Cambios, Reformas, Raúl Castro
Una polémica que se alarga sin aportar algo realmente nuevo
Rolando discrepa de mi opinión que “las reformas raulistas son las más importantes de la era revolucionaria.” En mi presentación, que abrió el congreso de ASCE, demostré que las llamadas reformas “estructurales” de hecho lo son
El debate sobre la economía cubana a veces se extiende hasta el punto de volverse tedioso. Un ejemplo extremo de esto fue la polémica sobre la “Cubanología” en 1985-1991, que envolvió a académicos cubanos, estadounidenses y europeos, tomando seis años y siete artículos, para terminar en parte por el aburrimiento de los lectores. El amigo Rolando Castañeda parece que va por esa vía; su primera crítica a mi libro, Cuba en la era de Raúl Castro: Reformas económico-sociales y sus efectos,[1] fue publicada en Cubaencuentro y plenamente refutada por mí. Ahora lanza una segunda ola de críticas que presentó en el congreso de ASCE el mes pasado y que en su mayoría respondí. De nuevo, doy la bienvenida a este intercambio, el cual además ayuda a dar publicidad a mi libro, pero reitero —como en mi primera respuesta— que la crítica de Rolando ignora elementos fundamentales de dicho libro, así como de mi presentación en ASCE; además, su segunda crítica no aporta algo realmente nuevo al debate.
Rolando discrepa de mi opinión que “las reformas raulistas son las más importantes de la era revolucionaria.” En mi presentación, que abrió el congreso de ASCE, demostré que las llamadas reformas “estructurales” de hecho lo son, marcando en mayúscula y negrita siete que son nuevas y únicas en la historia socialista de la Isla —la cual he estudiado en seis libros: 1) la distribución de 1,5 millones de hectáreas de tierra estatal ociosa a unos 180.000 usufructuarios; 2) el despido gradual de alrededor de 1,8 millones de trabajadores estatales innecesarios y la creación de trabajos por cuenta propia (hasta ahora 273.000 netos) y de nuevas cooperativas de producción no agrícolas y de servicios (124 ya en operación); 3) la eliminación de “gratuidades” (como miles de universidades municipales, la secundaria en el campo, las escuelas de trabajo social, las cafeterías subsidiadas en centros de trabajo), la eliminación gradual del racionamiento, y el recorte en el presupuesto de servicios sociales (incluyendo el cierre de hospitales y clínicas); 4) la compraventa de viviendas prohibida desde 1960; 5) la reforma tributaria que introdujo el impuesto progresivo sobre el ingreso personal; 6) la creación reciente de un mercado al por mayor para proveer insumos al sector no estatal, y 7) la reforma migratoria, aunque no económica, ha flexibilizado las normas y permitido salir a docenas de disidentes cubanos, varios de fama internacional.
Por el contrario, Rolando argumenta que las reformas adoptadas por Fidel Castro en los años 90 (como la inversión y el turismo extranjero, y la introducción del peso convertible) fueron más importantes que las actuales. Sin negar la trascendencia de aquellos cambios, estos fueron medidas coyunturales para enfrentar la terrible crisis que siguió a la caída de la URSS. También hubo otras políticas de Fidel, como la circulación del dólar, que después él revirtió cuando comenzó la ayuda venezolana.
La segunda discrepancia radica en que Rolando rechaza que las reformas estén bien orientadas. Comienza por aceptar que el despido de la mano de obra superflua es una decisión correcta de política pública pero después dice: “Lo que es erróneo y no está bien orientado” son las excesivas limitaciones, regulaciones, trámites burocráticos y elevados impuestos que asfixian a las reformas principales. Esto indica que o bien Rolando no ha leído mi libro o, si lo ha hecho, ignora de forma conveniente sus capítulos 5 y 6, que documentan en detalle y prueban ese punto, que además fue central en las conclusiones de mi presentación en ASCE.
Otros de sus argumentos son que “las reformas raulistas… tienen como base el viejo esquema de la propiedad estatal y la centralización” y que “no hay un pensamiento estratégico de cómo hacer la transición… a otro sistema más descentralizado, eficiente y sin tantos entorpecedores controles.” Este fue también uno de los puntos principales de mi presentación en ASCE donde mencioné que había tomado más de dos años al Consejo de Ministros para designar a un equipo que defina en que consiste la “actualización del modelo” centralizado, así como que éste fracasó en varios países de la Europa Oriental y en los propios experimentos cubanos de 1971-1986.
Rolando también recomienda como algo novel que las reformas sean “de más calado” a fin de que tengan éxito y puedan enfrentar una posible disminución de la ayuda venezolana, todo lo cual fue planteado sea en mi libro o en mi presentación en ASCE.
Por último hay que distinguir cuatro aspectos diversos aunque interrelacionados de las reformas: 1) que estén bien orientadas, o sea, en dirección hacia el mercado (aunque muy rezagadas respecto a las chinas y vietnamitas) lo cual reafirmo aquí; 2) que sean obstaculizadas por los problemas que se detallan en mi libro y repite Rolando; 3) que haya todavía varias clave pendientes (como las de precios, la terminación de la doble moneda, la nueva ley de inversiones) un punto en que Rolando y yo coincidimos; y 4) que las reformas hayan tenido éxito, lo cual no ha ocurrido hasta ahora como demuestro en mi libro y actualicé en ASCE.
© cubaencuentro
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