Cambios, Debate
Democracia solo para mi gente
No hay ningún libro que resuelva el problema cubano
En mi último artículo sobre una guardería infantil privada en La Habana, argumenté sobre la necesidad de que la sociedad cubana conozca hasta donde la actualización implica la privatización de la producción y los servicios en Cuba, cuestión esta que los lineamientos no explican y las leyes ponen en solfa. Y lo creo, porque en el interesante debate entre Carmelo y Rolando —dos admirados amigos— me inclino a secundar a Carmelo en su idea de que los cambios raulistas son insuficientes y fragmentados, pero estructurales. Y esos cambios dejan huellas profundas, y no se pueden tomar a la ligera.
Si alguien lee el artículo —no hace falta que sea cuidadosamente— podrá observar que no fijo posición personal alguna sobre el tema de las privatizaciones. No quiere decir que no las tenga, junto a otras muchas dudas, pero no tomo posición sobre el hecho en si. Solo digo que el tema debe ser discutido y expuesto públicamente, sobre todo si se trata de la privatización de un servicio social como la educación. Esto es un principio básico de la democracia: el derecho de la sociedad a conocer y discutir libremente sobre su futuro.
Pero para mi asombro, encontré varias reacciones airadas de lectores que, o no entienden el castellano, o tienen retinosis cerebral o simplemente abogan por una democracia mutilada que solo beneficiaría a los que piensan como ellos. Como dice el título: la democracia solo para mi gente.
Así un lector de Cubaencuentro me dejó un cariñoso mensaje donde me presentaba como exponente de un “cerebro de hombre nuevo lavado con lejía de mesas redondas”, mientras que otro de Havana Times me exhortaba a explicarle lo que era el “marxismo puro” y el “socialismo verdadero”, como si yo me dedicara por encargo a esas trivialidades, o como si lo que yo pedía tuviera algo que ver con el marxismo, puro o impuro.
Hay que reclamar el derecho a discutir todo y con todos. Sin prejuicios.
Por un lado, la sociedad tiene que plantearse tareas mayúsculas en la economía y en la política que no pueden resolverse desde las doctrinas, ni leyendo libros clásicos, ni apegando nuestras esperanzas a fórmulas consagradas por tendencias políticas. Todo eso —los libros clásicos, las doctrinas y las preferencias políticas— son partes de una discusión en la que todo el mundo debe caber, pero donde nadie tiene la verdad absoluta. El orden mejor constituido, decían los neocorporativistas, es aquel en que la segunda opción de cada cual sea la mejor opción de todos.
La sociedad cubana es muy compleja, aunque valga aclarar que no necesariamente más que otras pues, no somos para nada excepcionales. Somos, por ejemplo, una sociedad transnacional que está obligada a oír a todos los cubanos en todos los confines. Y también somos una sociedad donde existen propuestas desde todas las esquinas políticas, que se irán incrementando según el sistema político se relaje y el propio Partido Comunista comience a producir abiertamente a sus neoliberales, socialdemócratas, keynesianos, neocomunistas, democristianos, socialistas y anarquistas.
Y hay que discutir, además, porque en este mundo complejo en que vivimos no hay recetas infalibles. Es admirable ver a quienes pueden imaginarse soluciones para todo desde un par de prescripciones fáciles: más o menos mercado, más o menos estado… Creo que son personas que pueden dormir plácidamente fatigados de tanto onanismo político. Pero por esa vía no llegamos a ningún lugar.
Y por todo eso hay que discutir, y hacerlo creyendo que la idea opuesta puede ser valiosa de alguna manera, y no simplemente un asunto para rebatir.
Requerimos discutir, por ejemplo, cuanto de la estructura socioeconómica y política de los últimos cincuenta años merece ser rescatada, y cuanto debe ser desechada. Pero también que parte de la historia republicana debe ser considerada un antecedente valioso de nuestro futuro. Y hay que discutir analizando fríamente nuestras oportunidades en el mundo contemporáneo y en eso que llamamos la economía global.
Hay que considerar que relación debe establecerse entre los tres mecanismos de asignación de recursos y valores —estado, mercado y comunidad— y como compensar solidariamente a quienes pierdan inevitablemente en la relación que consideremos óptima. Es algo muy complejo que, por lo demás, no se discute de una sola vez, y que implica cuestiones específicas como el rol estatal en la economía —habilitación, regulación, propiedad— las prioridades de las formas de propiedad que deben existir, las prerrogativas de cada una y la manera como se debe distribuir el plus producto.
Todos decimos que queremos la democracia, pero hay que definir que tipo queremos. Por ejemplo, como se articularían los poderes estatales, los grados óptimos de descentralización, el nivel de transparencia deseado y el peso de los mecanismos representativos y participativos.
No menos importante es precisar cómo queremos abordar el inevitable transnacionalismo de nuestra sociedad. Y si realmente vale la pena una apertura decisiva hacia los emigrados, no para cumplir una meta nacionalista de “Cuba para los cubanos”, sino al revés, para conseguir un efecto de “los cubanos para Cuba” que no solo impulse el desarrollo nacional, sino que también nos ayude a vencer nuestra percepción insularista del mundo.
Pero esto son solo preguntas. Yo tengo mis respuestas a algunas de ellas, pero sobre todo tengo preguntas sobre todas. Y lo que siempre trato de hacer es derivar mis modestas respuestas desde el análisis crudo de las oportunidades y los riesgos, y no desde la formación ideológica con la que todos cargamos. No hay ningún libro que resuelva el problema cubano. El libro es nuestra sociedad. Su lectura, la discusión democrática.
© cubaencuentro
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