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Actualizado: 18/04/2024 23:36

EEUU, Elecciones, Trump

El triunfo de Trump

No se trata de ganar la presidencia, es su estrategia de salida

La impactante falta de detalles, de la cual sus críticos se burlan como ridículamente poco seria en un asunto tan trascendente, no es una deficiencia. Es lo que caracteriza a la estrategia de Donald Trump.

Trump no está presentando un caso estrecho, quirúrgico y legalmente factible para aumentar sus posibilidades de seguir viviendo en la Casa Blanca el 21 de enero (eso es improbable). Tampoco está haciendo esto para ganar la discusión. (es casi matemáticamente imposible). Lo está haciendo, dicen estrategas políticos, observadores de Trump desde hace mucho tiempo y expertos en tácticas autoritarias, para sembrar dudas, salvar las apariencias y fortalecer, incluso en la derrota, el vínculo vital con su base política, de acuerdo a un artículo de Michael Kruse en Politico.

Y está funcionando. Siete de cada 10 republicanos, según una encuesta de POLITICO / Morning Consult a principios de esta semana, creen que la elección le fue robada a su candidato.

En general, para Trump es tanto una culminación como una continuación: una especie de gran final de los últimos cinco años, en el que ha confiado tanto en tanta irrealidad, y también una pasarela, una especie de efecto decisivo hacia lo que vendrá una vez que deje Washington, DC, y presumiblemente se traslade a Mar-a-Lago para iniciar una pos presidencia que seguramente será diferente a cualquier otra.

Hay mucho en juego, y el daño colateral a la democracia estadounidense podría ser duradero y profundo, pero Trump está haciendo lo que siempre ha hecho. Está tejiendo un mito para sus propios intereses. Está haciendo lo que cree que debe hacer para ponerse al menos en la mejor posición posible para el futuro después de otro fracaso.

“No se trata de ganar la presidencia”, dijo esta semana el expublicista de Trump, Alan Marcus. “Es su estrategia de salida”.

“No se trata de contar los votos”, dijo Rory Cooper, estratega republicano y exasesor de Eric Cantor cuando era líder de la mayoría de la Cámara. “Toda su personalidad se basa en la idea de ganar a pesar de sus décadas de no ganar. Él está constantemente creando una leyenda sobre sí mismo, en lugar de una narrativa veraz. Por lo que no me sorprende que vaya a usar esto para convencer a sus seguidores de que la elección fue injusta y que él sigue siendo el líder de la oposición republicana”.

Añadió: “Tendrá que ocuparse de los problemas financieros una vez que deje el cargo y va a ganar mucho dinero. Va a ganar mucho dinero con los libros. Va a ganar mucho dinero con discursos. Podrá organizar mítines y cobrar por ellos. Dejando a un lado todo lo del Distrito Sur de Nueva York y lo que podría sucederle en Manhattan, solo en el aspecto financiero, el martirio de Trump, martirizarse a sí mismo, es bueno para los negocios”.

Cooper dijo que es imperativo que Trump mantenga activo el potencial para otra contienda electoral en 2024. “Ya sea que quiera hacer eso o no, la idea de que podría hacerlo debe permanecer viva desde el punto de vista de la rentabilidad”, agregó.

“Si se mantiene esa posibilidad, se garantiza que él simplemente sigue siendo relevante y permanece en el centro de atención; sigue siendo una fuente de caos, desorden y división, que es en lo que parece prosperar”, dijo Lawrence Douglas, un profesor de derecho, jurisprudencia y pensamiento social de Amherst College, que escribió un libro que se publicó en mayo: Will He Go?

“No está perdiendo”, dijo Marcus. “Está ganando”.

“Honestamente, no creo que pueda estar funcionando de mejor manera para él”, dijo Cooper.

Este comportamiento tiene una larga historia.

“Donald es un creyente en la teoría de la gran mentira”, dijo uno de los abogados de Trump a Marie Brenner para un artículo en Vanity Fair hace 30 años este otoño. “Si dices algo una y otra vez, la gente te creerá”.

Trump es un mentiroso experto. La base de su existencia son las mentiras. No se hizo a sí mismo. No es un buen empresario, gerente o jefe. Pertenece al Establishment, en lugar de estar fuera de este. No ha sido en forma alguna una víctima singular, sino espectacularmente privilegiado y afortunado.

“No es quien dice ser”, de acuerdo a un exejecutivo del casino Trump, Jack O’Donnell, en agosto pasado. “Él es”, afirma el biógrafo de Trump, Michael D’Antontio, “una mentira andante”.

Le sirvió bien cuando comenzó su período previo a su candidatura a la presidencia, hace ahora una década. Trump avivó su potencial político, y sus aspiraciones ya de entonces a una candidatura, en especial y fundamentalmente con el intento de impugnar al presidente Barack Obama, mediante la difusión de una teoría conspirativa racista que ponía en duda la ciudadanía estadounidense del mandatario.

