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Producción, Moneda, Dólar

Encadenamiento (im)productivo

Es imposible el “encadenamiento” productivo cuando no hay motivación para hacer las cosas

La recompensa del trabajo bien hecho es la
oportunidad de hacer más trabajo bien hecho.
Jonas Edward Salk

Henry Ford, un joven ingeniero de Detroit, y quien había trabajado para la compañía Edison, se detuvo fascinado frente a un matadero de pollos al ver como los trabajadores, sin perder un segundo, convertían las aves en pedazos. La eficiencia del proceso dependía de que cada uno hiciera una tarea específica, y pasara el producto a otro operario, quien ejecutaba su labor, por repetitiva, con energía y rapidez. Dueño para entonces de Ford Motor Company desde 1903, hizo que los nuevos modelos de automóviles tuvieran piezas intercambiables y se fueran ensamblando en cadena. Mientras el producto se deslizaba sobre una estera, cada operario solo tenía que añadir su parte.

Al aumentar la producción y la calidad de los automóviles, Ford fue “sustentable” —palabrita de moda— para pagar a los obreros cinco dólares al día —un capital—, vacaciones y jornadas de ocho horas con descanso los fines de semana. Pero lo más importante fue que los obreros tuvieron suficiente dinero para ser los compradores de sus propios productos, inaugurando hace más de un siglo una sociedad de mercado de nuevo tipo conocida como Fordismo. De esa época de industrialización, y cadena de ensamblaje o montaje nos ha quedado en el cine una parodia hilarante, genial, en Tiempos Modernos (1936) de Charles Chaplin.

Puede que la historia de Ford y el matadero de pollos sea solo una leyenda urbana de la época de la explosión industrial norteamericana, porque autores serios dan el mérito de la cadena de ensamblaje automovilística a Ransom Eli Olds, creador del Oldsmobile. Pero si queremos ir más atrás, habría que citar en Estados Unidos a los empacadores de carne en Chicago en el siglo XIX, el llamado Arsenal de Venecia en el siglo XII —ensamblaje de barcos en un canal—, incluso a los chinos medievales, con la producción de armas y objetos de metal.

La producción en cadena, génesis de la eficiencia y la calidad productiva, descansa en al menos tres factores: división y especialización del obrero, reducción de los tiempos laborales con el beneficio subsiguiente para empleados y propietarios, y la reducción de los costos, proveyendo mayor asequibilidad y financiamiento de los productos en el mercado. Estos aportes a la filosofía del trabajo, no dependen de un sistema político o económico. Son verdades como una catedral, y quien las ignore a propósito o por lerdo, tiene garantizado el fracaso.

Ahora que en la Isla de los Inventos se ha puesto de moda la frase “encadenamiento productivo”, es necesario hurgar en su significado, no económico, sino humano. El descubrimiento atribuido a Henry Ford no quedó en producir más y de mayor calidad, sino en que procurara mejoría sustancial de la vida del obrero, incluida la posibilidad de ser dueño del mismo automóvil que salía de sus manos. Toda la clave del éxito corporativo radica en el aspecto motivacional del trabajador. El salario funciona reforzador de la conducta ante la tarea productiva; se establece una relación circular ganar-ganar: el dueño gana, el empleado también. La verdadera sustentabilidad de cualquier empresa radica en ese bienestar efectivo, no artificial, de los trabajadores. En eso los japoneses son innovadores y maestros: han creado una nueva visión del proceso a la cual comúnmente llaman Toyotismo.

De regreso al universo involucionario insular, sería difícil encadenar algo que no tiene eslabones. O están sueltos. O mal enlazados. El problema fundamental de la filosofía laboral cubana sigue siendo el ser humano, el homo produciencis cubensis, para quien su bienestar personal y el de su familia, el sentido de propiedad sobre las cosas y la posibilidad de elección desde lo que come hasta donde vive, está sujeto a decisiones políticas de una casta divorciada del día a día. Todo es discurso y promesa. Todas las metas son cumplidas, y no hay nada.

Es imposible el “encadenamiento” productivo cuando no hay motivación para hacer las cosas. Cuando en un estado de semi-esclavitud pagan con papelitos que solo sirven para comprar en la plantación, en la Hacienda del dueño. Aunque la persona trabaje y luche toda su vida, seguirá durmiendo en la casa y en la misma cama de sus padres o de sus abuelos, en el mismo cuarto con sus hijos —¿han inaugurado alguna nueva posada en Cuba en los últimos 30 años?—; sobrevivirá, es un decir, con la libreta de desabastecimiento a la cual Pánfilo ya le hizo hasta un entierro simbólico, cobrará en pesos y gastará en “chavitos”, gritará lemas involucionarios en la mañana y en la tarde irá al aeropuerto para recibir con alegría al primo “gusano” convertido en una bella Mariposa Monarca —nunca mejor símil. Nada, que como podría versar un nuevo himno, “vivir es morir en cadenas sumido”.

La diferencia fundamental entre el hombre sometido a la esclavitud o la semi-esclavitud y el hombre libre es, precisamente, su capacidad de decidir por él mismo que le conviene y que no para su vida —había cometido un acto fallido en el borrador: visa por vida— personal. La esclavitud se justificaba con que ciertos seres no tenían “alma”, no eran humanos. Otros “más seres humanos” pensaban por él pues, como los animales, carecían de razón moral. La clase política comunista opera del mismo modo: hay una elite superior que siempre sabe lo que hay que hacer; es un sistema vertical de control social en sentido descendente con muy poca o nula retroalimentación ascendente porque no funcionan las “cartas a la redacción”, recoger gente en las paradas de las guaguas, dar discursos en una panadería sin pan, inaugurar un hotel a sabiendas de que las manos que lo levantaron jamás podrán hospedarse en él —a no ser que lo pague el Primo-Monarca.

La última de las “cadenas” han sido las “facilidades” para importar y vender en la Isla productos en dólares. La moneda fantasmal, la divisa del enemigo, vuelve a escena. Un título así como “El dólar de desencadena” vendría bien a este nuevo capítulo de la tragicomedia insular. El “dólar fantasma”, Fantasmodolar o Dolarfantomas ha preparado la revancha durante años contra el CUC: tendrán que aceptarlo con todo su valor real. Pero el cubano de a pie no contaba con la astucia del Cubanín Colorado: todos los depósitos de dólares se harán en bancos del gobierno, y con tarjetas electrónicas, para evitar que el Fantasmodolar o Dolarfantomas escape en un Citroën convertido en avión al final de la película.

Como no hay nada más serio y metafísico al mismo tiempo que un chiste para comprender el socialismo tropical, y su cadena improductiva, aquí va el cuento: un hombre muere y es enviado al Infierno por sus pecados; allí recibe la opción de San Pedro de escoger si quiere el purgatorio capitalista o el socialista. El individuo responde sin pensarlo que el socialista, para sorpresa del santo. “Se supone que en el infierno capitalista no falta nada”, dice San Pedro. “Sí, por eso mismo”, responde el muerto. Y agrega: “En el capitalismo todo funciona, hay gasolina, fósforos, leña y el tipo que enciende el fuego está allí a su hora. En minutos estaré hecho cenizas”. “¿Y en el socialismo?”. “En el socialismo, San Pedro, si hay leña no hay fósforos o no encienden, si hay fósforos y leña no hay gasolina, si hay leña, fósforos y gasolina el que prende el horno no viene a trabajar porque tiene un certificado médico de reposo. En fin, nunca podrán quemarme”.

© cubaencuentro

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