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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Guerra, España, Independencia

La ignota “línea militar” de Arroyo Naranjo

Una “línea militar” creada por los españoles para defender la capital de la Isla

Resulta un lugar común en la historiografía cubana, sea esta militar o no, referirse a la “trochas” o “líneas de vigilancia militar”[1], como un elemento importante en la estrategia española para aniquilar las fuerzas mambisas. El propio Weyler lo establece en su abigarrada, prolija y tediosa justificación en cinco tomos[2]. Ramiro Guerra expresa ese mismo criterio cuando señala que:

“Es sabido que desde la guerra de Los Diez Años el plan estratégico general del alto mando español (…) era dividir mediante puestos militares cercanos de Norte a Sur el territorio en zonas aisladas unas de otras, para concentrar grandes fuerzas en cada zona (…) e irlas pacificando una tras otra.”[3]

Sin embargo, por lo menos una de ellas, evidentemente, no tenía ese objetivo estratégico, sino más bien el de servir como defensa de la capital, y esta fue la “línea militar” que he querido, como “historiador regionalista”, denominar: la línea militar de Arroyo Naranjo, que ha resultado ignorada, o quizás olvidada, durante casi cien años.

A la búsqueda de la “Trocha Perdida”

Mi primera intuición acerca de esta ignota “trocha” o “línea militar”, me la brindó la “Carta Militar de la República de Cuba” de 1914[4], en ella aparecen decenas de fortines y obras de ingeniería militar, que custodiaban, o defendían los caminos que entraban, o salían, de Guanabacoa, San Miguel del Padrón, Diezmero, San Francisco de Paula, Cotorro y otras poblaciones; además estas fortificaciones aparecían en las pequeñas Alturas que dominan Lawton, Mantilla, Calvario, etc.

Por su número y ubicación, podía inferir que no debían ser resultado de los cuerpos ingenieros norteamericanos y menos aún del Ejército de la República; no existía para esa época [1907-1914] razones militares que las justificasen.

Sin lugar a dudas tenía ante mi vista los “relictos”[5] de un amplio y extendido sistema defensivo de La Habana, obra de los cuerpos de ingeniería españoles.

Pero lo que más me llamó la atención fue que, en dicha Carta Militar, aparecía una línea de trazos discontinuos de aproximadamente 1.250 m en el terreno, sobre la que se habían señalado cinco fortines. Esta línea se encontraba a unos 1.200-1.500 m al norte del arroyo Ahoga Pollos, afluente del Almendares, y parecía partir desde la carretera Habana-Güines, siguiendo en dirección NE-SO similar a la que sigue, en ese tramo, el mencionado arroyo hasta confluir en el río Almendares, poco antes de ser este cruzado por la carretera Calvario-Managua. Me pareció evidente que una línea de fortificaciones de este tipo no tendría mucho sentido militar si solo quedaba limitada a esos 1.250 m; por otra parte, su densidad defensiva era extremadamente alta.

Por ejemplo, para la Trocha Militar de Júcaro a Morón, la más importante, esta densidad defensiva era de un fuerte, punto de escucha, “blokhaus”, etc., cada 125 m para la línea militar de Mariel a Majana, la densidad media era de 246 m y para el “relicto” hallado era de 250 m, sin considerar un sexto fortín ubicado a unos 300 m al norte de la línea de los cinco fortines[6].

A partir de estas consideraciones comencé una minuciosa búsqueda de otros “relictos” en diversos planos y mapas elaborados por el mando español, pero ello no arrojó ningún resultado. Una meticulosa observación de las fotos aéreas tomadas a mediados de la década de 1950 por una empresa civil norteamericana, vinculada al Pentágono, tampoco me brindó resultados seguros, ya que, aunque algunas huellas podían asumirse como parte de esa línea defensiva, la imposibilidad de comprobarlo en el terreno —ahora bajo las aguas de las presas Ejército Rebelde y Paso Sequito— hacían muy arriesgadas semejantes hipótesis.

