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Actualizado: 15/04/2024 23:17

Negros, Independencia, Elecciones

España hizo todo lo que pudo para acabar con el racismo en Cuba

Los miembros de la raza negra durante la ocupación. Una nueva traición de las élites

Hemos visto como en los primeros meses de la ocupación los defensores de la soberanía española nacidos en Cuba, muchos de ellos negros, perdieron sus derechos a pensiones, a la nacionalidad y a la representación política. En efecto, los primeros partidos que recibieron el visto bueno del ocupante, fueron los representantes de las corrientes políticas ya existentes. Primero, los nacionalistas, independentistas, soberanistas y revolucionarios históricos; luego, la corriente política reformista que incluía no pocos autonomistas y los defensores de los cambios estructurales que necesitaba la isla, dada la realidad económica que en 1898 se imponía todos: Estados Unidos se habían convertido en la Metrópoli económica de la isla. Por último, quedaba la minoría negra. Los nacidos en la Península, aconsejados por sus dirigentes, habían decidido mantenerse al margen de las luchas políticas. Esta fue casi la única recomendación que atendieron, ya que, por ejemplo, los llamados a inscribirse en el registro de españoles no fueron seguidos a la letra como lo destacan los trabajos de Alejandro García y Consuelo Naranjo, quienes estiman que sólo el 8 % de ellos hizo valer sus derechos a conservar la nacionalidad española. Yo no sé qué números manejaron estos historiadores para llegar a esa cifra, pero me parece errada, porque según el censo de 1899 en la isla residían 129. 240 nacidos en España y si al final resultaron inscritos más de 64 mil, no fue un 8 % sino casi el 50 % de los que decidieron seguir siendo españoles, pero igual esto no cambia mi demostración que va por otro camino, aunque sí debería cambiar la de ellos.

Minorías

Hemos visto que la misma se nos presenta y vende como un bloque homogéneo que abrazó la insurrección desde 1868. En el imaginario popular, incluso entre ellos mismos, los negros cubanos se presentan como las primeras víctimas del colonialismo español, a pesar de que esto es rigurosamente falso. Cuba desde 1834 estaba gobernada por un capitán general con poderes omnímodos a cuyos fallos buenos y malos se sometían todos sus habitantes, incluyendo los peninsulares y sus descendientes, como José J. Martí, por ejemplo. Lo cierto es que la legislación que imperaba en la isla permitió, casi desde el principio de la colonización, el surgimiento de una clase popular negra y mulata que, como todos los demás, fueron adquiriendo posiciones y relevancia sobre todo en el interior del país. Prueba de lo que afirmo es que durante la primera guerra no hubo un desplazamiento de población negra hacia las zonas “liberadas” en el Oriente de Cuba, como ocurrió por ejemplo durante la guerra civil norteamericana que los esclavos del sur se escapaban para instalarse en los estados libres.

Sobre el tratamiento de los esclavos “liberados” mejor no hablar. A una parte de los esclavos se les obligó a incorporarse a las fuerzas rebeldes; donde recibieron el tratamiento brutal al que estaban acostumbrados. El castigo del cepo se trasladó de la plantación a los campamentos mambises (Gómez, 1897; Flint, 1983; Sarmiento, 2007) y comenzaron a vivir los maltratos que sufrían sus similares en las plantaciones de Occidente; “para una parte de estos esclavos no había diferencia sustancial entre los españoles y los cubanos. Todos eran blancos, sinónimos de amo” (Abreu, 2005). No es de extrañar que no les tuvieran ninguna confianza, sobre todo si eran ellos quienes manipulando la ley electoral les privaban de los derechos que hasta ahora habían disfrutado con España.

Desde 1878 España hizo todo lo que estaba a su alcance para cambiar la situación, y para ello se enfocó en la promoción cultural de la gente de color y contra la discriminación racial, estima Ismael Sarmiento. Esfuerzos que inician sus prácticas antes de abolirse la esclavitud diez años después “Por ejemplo, aun en contra de los liberales criollos, se eliminó todo obstáculo legal al ingreso de los negros en la enseñanza incluyendo por igual a los niños de las escuelas primarias así como los institutos de segunda enseñanza y la universidad; se prohibió la segregación en los trenes, restaurantes y cantinas; se eliminó en el registro civil la existencia de libros para blancos y otros para negros, y esta última medida se aplicó a las iglesias” (Moreno, 1995). Si comparamos con la situación de los negros en Estados Unidos hasta mediados del siglo pasado, lo menos que puede decirse es que no lo valoramos como corresponde.

El censo

“Los números de población arrojados por el censo ofrecen elementos de reflexión interesantes para abordar el problema en el futuro”, estima el DLM en un editorial de abril 1900: “Si hemos de ser francos, tendremos que declarar que nosotros no creíamos que la raza negra constituyese una tercera parte de la población cubana nativa: nos figurábamos que era menor; así como creíamos, además, que la proporción entre blancos y negros en la provincia de Santiago de Cuba daría ventaja numérica a los segundos. Siempre resulta grave el problema cubano bajo su aspecto étnico con relación a toda la Isla y más grave aún con relación a la región oriental.

Puede afirmarse sin género de duda que la población negra ha aumentado en los últimos treinta años en proporciones análogas a la blanca, a pesar de que no ha recibido, como esta, el contingente de una constante inmigración. Teniendo esto en cuenta, puede advertirse el peligro que existe para la raza blanca si se interrumpe la corriente inmigratoria, y la necesidad de impulsar ésta en escala mucho mayor que hasta ahora, a fin de descartar definitivamente el referido peligro. Pero esos son remedios cuya eficacia sólo podría advertirse en un porvenir remoto. En el entretanto habrá de entrar en el cálculo de toda combinación que con la suerte del país se relacione, el dato de que su población nativa está formada en una tercera parte por elementos de raza etiópica.”

