democrático, potencialmente imprevisible, y que si anteriores administraciones americanas no se han dejado arrastrar por el realismo, y han admitido tal realidad, se debe al peso de la tradición de esa política exterior basada en principios y valores liberales, que ahora Donald Trump se ha propuesto echar abajo por completo.

Porque lo cierto es que si EEUU dejase de pensar como la superpotencia hegemónica global, que guía al mundo desde un conjunto de principios y valores liberales, para en cambio convertirse definitivamente en una potencia que acepta aislarse en sí misma, y dejar que otras potencias se repartan el mundo en zonas de influencia, lo cual es en esencia la propuesta de Trump, no tardarían en comprender que en cuanto a Cuba lo que realmente les conviene es mantenerla bajo el control carcelario del PCC, los CDR, el MININT y sobre todo la Seguridad del Estado, al tiempo que establecen un modus vivendi con ese régimen, para evitar el que La Habana vaya a verse en la necesidad de orbitar alrededor de algún otro poder global.

Entiéndase, no hablaríamos ya del “acercamiento”, en que en definitiva lo que se perseguía era crear una clase media y una comunicación con los valores, principios y estilos de vida americanos que socavara poco a poco las bases ideológicas del régimen hasta provocar su disolución (tan eficiente que obligó a un sector del régimen a plantearse una provocación contra los diplomáticos americanos en La Habana). Hablaríamos de una voluntad americana de sostener al régimen de La Habana, como régimen represivo en sí que les cuida sus accesos, mientras se le garantizan ciertas ventajas comerciales o financieras, para que no tuviera necesidad de mantener sus intentos actuales de acercamiento a Moscú y Beijing.

Un Washington que aplique la realpolitik es letal para la causa de la democratización de Cuba. Téngase presente que la única vez en que EEUU y Cuba han estado a solo un paso de establecer un modus vivendi semejante fue durante la administración de Gerald Ford. Cuando la debilidad del presidente le permitió a su Secretario de Estado, Henry Kissinger, imponer su entonces novedosa visión de priorizar el interés nacional inmediato en política exterior, sobre cualquier consideración ética o en particular en la defensa de los derechos humanos. Precisamente una visión que ahora comparte la administración Trump.

Ocurrió en 1975, cuando las conversaciones entre La Habana y Washington avanzaron mucho. Las cuales conversaciones se vinieron abajo, por cierto, no por algún recrudecimiento de los niveles de violación de los derechos civiles y políticos en la Isla, sino porque Fidel Castro decidió intervenir en Angola. Lo cual ya violaba la idea de Kissinger de que a Cuba podía dejársela tranquila en las manos de Castro, siempre y cuando este aceptase a su vez quedarse quietecito en ella, sin sacar las garras o las barbas más allá, administrándola a la manera alguna gigantesca hacienda latinoamericana (Kissinger no tenía problemas con ello, dado que pensaba que esa era la única manera realista de gobernar a los cubanos, esos indios en pantalones de poliéster soviéticos).

Kissinger, por cierto, se ha declarado ahora un firme partidario del America First, y solo ha pedido que el presidente Trump sea un tanto más consecuente en su aplicación. En lo que seguramente se refiere, entre otros, al caso cubano.

Los cubanos que deseamos en realidad acabar con el actual régimen cubano (no incluyo aquí a los vagos, que viven del cuento del anticomunismo, y que no desean en consecuencia que se les acabe), debemos comprender que si hasta ahora se le ha sacado algo a Trump, algo mínimo, más gestual que real, no obstante, se debe a que el señor presidente suponía que para asegurarse un segundo periodo en la Casa Blanca tenía que tener el apoyo del exilio cubano.

La pregunta, en caso de ganar ese segundo período, y sin la posibilidad de un tercero, es: ¿qué evitaría que un Trump, ya sin necesidades electoralistas, decidiera extender la aplicación de su realpolitik de interés nacional, y nada más, también a Cuba?

En realidad, nada.

Podría argumentarse que la existencia de un exilio cubano, que lo impediría con su influencia política, pero lo cierto es que esa influencia se evaporaría en caso de un segundo triunfo electoral de Trump. Y sucedería así porque en esencia los intereses de la minoría cubana trumpista son irreconciliables con los de la mayoría americana que lo apoya. Los primeros quieren que EEUU se involucren en una campaña anticomunista fuera de sus fronteras, como la impulsada por Ronald Reagan, mientras los segundos solo quieren vivir en casa sin salir a resolverle los problemas al mundo (a los cubanos), como ha sido hasta la llegada de Trump.

Irremediablemente, para el interés nacional de EEUU, La Habana como mejor está es como hasta ahora. Solo nos salva de que EEUU tomen de forma consecuente ese camino la tradición de política exterior idealista, basada en principios y valores liberales. La tradición de Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt, “Ike” Eisenhower, Ronald Reagan o George W. Bush. Por tanto, es estúpido apoyar a alguien que tiene como base de apoyo una mayoría aislacionista, alguien que promueve deshacerse de manera radical de esa honrosa tradición, para en cambio imponer una realpolitik que indica para EEUU lo contrario de lo que nos conviene.

© cubaencuentro

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