Una rápida búsqueda en la escasa bibliografía sobre la guerra en La Habana, tampoco dio resultados. Entonces de manera azarosa cayó en mis manos una confirmación documental de la existencia de esa línea militar. Esta corroboración se encuentra en las “Memorias” inéditas del comandante del Ejército Libertador, José Cadalso Cerecio quien operó en la zona al sur de La Habana, bajo el mando del coronel Juan Delgado.

Las “Memorias” de las aventuras, venturas y desventuras del mambí Cadalso

Estas “Memorias”, conservadas durante años por una nieta de Cadalso, fueron redactadas entre 1943-1945[7] cuando este tenía 74 años de edad, el documento es un ológrafo que recoge las peripecias de este mambí desde los primeros meses de 1897 hasta el fin de la guerra, lo que nos hace suponer que debió existir una parte anterior, hoy extraviada al parecer, en que narraba sus aventuras desde su incorporación al Ejercito Libertador, el 13 de junio de 1895, hasta esos primeros meses de 1897.

Las “Memorias” de Cadalso resultan en extremo interesantes, entre otras razones, porque participó activamente en más de veinte combates importantes en el desarrollo de la guerra en La Habana, concretamente en la 2da. Brigada Centro, Regimiento “Santiago de las Vegas”, ocupando responsabilidades como subjefe y jefe de un escuadrón; combatió en San Pedro y participó en el rescate del cadáver de Maceo; además planeó y ejecutó, en 1896 y 1897 respectivamente, los asaltos a Arroyo Naranjo y Arroyo Apolo, barrios en aquel entonces de La Habana.

Además, poseía cierto nivel cultural, una recia personalidad, una muy peculiar concepción filosófica y política, así como una clara inteligencia, lo cual contribuye a la amenidad de su relato y a que nos brinde sus propias valoraciones sobre las acciones y hechos en que participó.

“La importancia de este hecho de armas estriba en que es el punto de un barrio urbano (…) cercano al corazón de la capital, en que los mambises tocaron con el pomo de sus machetes y hollaron con los cascos de sus caballos, y en ruda pelea, y eso fue cuando Weyler daba por pacificada a la provincia de La Habana”.[8]

Quizás no sea el elemento de menor importancia es sus memorias las pintorescas y vívidas descripciones de la vida en la manigua habanera, sin dudas mucho más difícil que en otras provincias; sus narraciones de las enfermedades y hambrunas, de las persecuciones y escaramuzas casi constantes con un enemigo infinitamente más numeroso y mejor armado, son de un realismo y una eficacia narrativa sorprendente.

Pero en esta ocasión lo que queremos destacar de las “Memorias” de Cadalso son las descripciones o referencias a más de veinte de lo que él llama “excursiones”, quizás queriendo decir “incursiones” a través de la “trocha” al norte del río Almendares.

Por lo general estas “excursiones” tenían como finalidad el forrajeo de comida, armas, municiones, medicinas y caballos; sólo en una ocasión su objetivo fundamental fue el de ver a su mujer e hijo, refugiados en una finca cerca del Calvario.

“Don Pablo cumplió los encargos y condujo a mi esposa que, andando a pie y tras el caballo en que él llevaba a nuestro hijo llegó a la casa de Interian donde los vi a la siguiente noche —esto debió ser alrededor del día 6 de abril [de 1898]— es de presumir la alegría que experimente al estrechar a aquellos dos seres, después de treinta y cuatro meses sin verlos, mi hijo no me conocía, ya que lo había dejado de once meses”[9]

Vemos aquí uno de los tantos sacrificios de nuestros mambises, abandonando a los suyos sin saber si algún día volverían a verlos; pero también nos brinda la evidencia de un importante factor y este es el de la imprescindible protección que los “forrajeadores” y “cruzadores de la trocha” tenían que tener de los “pacíficos”. Sin una red de información las excursiones de Cadalso hubieran terminado fatalmente, porque como él señala:

