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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Humor

La leyenda del indomable

El Comandante reaparece: Levantar los hombros, como si hiciera ejercicios, bastó para confirmar que los rumores sobre su muerte eran infundados.

Como —tras largas semanas de ausencia mía en estas páginas— mis enemigos prematuramente habían declarado mi muerte periodística, decidí enviar a mis compatriotas un pequeño artículo que acallara los rumores de que mi escritura era parasitaria de la existencia del Comandante en Jefe y que la desaparición física del Comandante de la esfera pública me había condenado al silencio.

Pero justo antes de que me sentara a escribir dicho artículo, el Comandante —tras una ausencia paralela a la mía— hizo una repentina aparición televisiva con el obvio objetivo de hacerme quedar mal. Entonces me di cuenta de que ya no podría desmentir esos rumores sobre mi supuesta castrodependencia, porque como dice el milenario proverbio chino, "un vídeo en televisión vale más que mil palabras en Internet".

Si algo me consuela es que hay alguien que debe estar más preocupado que yo. Mi dependencia del Comandante no es nada comparada con la de su hermano menor, el general Raúl Castro. Aunque nominalmente es el presidente de Cuba desde hace dos meses, sus funciones como tal se han limitado a: 1) cambiar a un par de ministros (uno de ellos reciclado de épocas tan remotas que un poco más y es un ministro de Batista); 2) exhibir vídeos de su hermano enfundado en algún mono deportivo, balbuceando y tomando yogurt.

Para los que vaticinaban que el hermano de su hermano traería cambios visibles para el país, no se me ocurre otra cosa que recomendarles paciencia. Piensen que de seguir gobernando al ritmo actual, de aquí a año y medio el Hermano Menor en Jefe ya habrá cambiado (o reciclado) a la totalidad de los ministros y, encima, los cubanos adquiriremos un amplio conocimiento de la indumentaria deportiva del Comandante y sus costumbres dietéticas.

Ejercicios de inspiración vegetal

Hay que decir que a la larga la aparición del vídeo del Comandante ha llenado de alegría a todos sus seguidores, un amplio grupo que incluye a todos sus compatriotas. Porque no hay que llamarnos a engaño. Debemos reconocer que todos los cubanos estamos dispuestos a seguir al Comandante, paso a paso, hasta la muerte. En el único punto en que no nos acabamos de poner de acuerdo es hasta la muerte de quién: la de nosotros o la del Comandante.

Al primer grupo de seguidores, a quienes llamaremos "seguidores positivos", la emisión del vídeo los entusiasmó con sólo ver la imagen en movimiento del Comandante (fácilmente identificable por su vitalidad, su carisma y porque en su uniforme aparecían unas letras bordadas que decían "F. Castro"). Quizás sea un poco exagerado hablar de imagen en movimiento cuando lo más enérgico que hizo en cámara fueron unos ejercicios de inspiración claramente vegetal, pero esto bastaba para confirmar que los rumores sobre su muerte eran infundados.

Para los otros, que se precian entre otras cosas de tener reservado un puesto en la futura cola que se hará frente a la tumba del Comandante, con el fin de hacer quién sabe qué sobre ella, el vídeo fue igualmente esperanzador: se dicen que si eso es todo lo que pueden ofrecer del Comandante, el momento de ofrecerle su más sentida e intestinal despedida está más bien cerca.

Y de alguna manera ambos grupos tienen alguna razón. Por una parte, el Comandante está no sólo técnicamente vivo, sino que hasta levanta el índice con cierto énfasis. Por la otra, parece tener menos contacto con la realidad que Michael Jackson, aunque con un color igual de extraño.

Un signo claramente preocupante es que el Comandante apareciera leyendo los inefables periódicos Granma y Juventud Rebelde. Queda descartado que con ese gesto se pretendiera confirmar la actualidad del vídeo, puesto que los titulares leídos (homenajes a Camilo y al Che, y la noticia de que alguien gana una medalla en alguna parte) pueden corresponderse perfectamente con los de 1972. Lo difícil de aceptar es que se insinúe que el Comandante se conforme con la información que ofrece ese aguerrido periódico de ocho páginas. O hasta que corra el riesgo de creérsela.

Sin ceder el teléfono

Encima, el Comandante apareció todo el tiempo azorado, incapaz de mirar a la cámara, como si le hubieran anunciado que iba a aparecer un pajarito y todavía estuviera buscándolo. El Comandante murmuraba frases llenas de un sentido indeterminado, hasta que el rostro se le iluminaba al pronunciar palabras como "el enemigo" y "luchar".

Luego blandía en lo alto su archifamoso y enérgico dedo índice para añadirle énfasis a algún punto indefinido de sus balbuceos. Los que menos lo quieren se apresuraron a decir que su discurso fue incoherente. Yo dudo que exista algo más coherente con la figura del Comandante, un resumen más fiel de toda su carrera política, que su presencia ante las cámaras, con el índice en alto y palabras como "enemigo" y "luchar" saliendo de sus labios.

Por otro lado está su insistencia en lo mucho que usa el teléfono. Para que no hubiera dudas levantó el aparato frente a las cámaras. Entonces debió escuchar la voz sobresaltada del oficial de guardia diciéndole algo así como: "lo que sea, como sea y para lo que sea, Comandante en Jefe ordene". El susodicho tuvo que explicarle que se estuviera tranquilo, que se trataba sólo de una demostración.