Lo hizo aún mejor durante su campaña de 2016, con su empeño contra los árbitros tradicionales de la verdad, lo que lo que transformó en un impulso a su oferta política. Además de atacar a la prensa y catalogarla de “noticias falsas”, la emprendió contra los funcionarios públicos, titulándolos de “El Estado Profundo”, y a Washington D.C. como “el pantano”. Así como lanzó ataques especialmente insidiosos contra la integridad de las elecciones estadounidenses.

A raíz de su derrota ante Ted Cruz en los caucus de Iowa —solo para empezar—, Trump acusó al senador de Texas de “fraude” y dijo que “le había robado [el resultado electoral]”.

En general, y a medida que noviembre de 2016 se acercaba cada vez más, Trump utilizó con mayor frecuencia de “amañadas” para referirse a las elecciones. En repetidas ocasiones se negó a comprometerse a aceptar los resultados si mostraban que perdió.

Y durante la duración de su administración —por supuesto— ha sido el mentiroso más persistente e impenitente que jamás haya podido sentarse detrás del gran escritorio en la Oficina Oval.

Trump ha pasado una gran cantidad de su tiempo como presidente hablando y tuiteando sobre casos (mínimos, no comprobados o totalmente inventados) de votaciones ilegales y fraude electoral. Lo hizo en 2016, a raíz de su propia victoria en el Colegio Electoral, cuando insistió en la falsedad de que habría ganado el voto popular “si se deducen los millones de personas que votaron ilegalmente”. Volvió con lo mismo en las elecciones legislativas de medio término. “Se ha notificado con vigor a las fuerzas del orden de que vigilen de cerca cualquier VOTO ILEGAL”, tuiteó el día antes de esas elecciones. Y lo hizo, obviamente, de cara a las elecciones que acaban de concluir.

“Es desafiante”, dijo Jennifer Mercieca, autora de un libro sobre la retórica de Trump, Demagogue for President, “frente a la verdad objetiva”.

Douglas, el profesor de Amherst, lo predijo: “Si bien su derrota está lejos de ser segura, lo que no es inseguro es cómo reaccionaría Donald Trump ante la derrota electoral, especialmente en una derrota estrecha. Rechazará el resultado”, escribió en su libro que salió en la primavera. “La negativa de Trump a aceptar la derrota no es posible ni probable, es casi inevitable”.

“Donald Trump es la gran mentira”, dijo Carl Bernstein en CNN en septiembre. “Él es la gran mentira. Su presidencia es la gran mentira”.

“Es algo así como Goebbels”, dijo Joe Biden en MSNBC unas semanas después de ello, haciendo referencia al jefe de propaganda de Hitler. “Dices la mentira el tiempo suficiente, sigue repitiéndola, repitiéndola, repitiéndola, repitiéndola”.

“Esto es un fraude contra el público estadounidense”, mintió Trump la noche de las elecciones. “Nos estábamos preparando para ganar estas elecciones. Francamente, ganamos esta elección. Ganamos esta elección”.

“Si cuentas los votos legales, gano fácilmente. Si cuentan los votos ilegales, pueden intentar robarnos la elección”, mintió Trump dos días después en lo que el infatigable verificador de hechos de CNN describió como “el discurso más deshonesto de su presidencia”.

La misma falta de especificidad en sus afirmaciones radicales es lo que ha centrado la furia de la base republicana contra las instituciones a las que han sido entrenados para despreciar. Las afirmaciones estrechas, fácilmente refutables, no sobrevivirían mucho tiempo, pero las demandas generales de contar cada voto legal dan cobertura a los líderes del partido en Washington para que pueden imitar al presidente sin temor a la contradicción. Y la recaudación de fondos a nivel nacional probablemente no sería tan efectiva si Trump no estuviera afirmando que el fraude también fue de costa a costa.

“Si TODOS los Patriotas aportan $10, el presidente Trump y el Partido Republicano tendrán lo necesario para DEFENDER las elecciones y GANAR”, dice un mensaje de texto de la campaña de Trump. “Están haciendo todo lo posible para ENGAÑAR al pueblo estadounidense. Te necesito”, dice otro. No decir nada. Solo pedir dinero.

“Salvar las apariencias lo es todo para estos tipos”, expresó Ben-Ghiat, refiriéndose a los líderes autoritarios en general. “La razón por la que llama a todos perdedores”, agregó, refiriéndose a Trump en particular, “es que teme ser un perdedor”.

“No puede conceder”, dijo Douglas, “porque simplemente no encaja con la narrativa que les ha dicho a sus seguidores. Les ha dicho a sus partidarios que hay un Estado profundo que ha estado conspirando contra él para destituirlo de su cargo, desde el momento en que fue elegido, junto con las noticias falsas, y junto con los demócratas radicales, todos han estado conspirando contra él. Y casi sería reconocer a sus seguidores que les ha estado mintiendo todo el tiempo”.

“El escándalo comenzará a desvanecerse”, añadió Cooper. Más pérdidas en los tribunales. Más resultados certificados. Más republicanos en todo el país y jefes de Estado en todo el mundo siguen adelante en el reconocimiento del triunfo de Biden.

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