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Economía

Ladrón que roba a ladrón…

La corrupción se puede explicar por la ineficiencia del gobierno cubano, que afecta a toda la población y la obliga a ser parte de la misma.

La batalla contra la corrupción comenzó en Cuba hace muchos años. Ya desde los tiempos de La historia me absolverá Fidel Castro anunció que de haber tomado el poder tras el asalto al Cuartel Moncada, la primera tarea del gobierno revolucionario habría sido "limpiar las instituciones de funcionarios venales y corrompidos". Sin embargo, a pesar del adoctrinamiento político de las masas, las purgas periódicas de dirigentes y administradores estatales, los procesos de rectificación de errores, la corrupción amenaza con derrumbar "la viga central del edificio de la revolución" y hacer que la misma se "autodestruya", según han advertido sus propios dirigentes.

Cuando tantos esfuerzos para erradicar un mal fracasan una y otra vez, no queda más remedio que preguntarse dónde está la falla: ¿Está en los métodos utilizados para corregir el mal, o está en la identificación misma de las causas del mal?

Un breve viaje a la semilla

Al llegar al poder, Castro confiscó las cuentas bancarias y los bienes malversados de las figuras más connotadas del régimen de Fulgencio Batista, muchos de los cuales habían utilizado los fondos del erario público para enriquecerse, como verdaderos political entrepreneurs. Todo el mundo creyó entonces que el gobierno revolucionario estaba dando cumplimiento cabal a lo que había anunciado en su programa político original.

Poco después, sin embargo, Castro procedió a nacionalizar las propiedades de las compañías extranjeras como parte de un plan, hasta entonces secreto, de llevar a cabo una revolución socialista a espaldas del pueblo y de la gran mayoría de los revolucionarios que habían combatido contra la dictadura de Batista. De ahí que en los primeros meses de 1959 Castro declarara en más de una ocasión que él no era comunista, y que la revolución era "verde como las palmas", mientras creaba un gobierno paralelo que funcionaba a espaldas del primer gabinete del gobierno revolucionario, que, sin saberlo, servía como pantalla civilista y moderada a la radicalización que se venía gestando.

Una vez consolidado en el poder, tras haber declarado que era marxista-leninista y amparándose en la supuesta necesidad de echar abajo todo vestigio de la vieja sociedad burguesa para construir sobre sus escombros una nueva sociedad socialista más pura, Castro terminó confiscando los bienes legítimos de los miles de economic entrepreneurs cubanos, que habían utilizado los mecanismos de la economía formal capitalista para establecer sus negocios y prosperar. Dicho proceso terminó con la ofensiva revolucionaria de 1968, donde Castro intervino hasta el último puesto de fritas que quedaba en manos privadas.

Aquellos polvos trajeron estos lodos

Al confiscar las compañías extranjeras, Castro no hizo otra cosa que cortar los vínculos de las mismas con las empresas matrices, es decir, nacionalizó los activos físicos: los edificios, las maquinarias, la tierra, pero al mismo tiempo privó al país del flujo tecnológico, del conocimiento administrativo y de las inversiones que dichas empresas aportaban.

Al adoptar el modelo de economía centralizada socialista, Castro no solamente frenó la vitalidad del comercio y la capacidad productiva del país, sino que, al fomentar la escasez, producto de la ineficiencia del sistema, sentó las bases para la futura expansión de la corrupción.

Por último, al confiscar los bienes de la clase media cubana, penalizó al segmento más pujante de la sociedad, provocando además la emigración de miles de empresarios, técnicos y profesionales, y convirtiéndose en el mayor malversador de la historia del país.

Se puede decir entonces que la batalla inicial contra la corrupción comenzó con la confiscación de los bienes malversados de una minoría culpable del antiguo régimen, pero terminó apropiándose de los negocios legítimos de miles de cubanos honrados, y convirtió al Estado, la entidad que debía sentar un ejemplo moral para la sociedad, en el principal ladrón y promotor de la nueva corrupción.

Es la libertad económica, estúpido

En términos económicos no es difícil entender el fracaso de la batalla castrista contra la corrupción, ya que, como dijo Milton Friedman, "la corrupción es sencillamente la intromisión del gobierno en la eficiencia del mercado por medio de regulaciones". Pero en Cuba, aunque hay muchos economistas capaces, se sabe que no tienen el poder de influir en un proceso de toma de decisiones que da primacía a lo político sobre lo económico, y mucho menos decir abiertamente que dondequiera que se suprime la libertad económica ocurre una expansión de la economía subterránea y del mercado negro, los cuales entronizan la corrupción.

