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Actualizado: 17/04/2024 23:20

Economía, Cambios, Crisis

El frenazo

La retranca les está siendo aplicada a los cubanos desde ambas costas del estrecho de la Florida

Paralización, estancamiento, marasmo. No son palabras ajenas a quienes dominan ese difícil “arte de la espera”, que ha caracterizado la vida en la Isla durante décadas. Pero lo que en estos momentos experimentan los cubanos es más que la inercia cotidiana, que desde hace largo tiempo conocen. Lo que sufren ahora es un verdadero frenazo.

Y para mayor calamidad, la retranca les está siendo aplicada desde ambas costas del estrecho de la Florida.

Cuando comenzó a operar el servicio en la Isla —en abril de 2015—, la palabra Airbnb, el propio concepto, debe haber sonado muy extraño para muchos. Y no solo dentro sino especialmente fuera la apuesta arriesgada de puesta en marcha.

¿Un resultado del mundo de las transacciones online, las redes sociales, las plataformas digitales y los teléfonos inteligentes funcionando en Cuba, cuando la mayoría de las casas no tienen internet?

Pero los cubanos se adaptan rápido, aprenden pronto y funcionan de prisa.

Durante varios, varios y largos meses, todo fue de maravillas, hasta que al parecer ahora ha surgido un problema, un gran problema para quienes viven allá.

En Miami

Se han producido demoras en los pagos a quienes alquilan sus viviendas en Cuba, y aunque Airbnb le dijo a El Nuevo Herald —que trae la noticia—, que están trabajando en una solución, lo ocurrido es un buen ejemplo de lo difícil que resulta lo simple en Cuba.

El problema tiene que ver con el mecanismo de pago que utiliza la compañía para enviar el dinero a sus usuarios cubanos, según explica el diario de Miami.

El embargo prohíbe la mayor parte de las transacciones bancarias entre Estados Unidos y Cuba, así que Airbnb optó por utilizar una compañía de envío de remesas con sede en Miami, VaCuba, para entregar personalmente los pagos a los arrendadores en la Isla.

Así que una transacción por internet —donde se conecta a huéspedes con dueños de casas interesados en alquilar mediante una plataforma digital— en el caso cubano terminaba con una operación donde una persona le llevaba el dinero a otra a su casa.

Claro que en un principio, el transitar de momento del mundo del siglo XXI a casi la villa del medioevo se vio como un simple paso transitorio. Porque había comenzado el “deshielo” y “Cuba es el país de más rápido crecimiento en Airbnb en la historia de nuestra plataforma”, como dijo Brian Chesky, director ejecutivo y fundador de Airbnb, cuando viajó en la delegación que el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llevó a La Habana en marzo de 2016.

Para esa fecha, Airbnb contaba con 4.000 viviendas que ofertar en la Isla, en las que se hospedaban del 10 % al 20 % de los viajeros procedentes de Estados Unidos, según afirmó Chesky durante una conferencia de prensa organizada por la Casa Blanca en La Habana.

Por supuesto que, en principio, el actual problema de los pagos es un asunto puntual con una solución más o menos cercana. Pero el tema del turismo, los viajes y las transacciones bancarias entre EEUU y Cuba no despiertan en estos momentos mucho entusiasmo.

Hay una total incertidumbre sobre el camino que tomarán las relaciones entre Washington y La Habana, pero es difícil el optimismo.

En La Habana

A noventa millas de las costas floridanas, la retranca es aún mayor. Al punto que Fernando Ravsberg considera que si 2015 fue el año del “deshielo”, 2017 podría considerarse como el de la “congelación” de las reformas iniciadas en 2008.

“Las PYMES, las cooperativas, el trabajo autónomo, la unificación monetaria, la inversión extranjera, los cambios previstos en la constitución, la ley de prensa, la de cine, la que reconoce los derechos de la comunidad LGBTI, todo parece haber sido

puesto en modo hibernación”, afirma Ravsberg.

Y es que la política de Raúl Castro, de avanzar las reformas “sin prisa pero sin pausa” podría haber dado ya todo lo que podía dar, según el analista, ya los pasos siguientes provocarían un “efecto dominó”: cualquier ficha que se tocara, obligaría a cambiar muchas más.

Sin embargo, en un principio el propio Castro trasmitió la impresión de que dichos cambios —“estructurales”, “profundos”, como los llamó— entraban dentro de los objetivos de su plan.

Aunque siempre el gobernante ha reafirmado que no daría marcha atrás en el proyecto “socialista”, ni que introduciría cambios “políticos”, el inmovilismo actual resulta difícil de digerir por los cubanos que en los dos últimos años transitaban por esperanzas múltiples.

Ahora, y debido a una serie de factores que no necesariamente estaban destinados a coincidir, pero que se han agrupado en una especie de tormenta perfecta del desconsuelo, los cubanos se ven atravesando una sequía espantosa en la Isla, cada vez con menos gasolina —y la importancia de ello trasciende el automóvil—, con la incertidumbre de si volverán las restricciones de la época de George W. Bush y con las puertas de entrada a Estados Unidos cada vez más cerradas.

Y mientras tanto, Eliécer Ávila preocupado por su computadora.

La oposición cubana recorriendo sin cansancio su conocida senda entre la paralización y el bochorno.

El frenazo

La renuencia o imposibilidad de avanzar, que repercute en todos los aspectos de la vida cotidiana cubana, obedece a un afán compartido —aunque desde signos opuestos— tanto de Washington como de La Habana en estos momentos.

En Cuba, Ravsberg cita al economista Juan Triana, quien asegura que la unificación de la tasa monetaria podría provocar el cierre de más del 60 % de las empresas estatales, las cuales se benefician de un cambio artificial.

Cuando estas empresas necesitan importar, el Estado les reconoce la paridad entre el peso cubano y el dólar, mientras el cambio real es de 24 a 1.

Si la moneda y las tasas de cambio se unificaran esas empresas serían incapaces de comprar los insumos necesarios para seguir produciendo, explica.

Según Ravsberg, Triana asegura que la unificación de tasas cambiarias y la quiebra masiva de empresas estatales terminarían destruyendo alrededor de 2 millones de puestos de trabajo.

Para evitar ese desempleo en gran escala, la economía cubana tendría que diversificarse a un grado tal que la jerarquía política del país no admite. Ese fue el camino interrumpido desde sus comienzos, al que al parecer se oponía Fidel Castro —y todo indica que su fantasma también— y cuyos temores se multiplicaron tras la visita de Obama.

Al colocar barreras y trabas excesivas al sector privado, que han imposibilitado su desarrollo más amplio, y fracasados los objetivos de desarrollo agrícola para sustituir las importaciones, con la baja en los mercados mundiales de las materias primas y la crisis creciente en Venezuela, con fuerza creciente el Gobierno cubano se ha aferrado al inmovilismo.

Solo que al frenazo de La Habana posiblemente se sume muy pronto otro desde Washington.

¿Hacia donde mirarán entonces los cubanos?

En medio de dicho atasco, una pequeña señal ha “renacido”, aun pálidamente, en la prensa oficial cubana: el “antiimperialismo”; con el articulo condenatorio que desde hace meses no se veía, la información que hasta ayer se pasaba por alto o el tipo de caricatura que uno creía, en lo adelante se quedaría siempre en el tintero.

Y la causa de ello no parece ser tanto Venezuela como Rusia. Si Trump y Putin se apartan en serio y no con gesticos como hasta ahora, es posible que Raúl Castro vea un motivo y una esperanza, para salir de su aburrimiento.

© cubaencuentro

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