“…el ser descubierto del otro lado de la Trocha era la muerte segura…”[10]

Por otra parte, las autoridades españolas no eran ajenas a las correrías de Cadalso, que llegó a penetrar en las profundidades de la retaguardia española, incursionando en los alrededores del Calvario, Mantilla, El Lucero, Arroyo Apolo y Luyanó, en este último lugar obtuvo el caballo de un oficial español con el que terminó la guerra. La Guardia Civil procuraba estrechar el cerco alrededor de Cadalso y de ello dejó el siguiente testimonio:

“…Rojas me contó que al siguiente día [de una “excursión” de Cadalso a Mantilla] tuvo una visita del sargento de la Guardia Civil, jefe del Puesto del Lucero, el que le dijo: Yo sé que Pepe Cadalso está entre la Trocha, sé que usted es amigo de él y vengo a que usted me diga donde está escondido…”[11]

Las “Memorias” de Cadalso, en resumen, constituyen un interesante testimonio de la guerra de independencia en un territorio de suma importancia y del cual no existen muchas fuentes directas, ni tampoco trabajos de investigación histórica.

Para reconstruir una “Trocha”

Sin proponérselo Cadalso dejó suficientes testimonios para permitirme el intentar una reconstrucción de lo que él llamó “trocha” pero que en realidad era una línea militar, cuyo propósito era la protección de La Habana por su límite al sur. Debemos recordar que desde 1878 la división política adoptada le dio al municipio de La Habana un lindero, por su banda oeste y sur, constituido por el río Almendares, y por otra parte era precisamente en el sur de La Habana donde operaban los aguerridos y temerarios General Adolfo del Castillo y el Coronel Juan Delgado.

Los regimientos “Castillo” y “Santiago de las Vegas” constituían la 2da. Brigada Centro que tenía como circunscripción los municipios —de aquella época— La Habana, Santiago de las Vegas, Bejucal y San Antonio de las Vegas; aunque operaban también en la Salud, Quivicán, Melena, etc.

La acometividad de la 2da. Brigada llevó a que el mando español decidiera la construcción de esta línea militar, la cual además daba protección a cuatro vías de comunicaciones vital: la Calzada Habana-Güines, el camino real al Batabanó, la calzada al Bejucal y el ferrocarril del Oeste; y por ultimo guarnecía a los núcleos poblacionales de la Chorrera, Calvario, Mantilla, Arroyo Apolo, Víbora, Lucero, Luyanó, Los Pinos, San Juan, San Agustín y Arroyo Naranjo.

Varios de estos poblados, como el Calvario, Arroyo Apolo y Arroyo Naranjo, estaban fortificados, también al sur del Almendares existían poblaciones fortificadas, como Managua, Calabazar y Santiago de las Vegas; hoy es difícil reconstruir como era el sistema defensivo de estas poblaciones, la descripción que da Ramiro Guerra, en el caso de Quivicán, nos permitirá tener una idea aproximada:

“Como todos los pueblos de la Isla fortificados por los españoles a causa de la Guerra, Quivicán estaba rodeado por fortines generalmente redondos de dos pisos, para que por las aspilleras se pudieran disparar en todas las direcciones, a una distancia conveniente para que el fuego de los soldados que los guarnecían pudieran cruzarse cubriendo todo el campo exterior de los mismos. Los fortines estaban unidos unos con otros con una resistente cerca de alambre de púas (…), y en todas las salidas del poblado al campo (…) había un fortín, guarnecido por un grupo de soldados más numeroso que los de los restantes fortines”.[12]

Estas poblaciones en los alrededores de la “trocha” podían constituirse en puntos de apoyo a la misma, en particular Arroyo Naranjo que era la más próxima al norte. Esto hacía que el cruce de la “trocha” tuviese siempre un carácter subrepticio y no de rotura violenta y expedita.

