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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Canel, Castro, Gobierno

Jugársela al Canel(o)

Un día amanecimos con la noticia que el ministro de Educación Superior, Miguel Díaz-Canel, era vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros

No se debe usar el desprecio sino con gran
economía, debido al gran número de necesitados.
René de Chateaubriand

Un amigo que conoció fugazmente al actual designado presidente cubano Miguel Díaz-Canel en Nicaragua, me había hablado bien del individuo como persona. En aquellos días finales de 1989, Díaz-Canel fue enviado al país de los lagos y los volcanes como secretario general de la Juventud Comunista. Era una tarea difícil pues se acercaba en final del conflicto armado, y ya se organizaban las primeras elecciones democráticas, que todos los analistas, exceptos los del régimen, daban como perdidas para el sandinismo.

En ese contexto, las misiones médicas y militares cubanas estaban en peligro hasta de sus propias vidas. Es falso que los cubanos eran queridos en todo el territorio nacional. Una parte del pueblo ya los veía más como invasores que como salvadores después de hacer de rompehuelgas y asesores castrenses y proselitistas de un solo bando. Y eso se escribe con dolor: la mayoría fue a dar lo mejor de sus vidas y profesiones sin recibir otra cosa a cambio que su salario en Cuba. Algunos no regresaron para contarlo.

El ingeniero villareño, un desconocido político juvenil, estaba allí antes de la estampida y presumiblemente fue ese su fatum histórico: la caída del sandinismo sería preámbulo del desmerengamiento del comunismo europeo, y, sobre todo, del autogolpe que se dio el Extinto en jefe, madrugando la probable conjura de segurosos y militares con las causas número Uno y Dos. El regreso de los cooperantes y estudiantes a Cuba, y todo el proceso anterior al llamado Período Especial, demandaba de Díaz-Canel y otros “cuadros” jóvenes una fidelidad absoluta que sería recompensada con la asignación de altos cargos en el Estado y en el Partido Comunista.

Tal fue su adhesión sin fisuras al mandato del Extinto, que aquel grupito de jóvenes —algunos no lo eran tanto— fueron llamados talibanes. Que Díaz-Canel no era de los más talibánicos puede ser cierto. Era dura la competencia contra quienes entonces dirigieron las relaciones exteriores —Robaina & Pérez Roque—, o con el secretario ejecutivo, suerte de chambelán o camarlengo —el doctor Lage Dávila—, con el cual había que contar hasta para otorgar un automóvil. Miguel entonces era una lejana estrella en ascenso: fue de una provincia en otra como secretario del Partido, posición que suele ser el escalón más alto hacia el Panal Mayor, allí donde se liban las mieles del poder.

Un día amanecimos con la noticia que el ministro de Educación Superior, Miguel Díaz-Canel, era vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros. Solo los tontos hubieran pasado por alto que se trataba de un sobreviviente, larga y pacientemente preparado para ser la nueva cara del régimen, una vez la llamada generación histórica fuera desapareciendo del escenario político.

Miguel había sobrevivido a la purga de los cancilleres —el dúo, no el trio musical—, y a la que vino después, cuando otros compañeritos de su generación convirtieron la Batalla de Ideas en un cofre sin fondo. También perduró tras la desaparición del todopoderoso Grupo de Apoyo, y pudo sobrevolar la humareda en el Panal Mayor, cuando no quedó ni uno solo con empacho almibarado dentro del Buró Político y el Secretariado del Partido tras la enfermedad y abdicación del Máximo Líder. Ha salido indemne de los últimos trueques y manejes de la pretendida Actualización del Modelo, como si hubiese estado ajeno a algo que no acaba de fraguar. En fin, alguien pudiera escribir con su vida una novela biográfica intitulada El Ultimo Talibán.

¿Quién, en realidad, es Miguel Díaz-Canel? ¿Qué tiene Miguel, que los más fieles no pudieron con él? ¿Qué cualidad desconocida tiene el designado presidente además de tocar tumbadora, bailar casino, viajar con su esposa —como es debido— y todos los días aparecer en el diario oficial con dos o tres fotos y artículos laudatorios sobre su contacto con las masas? ¿Acaso es un lobo con piel de oveja? ¿Una oveja con gandinga de lobo? ¿Un lobo con cerebro de oveja?

No sabemos cuál virtud, además de su visible lealtad al Partido y a la generación histórica, tiene Miguel. Pero sí conocemos su mayor defecto: haber nacido con la Revolución, y haberse formado bajo su férula. Vivir por tanto tiempo en un sistema totalitario condiciona, inevitablemente, una manera binaria, extremista, de comprender y actuar en el mundo. Y esa es quizás la única ventaja de los comunistas con clase sobre los talibanes: su flexibilidad y cultura políticas. Los octogenarios comunistas han comprendido al final, porque lo vivieron, que el capitalismo y la democracia, aunque imperfectos, son lo único que funciona. Pero no encuentran manera de dar marcha atrás sin perder sus privilegios. O lo que sería peor: cómo no responder por sesenta años de fracasos y engaños.

Miguel no tiene otro referente que no sean los círculos infantiles, las escuelas en el campo, la universidad para los revolucionarios. El solo conoce la libreta de abastecimiento, los centros de acopio, y los precios agrícolas topados. La historia se reduce a malos —los yanquis— y buenos, ellos. Y un solo profeta: Martí, quien anuncia un redentor, el salvador cubano unigénito: Fidel. La economía es una sola, socialista, planificada y centralmente fracasada. Existe país sin azúcar, sin bateyes y sin centrales. Solo hay país con hoteles y playas, y el alquiler de médicos, propiedad privada del gobierno. La cultura es memorizar la carta de despedida del Che, un poema de Nicolás, repetir como mantras las frases del Fallecido en jefe. Existe, en fin, un pueblo que simula reír a su paso, y lo celebra con la esperanza de que no sea ni lobo ni oveja, sino un simple ser humano. En tanto, Miguel camina sonriente entre las “masas” confiado en la paz de los calderos… vacíos.

Casi en vísperas del nuevo año, el emocionado Miguel hizo un infeliz comentario en las redes sociales: quienes no piensan como él son “malnacidos” y, es un “error” que hayan escogido la Isla para venir al mundo. Increíble. Sin comentarios. Miguel ha regalado para Año Nuevo, sin pedírselo, la pieza faltante en su puzle biográfico. Nadie debe ahora llamarse a engaño; quien ha visto a Miguel, ha visto al Régimen. Nadie puede pasar a peor vida si no pasa a través de Miguel. Pero como diría el campesino, se la han jugado al canelo, o sea, al último gallo en la valla. Solo que este gallo es el equivocado y la pelea está perdida de antemano.

© cubaencuentro

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