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Actualizado: 21/05/2024 22:00

Literatura

Desnoes, futuro Premio Nacional de Literatura

Las contradicciones del autor de 'Memorias del subdesarrollo'.

Después de tanto criticar a Carpentier, Edmundo Desnoes ha caído en el exotismo. Él, que le reprochó al maestro de Los pasos perdidos que la celebración de "lo real maravilloso" contribuía a estetizar un continente caracterizado por la miseria y la violencia urbanas, se ha vuelto romántico.

De paso por Sevilla, en ocasión de una reedición de Memorias del subdesarrollo, ha señalado sobre su visita a Cuba en 2003: descubrí que "es la única ciudad del mundo que ha envejecido conmigo, a diferencia de otras ciudades mitológicas en las que han crecido nuevos órganos y que han sufrido cirugía plástica". "En Cuba he descubierto arrugas en los edificios y paredes desconchadas", pero "esto no me entristeció, pues las ruinas tienen su belleza", añadió.

Que La Habana apenas haya crecido en las últimas décadas y se encuentre en franco deterioro es ahora motivo de alegría. Supremo romanticismo esto de celebrar que la ciudad, librada a su (mala) suerte, semeje un organismo exento de las intervenciones de la tecnología.

La Habana es, en los ojos de Desnoes, más auténtica que París y que Nueva York. El aparente esplendor de estas urbes vendría a representar la decadencia del Occidente capitalista, mientras la ostensible decadencia de la capital cubana refleja en verdad la autenticidad perdida. Paradoja del tipo de las que gustan los castristas del diario electrónico Rebelión.

Ahora bien: La Habana habrá envejecido con Desnoes, pero él no con ella, o por lo menos no en ella: recordemos que en 1979 tomó el camino del exilio, sin asumir nunca una franca posición anticastrista, lo que le granjeó la enconada enemistad de Cabrera Infante y Reinaldo Arenas. Y con el viaje a Cuba hace tres años, donde recibió el aplauso de jóvenes admiradores de Memorias del subdesarrollo y la atención de una oficialidad deseosa de "recuperar" a los escritores del exilio, Desnoes se ha sensibilizado no sólo con las ruinas de la Habana Vieja, sino también con la otra vieja culpable de todo: la dictadura más longeva del planeta.

Regreso al tópico sesentista

En una entrevista con Europa Press, Desnoes afirma que "la revolución ha sobrevivido" a pesar de no contar ya con el apoyo de la Unión Soviética, y añade que "se ha vuelto a la división de clases, algo quizá inevitable para la supervivencia de la revolución". Nos preguntamos, no ya si alguna vez tal división fue realmente abolida, sino cómo pueden coexistir la revolución y las clases. Esta curiosa idea recuerda aquella de Andrés Sorel de que en Cuba hay que "desmilitarizar" la "sociedad civil".

Declaraciones semejantes hizo Desnoes durante su estancia en Cuba a comienzos de 2003 para la presentación de la reedición cubana de Memorias, la primera que se hacía en la Isla después la publicación de la obra en 1965.

El escritor afirmó, por ejemplo, en el contexto de una reflexión general sobre la inevitabilidad del fracaso en la vida, que "la misma revolución cubana es un proyecto tan grande y hermoso que está condenada a no poder realizarse en toda su plenitud" (Ciro Bianchi Ross: "Edmundo Desnoes: puntos de vista", La Gaceta de Cuba, mayo-junio, 2003).

Cuando se hace cada vez más evidente la miseria de lo que Rolando Sánchez Mejías ha llamado "eso que llaman revolución", su costado profundamente cómico, Desnoes regresa al tópico sesentista de la grandeza trágica y sublime de la revolución cubana. Ese es, desde luego, uno de los tópicos centrales de Memorias, que no por gusto coloca su historia en el contexto apocalíptico de la crisis de los misiles.

El otro tema fundamental del relato es, claro está, el del desarrollo, que atraviesa los discursos rectores de una década que comienza con los proyectos civilizatorios en la Ciénaga de Zapata en el mismo 1959 y termina en la zafra mal llamada de los Diez Millones.

El conflicto de Malabre (Sergio en el filme de Gutiérrez Alea) consiste, básicamente, en querer el desarrollo y no integrarse a lo único que podría conseguirlo de una buena vez: la revolución. Esta contradicción se relaciona, en las observaciones que el protagonista apunta en su diario, con la otra antinomia que plantea la obra: la tensión entre el carácter nacional y el proyecto desarrollista de la revolución.

No son pocos los tópicos de los discursos de psicología social cultivados en tiempos coloniales y republicanos que aparecen en las reflexiones de Malabre: desde la imprevisión del cubano hasta su incapacidad intelectual. Pero esos tópicos están en el discurso de Malabre justamente porque él representa, del modo más lúcido y racionalizado posible, aquello que la revolución ha de acabar: esos discursos sobre las incapacidades del cubano para la democracia o el progreso eran, como ya en 1960 había apuntado Sartre en su ensayo Ideología y Revolución, parte de la superestructura que legitimaba el subdesarrollo colonial de la Cuba prerrevolucionaria.

¿Por qué se exilió Desnoes?

Ahora bien, cuando se hace más que evidente que la revolución fracasó rotundamente en sus pretensiones desarrollistas, pero no por ninguna intrínseca incapacidad de la gente nativa sino por la flagrante ineficiencia del régimen comunista, Desnoes se vuelve admirador del subdesarrollo de Cuba reflejado en el estado ruinoso de la capital. Evita proyectar los temas de Memorias sobre la realidad contemporánea, en favor de una extemporánea identificación con Malabre que privilegia un asunto que las lecturas más superficiales del relato no han dejado de destacar: lo del intelectual como "conciencia crítica".

Pero también aquí, pasando a pie juntillas sobre la etapa del ostracismo, Desnoes nos regala una nueva contradicción.

Por un lado, afirma que para él el escritor es "la conciencia crítica de la sociedad" y que vio "con estupor que en un momento dado el Partido asumía la conducción de la cultura"; por el otro, dice a continuación: "cuando las cosas empezaron a arreglarse (…) me dijeron que tenía que empezar de nuevo, poco a poco, desde abajo, humildemente para que se me reconociera de nuevo, planteos que por orgullo, por arrogancia, no acepté y decidí salir de Cuba".

¿Se fue por falta de humildad o porque el estado de cosas impedía la existencia del intelectual crítico, tanto cuando comenzó la subordinación de la cultura al Partido como cuando, diez años después, le hicieron esos planteamientos y tuvo ocasión de irse? Y ese cambio a fines de la década, ¿no fue una nueva determinación del Partido?

No puede negarse: a pesar de su lejanía, Desnoes es miembro honorable de la generación de los cincuenta. Comparte con sus colegas que permanecen en Cuba —Pablo Armando Fernández, Ambrosio Fornet, Antón Arrufat, César López, etcétera— las amnesias, escamoteos y acomodos que le han convertido en la ilustración más justa de la impronta denigrante de la revolución en la intelectualidad de la Isla.

No me extrañaría que, ante el actual déficit de candidaturas para el Premio Nacional de Literatura, se modificara la cláusula que establece que sólo puede ser concedido a escritores residentes en Cuba, y fuera Edmundo Desnoes el primero de los de allá en merecerlo.

Sería la ocasión ideal para un nuevo viaje a la Isla, reedición de Memorias del subdesarrollo, Habana más arruinada que nunca y aplauso de los incautos incluido.

© cubaencuentro

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