En todos los casos, salvo en dos, Cadalso cruzó solo o a lo sumo con dos o tres acompañantes, entre los cuales generalmente se encontraba su hermano, el Teniente Fernando Cadalso. Las excepciones fueron los asaltos a Arroyo Naranjo y Arroyo Apolo, en este último llevó consigo entre 30-40 hombres y permaneció en la retaguardia enemiga durante por lo menos 24 horas.[13]

Si seguimos con atención las descripciones de Cadalso nos percataremos de que la “trocha” poseía un sistema defensivo bastante denso, constituido por fortines y cercas de piedra y alambre de púas. El hecho de que no portaran machetes por “…el miedo de su golpear pudiera delatarnos…”[14] nos indica que la distancia entre los fortines no era mucha, por otra parte, nos advierte de que saltaban algo que bien pudiera ser una cerca de piedra.

Esto último lo confirma el siguiente episodio:

“…nos dirigimos al cruce de la ‘Trocha’ por un lugar cerca del Cacagual (…) por una parte en que la cerca era de alambre y no de piedra (…) tuvimos que cortar los alambres con una tijera para tal objeto (…) al ruido producido, o por otra causa (…) sentimos que se acercaba una ronda, nos apresuramos a ganar la margen del río y por ella nos encaminamos al vado protegido por la oscuridad y la ribera…”[15]

El fragmento anterior nos deja la impresión de que la “Trocha” por, lo menos en esa zona corría a corta distancia del Almendares, quizás a no más de 1000 metros, las posibles huellas encontradas en las fotos, aéreas de 1956, también nos inclina a esa suposición.

En otra narración Cadalso nos da más detalles sobre el cruce de la “Trocha” y su proximidad al Almendares:

“…Los españoles habían, descubierto el lugar por donde pasábamos la trocha y habían construido allí otro fuerte (…) logramos establecer otro cruce del río y la trocha, por unas cañas bravas cerca del puente de Calabazar y cruzando el arroyo producido por el ojo de agua del Cacagual íbamos a pasar la Trocha cerca de la casa de la finca…”[16]

Aquí nos deja entrever el carácter provisional de los fortines que eran emplazados según fueran considerados necesarios, esta característica va a tener una consecuencia tragicómica cuando en un cruce por otra zona, al este de la ya descrita y cerca de la carretera de Managua, su vista afectada por las fiebres palúdicas, le jugaría una mala pasada:

“Yo avanzaba delante, cuando nos aproximamos a la calzada (la del Calvario a Managua) comencé a ver, en el ángulo formado por la calzada y la orilla izquierda del callejón, un árbol muy raro en su forma y que yo no recordaba que estuviera allí; tenía como dos copas, marchábamos con cuidado y al paso de los caballos, procurando hacer el menor ruido posible, cuando llegué a corta distancia de la calzada pude darme cuenta de que lo que yo tomé por un árbol de doble copa era un fuerte con su torre de observación…”[17]

La sorpresa le hizo decir ¡Un fuerte! y seguro lanzó una palabrota, pero la alarma que eso provocó en sus acompañantes pudo haber sido fatal si él no logra cortar en sus mismos inicios la estampida de fuga que sus compañeros comenzaban a emprender.

La presencia de ese fuerte, fortín o quizás “blokhaus”[18] a unos 4.000 metros al sur de la trocha, así como el fuerte que, según la “Carta Militar” de 1914, se encontraba sobre la loma de la Carbonera, a unos 3.500 metros al norte de la “Trocha” nos indica que las obras ingenieras eran realizadas en profundidad tanto a un lado como al otro de la “Trocha” estableciendo escalones en la defensa.