Es de suponer que si no aprovechó ese momento para destituir a algún ministro o fusilar un general, fue porque no quería revelar al enemigo —siempre al acecho, como todos sabemos— cuál es el secreto de gobernar por teléfono. Y en ese gesto quedó claro que, si ha cedido temporalmente el poder, lo que no ha cedido ha sido el teléfono. En sus manos todo cambia de sentido, y hasta un sencillo teléfono se convierte en el mando a distancia de todo el país.

En cambio, en Estados Unidos, por ejemplo, si el presidente decidiera gobernar por teléfono, en vez de encontrarse con la voz solícita de un oficial de guardia al otro lado de la línea, escucharía la grabación de una máquina contestadora diciendo: "Si quiere continuar en inglés, marque el uno. Para español, marque el dos. Si quiere aprobar una ley, marque el tres. Si quiere vetarla, marque el cuatro. Si quiere besar un niño con fines electorales, marque el cinco. Si quiere invadir un país, marque el seis. Si quiere invadir un país pero no sabe exactamente cuál es, marque el siete...".

¿Verde olivo o con mono?

Lo que sí no ha quedado nada claro es cuál será el futuro laboral del Comandante, a quien en su estado actual difícilmente lo aceptarían en un juego de dominó medianamente exigente. Quizás haya quien sugiera que con esa mirada perdida en los celajes y ese índice en alto pudieran aprovecharlo, por ejemplo, para dar clases de astronomía en alguno de los canales educativos de la televisión. Y se abren nuevas interrogantes, como por ejemplo, si alguna vez se muere, ¿lo embalsamarán con la tribuna y el traje verde olivo con el que tantas glorias cosechó en el pasado, o con el teléfono y el mono deportivo de los últimos tiempos?

Recuerdo que en los años setenta se puso de moda una frase que rivalizó en fama con aquella otra que decía "pégate al agua, Felo". La frase en cuestión era: "Los hombres mueren, el partido es inmortal". Al menos la primera parte ha quedado fuera de toda duda. Y si alguien no estaba convencido, el Comandante se ha encargado de comprobarla científicamente con cada uno de los seres que enviaba al paredón. El problema es la segunda parte de la frase, porque es difícil creer en la inmortalidad de un partido al que lo único que se le ocurre es hacer promesas de que el viejito del mono deportivo pronto se pondrá bien.

Cuando la historia clínica falla hay que acudir a la leyenda, y en eso de crear leyendas nadie va por delante del famoso aeda venezolano Hugo Chávez. El mismo que recientemente en la ONU se graduó de exorcista llamando "diablo" al presidente norteamericano, quiere que veamos en el viejito deportivo una especie de semidios griego.

Ha dicho textualmente que el viejito "lanza rectas a 90 millas por hora" y que "sale de noche a recorrer campos y villas", convirtiéndolo en algo así como "el hombre del saco", con la diferencia de que en lugar de meter miedo a los niños para que coman, los aterroriza escondiendo la comida.

Chávez no ha sido del todo exitoso en sus intentos de realzar la figura de su ídolo. Ha llegado a decir que el Comandante es como Cassius Clay, lo cual parece una confirmación de que sus temblores no se deben a la emoción, sino al mal de Parkinson. O lo ha descrito como un "atacón" de mujeres, y a continuación cuenta de cómo les pide besitos a las aeromozas del avión presidencial venezolano, sin pensar que la imagen de un octogenario pidiendo besos a una aeromoza que puede ser su biznieta no se corresponde precisamente con la de un galán.

Supermán revolucionario

Lo que evidentemente impresiona es la confianza que todos ponen en la inminente recuperación del Comandante y en todo lo que podrá hacer a su regreso. El propio Comandante ha dicho que siente "la obligación de hacer un especial esfuerzo para evitarle a la humanidad una catástrofe fatal", dando a entender que cuando se recupere de su enfermedad va regresar reencarnado en Supermán. Un Supermán revolucionario que destrozará a sus enemigos con los superpoderes de su teléfono.

-Comandante: (descolgando el teléfono) ¿Oficial?

-Oficial de guardia: Sí, mi Comandante.

-Comandante: Oficial, póngame inmediatamente con el enemigo.

-Oficial de guardia: ¿Con el enemigo?

-Comandante: Sí, con el enemigo.

-Oficial de guardia: Ahí le paso al enemigo Comandante.

(El oficial de guardia, para evitarle al Comandante un enfrentamiento inútil con la máquina contestadora del enemigo —"Para escuchar instrucciones en español, marque el dos. Para insultar al presidente, marque el tres"…—, le pondrá al teléfono al jefe de la escolta, que se hará pasar por enemigo).

-Comandante: ¿Enemigo?

-"Enemigo": Sí mi Comandante.

-Comandante: Que me he enterado que aprovechando mi ausencia le querías causar una catástrofe terrible a la humanidad.

-"Enemigo": Bueno Comandante…

-Comandante: Pero eso no lo voy a permitir, porque para eso yo estoy aquí. ¿Entendido?

-"Enemigo": Sí mi Comandante.

-Comandante: ¡Patria o muerte!

-"Enemigo": ¡Venceremos!

Al colgar, el Comandante se dirá que el enemigo ahora ya no es lo que era en la época en que por cualquier cosa se estaba al borde de la guerra atómica, y se preguntará si esa voz no le recuerda demasiado a la del jefe de su escolta.

Será ese el instante en que nazca una nueva leyenda, la leyenda del Caballo sin Cabeza que recorre campos y ciudades con un teléfono en la mano, pidiéndoles besos a las aeromozas y lanzando pelotas de béisbol a noventa millas por hora. Justo la distancia a la que se encuentra ¡el enemigo!

© cubaencuentro

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