EEUU, Elecciones, Republicanos
Trump y los republicanos
Una vez concluya el feriado del “Labor Day” (Día del Trabajo), que se celebra hoy lunes en Estados Unidos, la campaña por la presidencia entrará en su recta final
Desde hace años una partida de fanáticos intentan apropiarse del Partido Republicano. Lo han logrado en parte. Todo comenzó con un desplazamiento geográfico, pero en realidad ideológico. El ala sureña del partido desplazó a los del norte, que lo habían guiado por años. Los gobiernos de ambos Bush, padre e hijo, fueron la culminación de este período, sobre todo durante el mandato del segundo.
Sin embargo, la llegada a la presidencia de Barack Obama vino a poner de cabeza lo que hasta entonces se consideraba un cambio acorde a las circunstancias del momento.
Como suele ocurrir, la respuesta no fue una rectificación de rumbo sino empeñarse en el error. Los triunfos durante las elecciones legislativas parecieron confirmar en un sector republicano que el extremismo ideológico era la carta de triunfo en las urnas. Luego vino la elección presidencial, pero la derrota del candidato republicano no sirvió para enmendar el error, sino todo lo contrario. Tras los debates en las primarias de entonces, en que cada aspirante a la presidencia se empeñó en ser más intransigente que el anterior, el elegido Mitt Romney trató de aparecer como el representante no solo de la clase media sino de la ciudadanía estadounidense en su conjunto. Fracasó en su empeño porque siempre resultó demasiado falso para creerse el cuento y con un desprecio tan grande hacia la población hispana —para no hablar de los votantes negros— como para conseguir su apoyo.
Al igual que en el primer triunfo electoral de Obama, con la derrota del senador John McCain, el fracaso de Romney no condujo a un cambio.
Los motivos fueron dos, y muy elementales. El primero una consecuencia del margen de tiempo que brindaba la próxima elección presidencial. Como esa nueva contienda era lejana, el juego político se concentró no es conquistar al electorado estadounidense en general sino en mantener la base partidaria. Se profundizó en el fanatismo y todos los esfuerzos se encaminaron a que el Gobierno no funcionara, no importa si con ello la nación tampoco funcionaba.
El segundo aspecto tuvo que ver con el dinero, y con el hecho de que en la política del país se estaba produciendo un fenómeno perjudicial para la democracia. El fallo de la Corte Suprema en el caso Citizens United contra la Comisión Nacional de Elecciones —que permite a las empresas gastar cantidades no limitadas de sus fondos corporativos en las contribuciones de campaña autorizadas— ha llevado a una mayor polarización ideológica y no a una representación más justa de los intereses de la mayoría ciudadana.
Dinero y más dinero
El dictamen de la Corte Suprema revocó todas las limitaciones de la ley Bipartisan Campaign Reform Act (también conocida como McCain–Feingold Act o BCRA), que prohibían a las empresas, incluidas las organizaciones sin ánimo de lucro y sindicatos, invertir en campañas electorales. Ello permitió la inversión de grandes sumas de dinero —a favor o en contra de los aspirantes y candidatos presidenciales de los dos principales partidos de este país— en las elecciones de 2010 y 2012. En la de ahora, 2016, propició el surgimiento dentro del Partido Republicano de una serie de aspirantes a la nominación presidencial, que de no contar con esas fuentes de fondos jamás se hubieran presentado a la contienda.
Sin embargo, contrario a lo que se pensó en un primer momento, el dictamen de la Corte no se tradujo necesariamente en privilegios para las corporaciones, sino en una vía para que algunos de sus principales propietarios, grandes accionistas y millonarios de cualquier tipo pudieran invertir abiertamente en sus objetivos políticos personales.
Para las corporaciones, los cabilderos han continuado siendo los vehículos ideales para lograr leyes a su favor, mientras que a la hora de los intentos para inclinar la balanza política en agendas ideológicas, individuales o de grupos de interés, los fondos en posesión de los grupos de acción política marcan la pauta.
Es por ello que el extremismo político, que parece dominar en un poderoso sector del Partido Republicano, no obedece al dinero de corporaciones sino de donantes individuales. Con frecuencia, estos grandes donantes promueven los puntos de vista más extremos. El mejor ejemplo en ese sentido es el magnate del juego Sheldon Adelson.
También aquí residiría la explicación a la coyuntura actual, que permite al candidato presidencial republicano, Donald Trump, hablar en una lenguaje que en otra época estuvo limitado a los políticos de izquierda, y denunciar los grandes intereses y grupos de interés, y a los políticos comprendidos con ellos, como uno de los principales causantes de las injusticias sociales y económicas imperantes en la nación.
En 2012, los principales donantes —que constituyen apenas el 0,1 %— conformaron el 44 % de las contribuciones de campaña, mientras que en 1980 un número igual de donantes privilegiados solo alcanzó el 10 % de la cifra total de dinero dado para la promoción de candidaturas, de acuerdo a un artículo de The New York Times. La tendencia ha continuado en aumento.
Cambios en el movimiento conservador
El cambio en el Partido Republicano, de un conservadurismo pragmático norteño a un fundamentalismo rural sureño, ha traído como consecuencia una polarización ideológica de los votantes, los cuales han llevado a la Cámara de Representantes a políticos que se aferran a posiciones ideológicas extremas; rechazan el compromiso y se aferran a una “pureza ideológica” que puede complacer a un número limitado de electores, pero se aparta del espíritu moderado y centrista de la mayoría de votantes de este país.
Este cambio, como se demostró en 2012, puede traer como resultado un nuevo fracaso republicano en la elección presidencial. Es por ello que figuras importantes de dicho partido han comenzado a distanciarse de la contienda por la Casa Blanca y a apostar por la votación para legisladores.
¿Qué le queda entonces al movimiento conservador y cuál es su futuro?
Desde hace años el Partido Republicano necesita de una revaloración de sus objetivos y prioridades, y al mismo tiempo liberarse del control que sobre él ha venido ejerciendo la ultraderecha sureña, en especial en su vertiente más reaccionaria, dominada en buena medida por los diversos grupos y sectas evangelistas, el extremismo en contra del Estado y el lograr una reducción cada vez mayor en los impuestos.
El movimiento Tea Party se ha diluido en estas elecciones presidenciales y sus candidatos más destacados fueron eliminados en las primarias. Ahora tienen que vérselas con la candidatura de Trump, alguien que no los rechaza y está dispuesto a orar con ellos —y también a solicitarles votos y dinero—, pero al final poco confiable. Esto debería traducirse, en última instancia, en un beneficio para la derecha, ya que este movimiento nacido en circunstancias de momento ha sido —en sus ideas, argumentos, estrategias, y sobre todo en su visión— de manera profunda y desafiante, anti conservador.
Aunque si el movimiento Tea Party no figura en la actualidad de forma destacada en los titulares de prensa, ello no quiere decir que este movimiento ha perdido por completo influencia a la hora de exigir a los miembros del Partido Republicano, en el reclamo de que se definan en sus acciones de acuerdo a lo que la organización considera “verdaderos republicanos o verdaderos conservadores”, en especial en lo que se refiere a las nominaciones para los cuerpos legislativos.
Esta exigencia tiene sus raíces en la transformación que ha sufrido una parte del movimiento conservador en este país, del pragmatismo al fanatismo ideológico, y que en buena medida definirá los resultados de estas elecciones presidenciales.
© cubaencuentro
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