En otro fragmento Cadalso nos revela, la posible existencia de esos puntos de apoyo, cuando estando oculto, de día, tan próximo al Calvario que podía oír los ruidos de esa población, sin embargo:

“…pudimos ver varias veces a los soldados dé los fortines de la Trocha sacando agua del pozo de la finca (donde se encontraba oculto) hasta vimos a un grupo encaminarse al pueblo, estaban tan seguros que no portaban más armas que la bayoneta del Máuser…”[19]

Debemos tomar en cuenta que su escondite distaba unos 3.000 m del río Almendares y seguramente no más de 100-200 m del Calvario, es decir que o en este tramo la línea militar se alejaba del río más allá de los 1.000 metros que consideramos para la zona del Calabazar, o lo que él veía eran los soldados de un fortín de apoyo.

Para dar una última idea de las dificultades que ofrecía el cruce de la “Trocha” debemos añadir que siempre fue realizado aprovechando la noche y sólo en un caso, al regreso de la “excursión” fue atravesada al amanecer y gracias a la densa neblina existente en esa ocasión y valiéndose de el precario escondite que le ofrecía un palmar, pero generalmente, el cruce se efectuaba como a continuación lo describe Cadalso:

“…para cruzar la trocha, lo realizábamos tan pronto cerraba la noche, para ello vadeábamos el río y quitándonos los sombreros los metíamos en un saco de yute color pardo oscuro, el que por su color se con­fundía mejor con la oscuridad y el espartillo, nos cubríamos con el saco y agachándonos todo lo más que podíamos andando por la margen del río nos encaminábamos hacia el cruce de la trocha, el silbato que los españoles usaban en lugar del grito de: ¡centinela alerta! nos sirvió a veces para no ir a dar con algún fuerte. El cruce para nuestro campo lo realizábamos por la madrugada, pues era de presumir que los españoles creyesen que a esa hora ya los mambises no quisieran pasar.”[20]

Es decir que para sus “excursiones” Cadalso no sólo se valía de sus conocimientos del territorio, aprovechando su relieve, los vados y pasos del río, sino también de la psicología del soldado español y por último del empleo del “camuflaje” que adecuaba al color del espartillo, gramínea abundante en toda esa zona de potreros, abandonados por la guerra y la “reconcentración” de Weyler.

Para concluir

Resulta ocioso insistir en que existió una “línea militar” al norte del río Almendares y que la misma no tuvo como objetivo la aniquilación de las fuerzas mambisas, sino simple y llanamente la protección de la capital colonial.

Esta “línea” la podríamos llamar de Arroyo Naranjo por dos razones básicas —y por una tercera ya no tanto— esas dos razones resultan del hecho que esa línea cruza, en más del 70 % de su recorrido, el actual municipio de Arroyo Naranjo; y que el poblado más próximo, y al norte de la línea era el de Arroyo Naranjo.

Es posible que los investigadores de los otros municipios periféricos de la Ciudad de La Habana encuentren otras líneas, sería excelente que se trabajase más en este aspecto casi inédito de la Guerra de Independencia.

Concretando: a) la “línea militar Arroyo Naranjo” se extendía al norte del río Almendares; b) estaba conformada por diversas construcciones militares, cercas de piedras y de alambres de púas; c) incluía en su concepción otras obras ingenieras que constituían escalones defensivos a la vanguardia y retaguardia de la línea; d) se hallaba a no menos de 500 ni más de 2.000 m de la ribera del río; e) aprovechaba el relieve montuoso de la zona; f) corría desde la Calzada de Güines hasta la del Bejucal, con una extensión aproximada de 7.000 m y posiblemente con una densidad defensiva, de un fortín, fuerte, punto de escucha, “blokhaus”, etc.; cada 250-300 m; g) la misión militar de esa línea era la defensa de La Habana y de las cuatro arterias vitales que atravesaba: Calzada de Güines, de Managua y de Bejucal, y el ferrocarril del Oeste.

