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Dinero, Reformas, Economía

¿Hacia dónde mirarán ahora los cubanos?

La dualidad monetaria en Cuba es una “contrariedad” que se admite, pero cuya solución se alarga

Desde hace décadas en Cuba persiste una situación esquizofrénica: el Estado te vende, pero no te paga lo suficiente para comprar. Con esa actitud, parásita al extremo, el gobierno mantiene un control absoluto —político y económico—, al tiempo que sustenta una retórica nacionalista. Más que de contradicciones, tendría sentido hablar de una incoherencia impuesta a la fuerza.

No hay esperanza alguna de que la discrepancia entre precios y salarios vaya a disminuir, sino todo lo contrario. Limitarse a ver el asunto como el resultado de la existencia de una dualidad monetaria es interpretar una consecuencia del problema como la esencia del mismo.

La dualidad monetaria en Cuba es una “contrariedad” que se admite, pero cuya solución se alarga, al punto que en la actualidad está completamente relegada de la agenda gubernamental y no se menciona en la prensa oficial.

Fernando Ravsberg cita al economista Juan Triana, quien asegura que la unificación de la tasa monetaria podría provocar el cierre de más del 60 % de las empresas estatales, las cuales se benefician de un cambio artificial.

Cuando estas empresas necesitan importar, el Estado les reconoce la paridad entre el peso cubano y el dólar, mientras el cambio real es de 24 a 1.

Si la moneda y las tasas de cambio se unificaran esas empresas serían incapaces de comprar los insumos necesarios para seguir produciendo, explica.

Según Ravsberg en un artículo reciente, Triana asegura que la unificación de tasas cambiarias y la quiebra masiva de empresas estatales terminarían destruyendo alrededor de 2 millones de puestos de trabajo, de acuerdo al diario español Público.

Para evitar ese desempleo en gran escala, la economía cubana tendría que diversificarse a un grado tal que la jerarquía política del país no admite. Ese fue el camino interrumpido desde sus comienzos, al que al parecer se oponía Fidel Castro —y todo indica que su fantasma también— y cuyos temores se multiplicaron tras la visita de Obama.

Al colocar barreras y trabas excesivas al sector privado, que han imposibilitado su desarrollo más amplio, y fracasados los objetivos de desarrollo agrícola para sustituir las importaciones, con la baja en los mercados mundiales de las materias primas y la crisis creciente en Venezuela, con fuerza creciente el gobierno cubano se ha aferrado al inmovilismo.

El problema de la doble moneda ejemplifica ese empeño, al parecer perpetuo, de la elite gobernante cubana, de dilatar un asunto y trasladarlo a una especie de limbo, que intenta ocultar la falta de capacidad o de disposición para hallar una solución.

Una estrategia destinada al fracaso económico que —al mismo tiempo y durante décadas— ha servido como táctica política, la cual hasta ahora ha logrado su meta: considerar transitorio un callejón sin salida.

De esta forma se ha repetido la paradoja del modelo cubano, donde la falta de eficiencia productiva ha actuado muchas veces como carta de triunfo político.

Ante la brecha creciente entre salarios y precios, el gobierno se limita a mirar hacia el exterior para los ingresos imprescindible para su subsistencia —remesas, turismo, servicios médicos y de profesionales en el exterior y exportaciones muy específicas, como la industria farmacéutica y algunos minerales— mientras se desentiende de la subsistencia de sus ciudadanos.

Sin embargo, y debido a una serie de factores que no necesariamente estaban destinados a coincidir, pero que se han agrupado en una especie de tormenta perfecta del desconsuelo, en la actualidad los cubanos se ven atravesando una sequía espantosa en la Isla; cada vez con menos gasolina, y la importancia de ello trasciende el automóvil; con la incertidumbre de si volverán las restricciones de la época de George W. Bush y con las puertas de entrada a Estados Unidos cada vez más cerradas. ¿Y hacia dónde mirarán ahora?


Este artículo apareció en El Nuevo Herald.

© cubaencuentro

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