Esta relación inversamente proporcional entre la libertad económica y la corrupción hace que las sociedades con economías más centralizadas sean también las más corruptas. La centralización del poder económico en manos de administradores estatales ineficientes, la monopolización de la actividad del comercio exterior, la distorsión de la función del mercado como regulador de la distribución de recursos, los controles de precios, y el estrangulamiento de la oferta de bienes y servicios, conducen a la miseria primero y a la corrupción después.

La falta de tradición de respeto a las leyes e instituciones y otros factores culturales también influyen en los niveles de corrupción, pero son elementos secundarios. Para comprender a cabalidad la corrupción en Cuba, es necesario verla esencialmente como una reacción humana ante la estructura económica del país y sus patrones de propiedad, cálculo de precios, compensación y estímulo al riesgo.

Las medidas contra la corrupción en Cuba no funcionan porque el gobierno confunde los síntomas, como la indisciplina y el ausentismo laboral, con sus verdaderas causas. La reacción del hombre como ente económico depende esencialmente del sistema de incentivos y penalidades imperante. Para el hombre económico no hay nada más importante que el deseo y la necesidad de mejorar su condición material y la de su familia. Es lógico entonces que en un ambiente de escasez, técnicamente definida como una brecha entre la oferta y la demanda, éste recurra al mecanismo del mercado negro para cubrir necesidades, gustos y preferencias que no puede satisfacer en el mercado estatal.

De la misma manera que el bajo poder adquisitivo del salario real obliga al trabajador a compensar sus entradas robándole al Estado —único dueño de todo—, la escasez convierte a cada consumidor insatisfecho en un agente de la bolsa negra. Para completar el cuadro, la falta de oportunidades para prosperar o simplemente sobrevivir en la economía formal centralizada, y la proliferación de controles por parte del Estado, empujan a los agentes del orden (funcionarios, inspectores y policías) a compensar sus bajos ingresos mediante el tráfico de influencias.

El hambre como consejera…

La corrupción florece cuando reina la escasez, ya que la permanente brecha entre la oferta y la demanda, crea una oportunidad de ganancia extraordinaria, incentivando a los empresarios de la economía subterránea a tratar de suplir por cualquier medio el mercado negro con sus productos. Al satisfacer aquella parte de la demanda no satisfecha por los productores estatales, estos empresarios desempeñan un papel económicamente positivo. Es más, si no fuera por ellos, las condiciones de vida y la satisfacción de las necesidades del consumidor fueran mucho peor de lo que son.

Asimismo, mientras que el Estado controla y distorsiona los precios del producto de sus empresas, afectando la distribución óptima de los recursos, el mercado negro calcula los suyos eficientemente mediante los vaivenes de la oferta y la demanda, enviando el estímulo apropiado a los potenciales productores. El robo generalizado al Estado no es entonces causa de la corrupción, sino una consecuencia de la ineficiencia productiva del sector estatal. Por eso, económicamente hablando, es injusto tratar a estas personas como criminales, ya que ellas reaccionan ante los estímulos que indirectamente les envía el propio gobierno que los persigue. Además, si el gobierno mismo terminó robándole las propiedades a sus legítimos dueños, qué moral tiene ahora para acusar a nadie de robarle al dueño ilegítimo de todo. Como dice el refrán popular: "ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón".

Por todo lo anterior, es injusto y contraproducente tratar de disciplinar a unos trabajadores mal pagados, mal vestidos, carentes de transporte adecuado y peor alimentados, mientras se trata de tapar con un dedo las causas estructurales y morales de la corrupción en aras del inmovilismo político. Eso es lo que hace el alcalde de La Habana, Juan Contino, al asegurar que la corrupción es "producto de ciertas conductas indeseables de una minoría". A menos que el señor Contino se refiera a la conducta de la elite gobernante, que insiste en imponerle un modelo económico fracasado al resto de la sociedad, el fenómeno de la corrupción solamente se puede explicar por la ineficiencia productiva del Estado, que afecta a toda la población, obligándola a ser, directa o indirectamente, parte activa o pasiva de la misma y por eso es "un cáncer que hace metástasis", según las palabras de Raúl Castro. La corrupción en Cuba se ha convertido en un fenómeno generalizado, sencillamente porque la economía centralizada no satisface las necesidades del consumidor.

© cubaencuentro

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