Capitolio, Cambios, República
Qué será, será…
¿Cómo es posible que una estatua pueda ser el símbolo de una cosa y no serlo al mismo tiempo?
Es la estatua de la República de Cuba. De bronce y dorada. Es como un edificio de seis pisos. Tiene 17,4 metros de alto, es decir unos cincuenta y ocho pies. Levantada en 1929 y encerrada en silencio durante los últimos 56 años, bajo la cúpula del Capitolio Nacional. Esa cúpula y el resto del edificio están ahora en reparaciones. Cuando terminen, allí se instalará el parlamento cubano, con el nombre de la era revolucionaria: Asamblea Nacional del Poder Popular.
Lo que nos lleva a la pregunta. Cuando los diputados a la Asamblea Nacional pasen cerca de ella, ¿qué dirán? ¿que es la estatua de la República de Cuba o que es la estatua de un pedazo de la República de Cuba? Porque esa versión es divertida: hasta el 1958 habría sido el símbolo de “la república mediatizada, que no era en realidad una república”; pero “ahora” –– explicaría el diputado–– simboliza verdaderamente a nuestra república, soberana y nacional.
Aunque nada de eso aclararía por qué ha estado desde el triunfo revolucionario del 59 en la sombra, ni por qué ahora la sacan a la luz, ni por qué tan enigmática señora tendrá de nuevo bajo su égida al parlamento nacional. ¿Cómo es posible que una estatua pueda ser el símbolo de una cosa y no serlo al mismo tiempo?
La pregunta no es retórica. En una entrevista de la revista cubana Temas en el 2012, el Historiador de La Habana, Eusebio Leal, quien tiene a cargo también la restauración del Capitolio, dijo: “No podremos entender la Revolución sin la República” lo que equivaldría a decir en otros términos, menos revolucionariamente correctos: “No podremos entender la nación cubana sin la Republica fundada el 20 de Mayo de 1902”. Durante 56 años revolucionarios, dicha “república neocolonial” ha estado condenada a la sombra, junto la estatua que la representaba. Leal también aclaró en la entrevista: “Cuando no se tiene el valor de explicar [la historia], se acude al expediente de omitirla”. Y citó oportunamente a Fidel Castro, curándose en salud.[1]
Para algunos, lo que diga en una entrevista un funcionario cubano en una publicación cubana carece siempre de valor, razón por la cual permanecerán cómodos dentro de sus propias convicciones, aunque quizá separados de alguna interesante realidad.
Y es que las palabras de Leal, son el primer reconocimiento político, quizás aún tímido, de una continuad histórica en Cuba. El elefante blanco de la república burguesa, silente, aparcado en una esquina de la sala nacional durante medio siglo, y del que nadie hablaba, como no fuera para ofenderlo. Pero un convidado de piedra que, para bien o para mal, en su época dijo lo suyo, ni más ni menos que cualquier otro convidado por la Historia y al que Leal, prudentemente, le concede cierto derecho a la existencia . Al igual que de la historia de la nación cubana no se pueden borrar los 56 años de revolución, no se pueden borrar tampoco los 57 de república. El 20 de mayo de 1902 llegó ahí para quedarse, al igual que el primero de enero del 59.
Hay quien discutirá cuál de los dos “cincuenta y pico de años” han sido más importantes para Cuba, y eso es una tarea complicada. Pero tal vez para decidirlo, sería provechoso que todos los paladines partidistas de la patria martiana ––porque todos dicen ser martianos–– del lado de la historia que estén, aceptaran que la historia de la nación cubana es una sola. Porque ninguno de los dos bandos quiere ser partícipe de la historia del otro. Lincoln Díaz-Balart, debatiendo con su primo Fidel Castro Díaz-Balart la importancia de la constitución socialista del 76; Machado Ventura sopesando en sus memorias la contribución democrática plural en la constituyente del 40, son aún hoy sucesos impensables. ¿Siempre lo serán?
La biografía autorizada del presidente Raúl Castro[2], presentada precisamente ante esa Asamblea Nacional hace apenas un mes, incluye una foto peculiar: un Raúl de apenas siete años en brazos de Fulgencio Batista. Qué dos mejores exponentes de mitades encontradas en una misma historia. Tal vez el presidente comprenda, que a pesar de todos los pesares, con sus luces y sus sombras, la historia de la república cubana debe ser una sola.
Y si no, ¿por qué traer la Asamblea al Capitolio Nacional en vez de mantenerla como siempre en el Palacio de Convenciones?
© cubaencuentro
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