Opinión
Anticastrismo totalitario
El informe de la Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre, el pasado y las fantasías.
El pecado original de buena parte del anticastrismo en Miami es que no es verdaderamente democrático. Esta es la realidad tras las posiciones de un nutrido grupo de miembros del llamado "exilio histórico", quienes a diario declaran estar dedicados a la lucha por la libertad de Cuba mientras defienden dictaduras pasadas y presentes, y a terroristas y censores.
Frente al régimen castrista, estos exiliados encuentran su definición mejor. Sólo que lo que es bueno para ellos no es necesariamente bueno para el pueblo cubano. Además de una vocación caudillista que nunca los abandona, se aferran a tácticas y puntos de vista caducos. Su ideal es ejercer el monopolio del pensamiento opositor y viven en un mundo donde la Guerra Fría no ha terminado. Este tiempo detenido puede que les llene de esperanza, desde un punto de vista existencial, pero contribuye a que su visión de la Isla tenga validez apenas en la Calle Ocho.
Ese afán por aferrarse al pasado hace que sean los únicos herederos de la política de Washington en la época de Eisenhower y los hermanos Dulles, cuando era preferible un tirano anticomunista a un gobierno progresista. La época que propició la existencia de Odría, Rojas Pinilla, Pérez Jiménez, Trujillo, Somoza, Stroessner y Batista. Mentalidad que luego los llevó a apoyar a Pinochet y Fujimori, sin olvidar diversas dictaduras militares y una nostalgia fervorosa por la España de Francisco Franco.
Ideas democráticas en peligro
A esta estrategia de los años cincuenta del siglo pasado se ha unido la paranoia de los ex que durante décadas se han incorporado al exilio, y que al tiempo que se identifican con el pensamiento de sus antiguos enemigos, son incapaces de librarse de la lógica del partido: dedicados ahora a aplicarla en la dirección contraria.
La tendencia hacia el totalitarismo es visible en el interés por anular toda opinión contraria y ejercer la censura en bibliotecas y escuelas, en la incapacidad para admitir la independencia de poderes y en una voluntad empeñada en imponer sus criterios. Imposible que las ideas democráticas estén a salvo entre quienes no son demócratas.
El anticastrismo totalitario sueña a diario con la muerte de Fidel Castro. La imagina semejante a la partida de Batista de la Isla. Muere el dictador y el reloj da una marcha atrás vertiginosa. Incapacitado frente al futuro y prisionero en el presente, sólo le queda mirar al pasado.
Por supuesto que Cuba cambiará a la muerte de Castro. ¿Cómo y cuándo? Ante la imposibilidad de respuestas, algunos prefieren refugiarse en la fantasía. Ahí está Washington para proporcionarla. El famoso plan de la Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre es una farsa millonaria. Un informe burocrático que no dice nada y promete mucho: 80 millones de dólares es una cifra considerable. Como declaró la líder disidente Martha Beatriz Roque, "casi todo se queda en proyectos que se hacen en Estados Unidos".
El plan entonces cumple dos funciones: "demostrar" el interés del gobierno del presidente George W. Bush en acelerar la transición democrática en Cuba y repartir dinero entre determinados grupos en el exilio y para las transmisiones de Radio y Televisión Martí.
Ambas funciones son políticas, pero no estamos hablando de política internacional sino de campañas políticas: el dinero de los contribuyentes posiblemente cumpla un destino electoral. Los fondos deben ser aprobados por el Congreso, así que los republicanos cuentan con un argumento excelente para solicitar el voto cubanoamericano.
Fines electorales
La cuestión aquí no es negar la necesidad de fondos para apoyar a quienes disienten y se oponen a Castro, ni estar en contra de que los cubanos reciban más y mejor información. La clave es la utilización del dinero y el hecho de que buena parte de la disidencia ha manifestado su rechazo, o al menos su reserva, ante el ofrecimiento de un dinero no solicitado.
El temor es que al final, si son aprobados, estos fondos sean malgastados en transmisiones que no llegan a los cubanos, turismo anticastrista y una que otra publicación torpemente armada y más preocupada por el pasado que por la realidad cubana. Washington ha elaborado un plan a la medida para justificar la retórica entre Miami y La Habana.
Ha llegado el momento de reconocer que en Miami se libran dos luchas simultáneas. Una contra el régimen castrista y otra contra el monopolio anticastrista. No son dos luchas iguales y no se intenta equipararlas. La primera está bien definida. La segunda es un debate entre la amplitud de criterios y el aferrarse a una estrategia caduca, irreal y que sólo sirve a los fines electorales.
Pero lo que no es posible es mantener el silencio y la paciencia frente a una posición esgrimida sólo para el beneficio de unos pocos.
© cubaencuentro
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