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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Política y literatura

El éxito de los libros de Leonardo Padura se debe a la eficacia con que maneja recursos de la narrativa comercial que atrapan al gran público.

Poco antes de aparecer en este diario el comentario de Alejandro Armengol sobre la última novela de Leonardo Padura, y en la revista Encuentro el ensayo de Amir Valle Megahistoria vs. Marginalia, se lanzó en la Feria del Libro de La Habana la edición cubana de La neblina del ayer, además de una nueva edición de Las cuatro estaciones. Aunque desde luego en sí mismo no los desmiente, creo que este hecho suscita el cuestionamiento de hasta qué punto las narraciones policíacas de Padura son tan críticas como creen Armengol y Valle.

Este último sitúa a Padura, con justicia, como un pionero de lo que llama el "neopolicial cubano", modalidad narrativa cultivada también por Daniel Chavarría, Lorenzo Lunar y el Pedro Juan Gutiérrez de Nuestro GG en La Habana, y afirma que por mostrar una Cuba marginal muy distinta de la idílica del Granma y la Mesa Redonda, los funcionarios de la cultura han lanzado una contienda contra el género. ¿Cómo se explica entonces que Las cuatro estaciones sea ahora reeditada? Y también: ¿Por qué publican en Cuba todas las novelas de Padura, mientras que de Pedro Juan Gutiérrez se ha publicado sólo Animal tropical?

Es preciso no perder de vista que hay algo en la novelística de Padura (que comparte con otros reconocidos escritores de su generación como Arturo Arango, Abilio Estévez, Senel Paz y Abel Prieto), que lo diferencia notablemente de Pedro Juan Gutiérrez y Ena Lucía Portela. La sordidez en Padura tiene otras implicaciones que en este par de narradores "sucios"; la suciedad aparece siempre como limpiada por la mirada de la nostalgia y la eticidad del protagonista: hay una creencia, poética diría yo, o acaso metafísica, en una pureza original incontaminada por el desastre que ha arruinado la ciudad.

¿No marca todo ello en alguna medida la diferencia entre la perspectiva del desencanto, noción definida por Jorge Fornet y asumida por el propio Padura en su entrevista con la revista disidente Consenso, y una que, yendo más allá de la limitada lógica del encanto y el desencanto, se vuelve más difícil de digerir por las instituciones culturales del régimen?

Lo literario y lo político

Es indiscutible que la serie de Las cuatro estaciones inaugura un nuevo momento del policial cubano, muy distinto al que en los años setenta estuvo condicionado por el influjo del realismo socialista. El cambio de modelos lo indica todo: antes, las novelas rusas y búlgaras; ahora, la "novela negra" norteamericana. Pero el desencanto que reflejan las novelas de Padura, ¿no implica aun un cierto compromiso, uno del que se ha liberado del todo el desapego del narrador del ciclo de Centro Habana?

Mi opinión es que las propias declaraciones de Padura a Consenso evidencian los límites de su perspectiva y su crítica. La neta separación que establece entre la literatura y la política, revolucionaria en relación con la total subordinación que establecía la ortodoxia marxista predominante durante los años setenta, puede volverse más bien conservadora en el contexto de una política cultural que ha tenido que adaptarse al brusco cambio de circunstancias de los años noventa.

Padura afirma que el desencanto "es una visión muy interrogadora de la realidad", pero "no es que sea una literatura que se oponga a un sistema o que cree una alternativa política desde la literatura, sino que es una literatura que interroga a la realidad cubana por encima de lo político…". Cabe preguntarse cómo en un país donde la politización totalitaria de la vida implica la privación de los más elementales derechos políticos de las personas es posible interrogar la realidad por encima de esa dimensión.

La determinación de esquivar o sobrevolar lo político no deja de constituir una toma de posición política. La separación de lo literario y lo político no es sino un espejismo; la diferencia entre "valoración política" y "visión más bien social" que traza Padura, una diferencia de grado entre dos niveles de crítica del statu quo y de compromiso, si no con este, con ciertos valores en los que se legitima. Tampoco Trilogía sucia de La Habana y El rey de La Habana son obras políticas en el doble sentido —positivo y negativo— que Padura le otorga a la palabra, pero las autoridades se rehúsan a publicarlos mientras reeditan Máscaras.

No es cierto, además, que los "escritores que han politizado extremadamente sus obras" hayan fracasado. Es muy discutible el ejemplo de Jesús Díaz; en todo caso, a la tesis de Padura podría oponerse el de Reinaldo Arenas. El color del verano desmiente aquello de que "cuando se produce demasiado acercamiento entre la política y la literatura siempre sale perdiendo la literatura": novela anticastrista si las hay, es claramente superior, como literatura, a todas las de Padura.

Rechazo del panfleto

En modo alguno quiero con estos señalamientos legitimar la literatura panfletaria como única opción verdaderamente crítica, pero sí creo en la necesidad de advertir a dónde puede conducir un rechazo del panfleto que se vuelve formalista desde el momento en que evita establecer diferencias entre un contenido procastrista y uno anticastrista.

Quizás convendría recordar, a propósito, que la tesis de la "neutralidad de la cultura" se convirtió en coartada de los intelectuales que en los años cincuenta colaboraron con la dictadura de Batista y podría convertirse hoy en el límite de la permisividad de la menguante dictadura castrista.

"El principal cambio que hace mi generación en la literatura de los ochenta —afirma Padura— es precisamente sacar la ortodoxia política de la literatura, por eso no tiene mucho sentido que volvamos a meterla". Pero quién dijo que la crítica o la disidencia significan reintroducir la "ortodoxia política" en la literatura. Lo que pudo ser contestatario en los ochenta no lo es en la circunstancia de hoy.

¿No habría que abandonar de una buena vez el espíritu de aquellos años, reflejado magistralmente en la emblemática canción de Carlos Varela? No se trataría ya de afirmar nuestra identidad en la discrepancia con el padre, o incluso de negarlo en ademán parricida, sino sencillamente de rechazar absolutamente esa paternidad ilegítima que nos fue impuesta. "La Revolución es un bloque", decía Clemenceau, y otro tanto podría afirmarse en nuestro caso.

No niego con esto que en alguna medida las novelas policíacas de Padura "le tomen el pulso a la realidad contemporánea", pero no creo que su éxito dentro de Cuba se deba sobre todo a que debido a su "ángulo pesimista, desencantado, irónico" la gente se identifica con su protagonista ni a que dé "una visión no ortodoxa de la realidad cubana que no tiene que ver ni con el extremo de la visión que existía anteriormente en la literatura cubana, ni con la visión que dan algunos escritores cubanos que viven fuera de Cuba".

De publicarse en la Isla, quizás Zoè Valdés tuviera el mismo éxito de público, atribuible acaso a una identificación popular con los personajes de sus novelas. Virgilio Piñera y Severo Sarduy nunca lo tendrán.

El éxito de Padura se debe, más que a esa medianía entre el realismo socialista y el naturalismo antisocialista, a la eficacia con que maneja recursos de la narrativa comercial que atrapan al gran público. Hay, sobre todo, cierto romanticismo que en La novela de mi vida se vuelve franco romance nacional. Que el bueno del Conde se nos haya vuelto un personaje entrañable no debe hacernos perder de vista que las historias que protagoniza son bastante complacientes.

© cubaencuentro

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