Por último, y para no faltarle a la objetividad histórica, debemos añadir que una nueva búsqueda, más cuidadosa nos permitió encontrar que Miguel Varona Guerrero, en un breve párrafo dejó registrado que:

“…el término municipal de La Habana (…) tuvo por línea fortificada el río Almendares…”[21]

Añadiendo que Cadalso le refirió sus incursiones y las incidencias tenidas en el campo enemigo, cuestión que este ratifica en sus “Memorias” al mencionar sus relaciones con Varona Guerrero. Por tanto “la línea militar de Arroyo Naranjo” más que ignorada lo que ha estado es olvidada, pero dejemos ahora que el Comandante Cadalso —a más de medio siglo de distancia— concluya con la siguiente advertencia:

“Los señores historiadores debieran, tener más cuidado en obtener sus informaciones, con eso evitarían muchos errores y tergiversaciones históricas, los datos deben tomarlos con sumo cuidado y no por el solo dicho de cualquiera (…) ¡Ojo historiadores que copiándolos iréis a la falsedad histórica!”[22]

Post scríptum [diciembre 2016]

Este trabajo fue publicado originalmente en el Boletín 3-93 Historia Militar. Departamento de Historia Militar del Instituto de Historia de Cuba. Enero 1994 Págs. 16-30 y era parte del capítulo sobre la Guerra del 95 en la historia de la región que hoy comprende el Municipio de Arroyo Naranjo, historia que yo investigué y redacté, quedando inédita. Por razones de imposibilidad de impresión no se incluyó el mapa confeccionado por mí en ese entonces, donde se reflejaba la “línea militar”, este mapa incluía las acciones militares que se produjeron en la región.

El descubrir recientemente un mapa confeccionado por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EEUU, con fecha del 10 de abril de 1900,[23] y que recoge todas las fortificaciones y obras militares de los españoles entre 1897 1898 me permitió comprobar que el trazado que supuse de la “línea militar” era parcialmente erróneo.

Si bien es cierto de que la “línea militar” iba bordeando la ribera norte del Almendares no se dirigía hacia al norte hasta dejar bajo su protección al poblado de la Chorrera, criterio que yo desestime por una referencia que hizo Cadalso Cerecio de haber visto a un grupo soldados de los fortines de la “trocha”, como él la llamaba, dirigiéndose, sin sus armas, al Calvario, lo cual me hizo suponer que la “línea” pasaba muy próxima a ese poblado, y no era así, estaba alejada varios kilómetros al este del Calvario; esos soldados salieron de un fortín que quedaba a pocos pasos al norte de este poblado como se ve en el mapa al cual hemos hecho referencia. [Ver mapa en que hemos destacado el trazado de la ‘línea militar’]

La “línea militar” además protegía a los poblados de San Francisco de Paula, San Miguel del Padrón, Guanabacoa y otros muchos pequeños caseríos, por lo cual hoy reconsidero que el nombre que le corresponde es el de: “Línea Militar de La Habana”.

BIBLIOGRAFÍA Y OTRAS FUENTES

Berges, Rodolfo. Cuba y Santo Domingo, apuntes de la guerra en Cuba. Imprenta El Score, La Habana, 1905.
Buznego Rodríguez, Enrique. La línea Militar de Mariel a Majana, apuntes históricos-militares. Ed. Dirección Política Principal de las FAR, (La Habana), 1989.
Cadalso Cerecio, José. Memorias Inéditas. Ejército de Cuba. Carta Militar de la República de Cuba (1914), hojas 15 y 16 escala 1:62500 ANC Mapa 2322.
Guerra Sánchez, Ramiro. Por las veredas del pasado (1880 1902) s/e, La Habana, 1957.
ICGC Fotos aéreas de Cuba 1956-57 (foto 3571).
Pérez Guzmán, Francisco. La guerra en La Habana. Ed. Cíencias Sociales, La Habana, 1974.
Varona Guerrero, Miguel. La Guerra de Independencia de Cuba. Ed. Lex. La Habana, 1946 (3 volúmenes).
Weyler Nicolau, Valeriano. Mi mando en Cuba. Ed. Felipe González Rojas, Madrid, 1919 (5 tomos).


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