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Actualizado: 15/05/2024 1:03

Sociedad

La voz del enfermo

¿Ocurrirá en 2006 el milagro de los panes y los peces en Cuba?

En su Nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche sugiere que el optimismo de la Europa de su tiempo era la manifestación de una sociedad en deterioro. Y mirando atrás, se pregunta el creador de tanta idea inédita si el optimismo del bueno de Epicuro no era la voz de un enfermo.

Cuando el optimismo rompe las vallas de la lógica y se mete en zonas de la fantasía, podría identificarse, en política, con el populismo. Determinadas personalidades lo derraman sin medida y, si se lo propusieran, serían capaces de convertir al Sahara en campo florido. En sociedades donde la libertad se asentó y predomina, esta clase de político suele vivir en la periferia de la razón popular, digamos del voto.

El optimismo exagerado constituye la desproporción de un viejo simulacro, de una conjetura, un prejuicio caro a nuestro mundo de apariencias, para utilizar palabras del escritor o filósofo germano. El criadero del populismo se halla allí donde malhabitan sociedades singularmente enfermas.

A los populistas de hoy interesan poco estas ideas. Y la causa del desinterés deviene cosa seria, pues sus pretensiones aparecen distantes de intentar un acercamiento a la verdad, que debiera ser el objetivo primordial de la política. La democracia se diferencia porque tramita una aproximación a la verdad que le sustrae territorios al populismo.

Por eso, aquélla nos sorprende a menudo con sus avances, ostensibles primero en el rubro económico. Mientras, exactamente en ese rubro, el populismo se fatiga o se hace miserable. Semejante dinámica ya no admite titubeos y su corroboración apenas urge de analistas. Se constata con la certidumbre de la fuerza —obsesión newtoniana— que determina que todo caiga hacia abajo.

Cuba: las vallas rebasadas

En Cuba sufrimos por casi medio siglo a un optimista sin tasa, que se despliega desde una sociedad muy enferma. Fidel Castro, como pocos gobernantes en la historia, generó las condiciones para alzarse hasta lo peor del populismo. Las pruebas abruman y enardecen a mucha gente, y en particular a los espíritus más alertas, a ciertas comarcas de la intelectualidad nacional.

Recientemente, Fidel Castro volcó encima de la lógica uno de sus simulacros más connotados y declaró a voz en cuello que para 2006 "no faltará ni agua, ni alimentos ni nada". Por si fuera poco, a lo anterior le endosó la electricidad, crisis que resolvió mediante una explicación extendida y borrosa. En un país que goce de importantes libertades económicas, como incluso China comunista, la ocurrencia de Castro no debería engendrar grandes suspicacias. Pero si a la ausencia de esta libertad se suma la precariedad estructural de la economía cubana, la frase engendra interrogaciones con ínfulas de Himalaya.

Habría que preguntarse, por ejemplo, si el "comandante" y su manera de hacer tan desacreditada, serían capaces de importar todas las tuberías y sustituir las actuales redes —previa roturación de centenares de kilómetros de calles—, para que el agua llegue a todos los hogares. Porque es exactamente a esto último a lo que en el mundo moderno se denomina poseer el preciado líquido.

Por la situación de las redes hídricas, estas labores adquieren categoría de imprescindibles, sin que signifique, ni mucho menos, la totalidad del trabajo y las inversiones. Y a propósito dejamos de lado la ingente dificultad de los acueductos. Recuérdese que el milagro del agua, la profecía de este Nostradamus de vereda corta, arribará prácticamente ya, en este 2006.

Un hecho risible

Hay mucha tela por donde cortar en lo que atañe a los alimentos que, según el "comandante", tampoco faltarán. En un régimen que casi desde que tomó el poder tuvo que implantar la libreta de abastecimiento —todavía existe—, las aseveraciones previas son no ya una apariencia, sino, llanamente, una mentira, una engañifa digna de galería, mirada la pose no a partir de Nietzsche, sino a través de las palabras del hijo común de vecino.

Ubiquémonos en un hecho risible en no pocos sitios del planeta. Muy pocos días antes de que Castro llevara a cabo su delirante ejercicio verbal, en una de las mesas redondas que diariamente tiene que zamparse el televidente cubano (desde luego que prefiere apagar el televisor), se atacaba con todos los bajos medios imaginables a la opositora Martha Beatriz Roque, ahora en licencia extrapenal.

La agresión principal se agitaba en el dinero que, según ellos, Estados Unidos destina a la disidencia en la Isla y, desde luego, a Roque. Pero como al régimen no le bastan los discursos ni sus cifras siempre resbalosas, apoya su propaganda con imágenes. Se decidió en el periódico Granma, en fin, que era muy "adecuado" mostrar un refrigerador abierto —el de Beatriz Roque— que contenía sobres de nylon con carne, de los que se ofertan en cualquier mercado pobre de América Latina.

Y tal era el testimonio de la "buena vida" que se dan, supuestamente, con el dinero del contribuyente norteamericano los disidentes en Cuba. Si en el ocaso de 2005 se contrapone el magro contenido aludido con la situación de los ciudadanos que no reciben ayudas del exterior, ¿hasta dónde alcanza, cuáles son los ahogos materiales de la vida nacional?

¿No faltarán en 2006 los alimentos? Tal vez no falte la soya, pero otros muchos brillarán por su ausencia, y los que se oferten se venderán a precios inalcanzables para la mayoría. Las acciones últimamente reiteradas de Castro contra la comercialización de los productos y la actividad del campesino privado, no anuncian precisamente la instalación en el Archipiélago del cuerno de la abundancia.

No vale la pena referirse a los cortes de electricidad, que llegaron hasta las siete horas diarias en 2005, frente al optimismo más que exagerado de Castro. "Para mediados de 2006 nos sobrará electricidad", declamó el político de 79 años. Piénsese en un descalabro de su admirador boquiabierto, Hugo Chávez, y las promesas se habrán ido, una vez más, a bolina. La ineficacia del régimen transforma en irreales, por otro lado, los interesados sueños con respecto a la energía.

Las alucinaciones de Castro, sus delirios impecables, han convertido a Cuba en el "líder de nuestro mundo de apariencias", como tal vez, de vivir nuestros tiempos, le hubiera encajado Nietzsche. O quizá, como a Epicuro, lo hubiera tachado de enfermo.

© cubaencuentro

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