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Actualizado: 16/05/2024 10:29

Sociedad

Entre el grito y el bostezo

En La Habana se manifiestan con nitidez dos actitudes generalizadas del cubano de hoy: la violencia y la indiferencia.

Por razones obvias, La Habana es el referente por excelencia para pulsar el ánimo de la sociedad cubana: más de dos millones de habitantes de la más heterogénea composición social, racial y económica; ciudad donde se tocan los extremos que van desde las más opulentas mansiones hasta los solares paupérrimos, desde la fatua ostentación de los nuevos ricos y de los poderosos, hasta la más rampante miseria refrendada en las franjas marginales de la ciudad, con barrios idénticos a aquel conocidísimo Las Yaguas, que la revolución hizo desaparecer y que ahora resurge briosamente, multiplicándose en la geografía citadina, poblados por cubanos "ilegales", procedentes en su mayoría de las provincias orientales del país.

La Habana es un espacio cosmopolita en su más amplio sentido, por el que circula todo extranjero —turista o no— que visita la Isla; destino principal del deprimido e inseguro comercio que aún, en alguna medida, sostiene el precario equilibrio que sustenta al régimen; la ciudad más violenta de Cuba, la de mayor índice de criminalidad y delitos.

La Habana es, además, nicho ecológico del poder político mantenido con uñas y dientes desde hace casi medio siglo y, a la vez, la plaza más activa de la disidencia y la que agrupa la mayor fuerza opositora al gobierno.

El grito

En La Habana se manifiestan también con toda nitidez las dos actitudes más generalizadas del cubano de hoy. Una de ellas es la violencia, expresada en el incremento de los niveles delictivos, en el habla grosera cotidiana cada vez más extendida en la población, en la agresión física y verbal de unos contra otros, en el irrespeto de las autoridades y de los "agentes del orden" hacia el ciudadano, en el rebrote de los llamados mítines de repudio contra los individuos o grupos de opinión política diferente (lo que acusa un tipo de violencia de Estado hacia la sociedad bajo su supuesta legitimidad en la defensa de la nación), en el deterioro moral y ético de las estructuras administrativas, en la corrupción generalizada.

Esta es la respuesta más inmediata ante las frustraciones y el descontento social. Las vicisitudes cotidianas, la incertidumbre ante un futuro difuso, la impotencia ante la pobreza perniciosa como única perspectiva cierta y la absoluta dependencia de los caprichos y extravagancias de un sujeto-Estado dueño del porvenir de todos, desemboca —a falta de un vehículo apropiado— en la generalización de la violencia.

A este fenómeno global de la sociedad cubana es al que llamo aquí "el grito", como forma metafórica de definir un estado psicológico de aquellos que no encuentran salida ni vislumbran una solución para el cúmulo creciente de los problemas de la vida cotidiana.

El bostezo

La abulia, la indiferencia, el desacato, el silencio… son la segunda actitud-respuesta del cubano de hoy. Es un tipo de respuesta que, a largo plazo, ha degenerado la moral y el sentido cívico de los ciudadanos.

La mayoría de los habaneros se sienten impotentes, sin esperanzas. Se desconocen como fuerza ciudadana porque más de 40 años de totalitarismo los ha convertido en objetos sobre los que se decide, por parte del poder de un único sujeto. De esta manera, emigrar es el gran sueño de muchos cubanos —fundamentalmente de los más jóvenes—. En tanto, el gran sueño de otros es sobrevivir a Castro y rezar porque finalmente muera, aunque sea de viejo, para ellos poder comenzar a vivir.

La indiferencia es un modo de respuesta que supone una protesta, aunque ineficaz y autodestructiva, que se traduce en la pasividad y el desarraigo. Un indicador importante se reflejó en estas últimas navidades. Los días finales del año 2005 fueron grises. Salvo en aislados hogares en los que se insiste en preservar las tradiciones festivas de estas fechas y la familia se reúne, La Habana no vestía la alegría típica de estas celebraciones, tan arraigadas antaño y hasta hace poco en el pueblo cubano.

No se sentía el ambiente navideño, lleno de buena voluntad y optimismo, pese a la insistencia de las autoridades para organizar "ferias" y espectáculos y pese al fabuloso y sorprendente 11,8 por ciento de crecimiento económico —como salido de la gorra verde olivo del mago—, con el que el gobierno pretendió deslumbrarnos.

El futuro inmediato

Sin ánimo de hacer predicciones (es muy difícil en Cuba), no resulta muy halagüeño el panorama que se presenta ante el cubano.

Es evidente que la ofensiva iniciada por el gobierno a finales de 2005, con una política de mano generosa ("regalitos" a precios módicos para "elevar el nivel de vida de la población", aumentos salariales y de pensiones a jubilados) combinada con mano dura, teniendo en cuenta la inmediata presión que supone el ejército de lucha contra la corrupción —dígase trabajadores sociales— en un país totalmente corrompido, y sumada al aumento de las tarifas eléctricas (sin contar con otras "medidas" que comenzarán a aplicarse y que ya circulan de voz popular), hace bien compleja la situación social.

No es posible tampoco adelantar las reacciones de la población: aunque es de esperar que no ocurran transformaciones muy radicales en cuanto a movimientos de oposición al régimen, es un hecho que el gobierno ha perdido credibilidad y confianza y que ya no funcionan los viejos discursos que apelan a la "dignidad" y a la "conciencia revolucionaria".

Los mensajes contenidos en las presentaciones de Felipe Pérez Roque y de otros dirigentes, durante las sesiones de trabajo de la Asamblea Nacional, en el pasado mes de diciembre, demuestran que las altas esferas del poder conocen que hay un estado de peligro tangible y que ni las condiciones ni el tiempo están a su favor. Y aunque sólo reconocen como potencialmente destructiva la corrupción, no están ajenos al desencanto general que recorre hoy prácticamente todas las esferas de la vida nacional.

Según cómo se presenten los actores de la política cubana, el año 2006 podría ser un terreno fértil para considerar medidas que conduzcan al avance de la transición pacífica hacia la democracia, a través de propuestas económicas que permitan una participación activa del ciudadano, así como con el reconocimiento de libertades políticas; pero el gobierno no ha ofrecido hasta el momento ninguna señal de voluntad política de esa naturaleza.

Las acciones emprendidas más bien tienden a recrudecer las condiciones que propician el aumento de la violencia, más represión y más descontento, factores que atentan contra la tan reclamada salvación de la revolución, con tanta o más fuerza que la corrupción misma.

© cubaencuentro

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