A pesar de que el peligro no era inminente, como lo prueban las cifras del censo, lo que sí es rigurosamente cierto es que los primeros intentos en 1899 por crear un partido de color para defender los intereses de esa clase de población, fue rechazado no solo por el ocupante, sino por los principales líderes de opinión, tanto nacionalistas como independentistas, así como por los anteriores autonomistas representados por El Nuevo País que no dudan en calificar los intentos de crear un partido de color de “racistas”. El comentario del DLM no tiene desperdicio: “Nosotros no lo vemos así. Lo mismo se creía de la pasado contienda y ya se ha demostrado que en la guerra como en la paz no es la gente de color la más temible”. Las aprensiones de los líderes negros como Evaristo Estenoz, de que los dejasen fuera las decisiones políticas no eran infundadas, a pesar de que en octubre de 1899 no se había dado a conocer la ley electoral que, para las elecciones municipales, dejaría fuera del voto a las minorías negras y favorecería la elección de los simpatizantes de la revolución. A un nivel más alto dentro de jerarquía militar independentista, Quintín Banderas, lo mismo que otros generales, era recibido con deferencia y honores en todos los pueblos a donde lo llevaba la campaña de concordia impulsada por Máximo Gómez; pero otra cosa era lo que sentían las clases populares que, con la llegada al poder de los independentistas blancos, veían alejarse las posibilidades de representación política.

Primera traición: las elecciones municipales

De los partidos autorizados a formarse y a concurrir en las mismas, Partido Nacional Cubano, fundado por Alfredo Zayas; Partido Federal Democrático, de Santiago de Cuba (Oriente); Liga Nacional, Partido Republicano, dirigido por Domingo Méndez Capote, Partido Socialista Cubano, de Diego Vicente Tejera y el Partido Unión Democrática, no sólo ninguno los representaba, sino que todos aceptaron la imposición del gobernador militar de dejarlos fuera. Recordemos que según la ley electoral publicada en la Gaceta el 28 de marzo de 1900, entre los requisitos exigidos había que ser blanco, saber leer y escribir, poseer bienes por valor de 250 pesos o haber servido en el ejército cubano antes de 18 de julio de 1898. Una simple comparación con la ley electoral vigente en Cuba, la de 1890 que permitía el sufragio universal sin condiciones de ingresos, permite percibir la diferencia abismal entre los derechos que poseían los españoles de Cuba bajo el régimen autonómico y las que les fueron impuestas después por el interventor en contubernio con los partidos políticos. Durante las últimas elecciones que se organizaron antes del traspaso de soberanía, el cuerpo electoral estaba integrado por 220 mil cubanos negros y blancos con derecho a voto, casi el 14 % de la población, si nos referimos el censo norteamericano de 1899, según estimaciones de Inés Roldán. El nuevo cuerpo electoral, aunque era casi el doble, discriminaba a las clases populares y facilitaba el acceso a los cargos públicos a la minoría independentista.

El malestar entre la población de color era palpable en La Habana, como vimos en septiembre de 1899, pero también en ciudades del interior como Sagua, donde a principios de enero de 1900 aparecieron volantes llamando a la insurrección de los negros. La Tribuna de Cienfuegos, dirigida por el general Alemán, califica a los instigadores de “necios y traidores”, temiendo sin dudas que un levantamiento echara por tierra los planes de los nuevos dueños de Cuba. Cada vez que se alzaba una partida en la región se temía que estuvieran involucrados naturales de esa raza, por eso en mayo de 1900, el general otro general, José González pide “mano dura” para acabar con el alzamiento que se produjo en Las Villas, donde los alzados eran mayoritariamente negros.

La exclusión del cuerpo electoral del 32 % de la población de la isla en 1900, según datos del censo de 1899, repitámoslo, creó un profundo malestar que, si bien no se manifestó en protestas o en alzamientos masivos porque los principales líderes rebeldes, entre ellos Quintín Banderas, promovían la “paz y la concordia entre cubanos”, constituyó la primicia de la guerra de razas que se desencadenó en 1912 y en la que fallecieron (muchos de ellos asesinados a sangre fría) entre 5.000 y 6.000 cubanos negros. Uno de los represores, por cierto, fue el entonces coronel José Francisco Martí, jefe del Estado Mayor del Ejército Nacional de Cuba que se retrató orgulloso junto al cadáver masacrado de Evaristo Estenoz.

El miedo al negro podría explicar también la rápida reanudación de las relaciones entre españoles y cubanos (blancos, sobre todo) que ya analizamos, pues todos consideraban lo negro como inferior. Autores como P. Tornero (1998) y S. Labrador (1997) llevan esas ideas a sus últimos extremos y sostienen que la estructura económica y los intereses de la burguesía blanca en Cuba “fueron los factores que motivaron la discriminación racial, obstaculizaron el desarrollo de la nacionalidad cubana y frenaron la incorporación de la población de color a la sociedad civil en los primeros años de la república.”

Terminemos estas apreciaciones con una anécdota de Máximo Gómez que recoge en el Diario de campaña del sobrevalorado papá de José Francisco Martí. Los hechos relatan la manera de proceder del general Eduardo Mármol durante la primera guerra civil: “Dormía la siesta un día, y los negros hacían bulla en el batey. Mandó callar y aún hablaban ¿Ah, no quieren entender? Tomó el revólver —él era muy buen tirador— y hombre al suelo, de una bala en el pecho. Siguió durmiendo” (Martí, 1985).

© cubaencuentro

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