Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Crítica a la alta cultura cubana en el exilio miamense

En Miami hay un ambiente intelectual generalmente fragmentado, afirma el autor de este artículo

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Jorge Mañach tenía solo 30 años cuando en 1928 escribió y expuso ante la Sociedad Económica de Amigos del País su ensayo sobre la crisis de la alta cultura en Cuba, conferencia que, releyéndola en el Miami del 2011, parece acabada de salir de su aguzado intelecto, como si aún viviera entre nosotros y no hubiera muerto en Puerto Rico en 1961.

Afortunadamente, porque hasta de lo malo se puede sacar algo bueno, su Indagación del choteo sí ya ha perdido vigencia, porque los grandes infortunios que ha sufrido la nación cubana desde 1952 hasta la fecha, y sobre todo desde 1959, nos han enseñado, a sangre, exilio y lágrimas, a tener que tomar las cosas más en serio como pueblo, aunque el bicho oportunista sigue proliferando en la Isla, y seguimos sin coherencia entre el pensar, el decir y el hacer —a mi juicio, la verdadera causa de nuestros infortunios como pueblo.

El que esto escribe salió de Cuba en 1994, pasó seis años en el llamado, por Belkis Cuza Malé, “exilio de terciopelo”, en Querétaro, México, y llegó a Miami en 2000, preparado mentalmente para los Pérez Rouras y las Ninoskas del CDR “al revés”, pero no para la falta de fraternidad entre las torrecitas de marfil de la alta cultura cubana en el exilio.

De la alta cultura en el insilio no voy a hablar, porque la coherente es silenciada por el régimen (No publico, luego no existo), los que han sonado en el exterior, como Raúl Rivero, han tenido que exiliarse; y de los Barnets, Cintios (E.P.N.D) —y Lazios—, Silvios, Seneles y Leos, mejor ni ensuciarse la boca por su traición intelectual, porque la única que tiene la excusa de la ceguera es Alicia Alonso, y así y todo estoy seguro de que le cuentan.

Volviendo al traspatio de La Habana que es Miami, desde que llegué me topé con un ambiente intelectual generalmente fragmentado, sin la proverbial cordialidad y fraternidad de los cubanos, claro que con brillantes excepciones, entre las que sobresalen Armando Cobelo, su esposa Yolanda, Lourdes Zayas-Bazán —no por gusto todos ellos miembros fundadores de “Herencia”, institución admirable en la que me inscribí inmediatamente―; Alejandro Ríos, del College de Miami; el arquitecto Nicolás Quintana y el personal de la “Casa Bacardí” de la Universidad de Miami, así como María Cristina Herrera (E.P.D), la fundadora del Instituto de Estudios Cubanos.

Retomando a Mañach, se debe entender como alta cultura “el conjunto organizado de manifestaciones superiores del entendimiento”; … “un conglomerado de esfuerzos individuales, especiales y tácitamente co-orientados”… “hacia un mismo ideal y respaldado por una conciencia social que los reconoce y estimula, que crea una suerte de aristocracia”, “movidos por una preocupación fraternal”.

No había yo leído a Mañach todavía cuando me percaté de la falta de cordialidad y de fraternidad prevaleciente en el ambiente intelectual de Miami.

En la mayoría de los eventos culturales cubanos a los que he asistido durante estos 11 años, mis compatriotas se han comportado como ingleses, es decir, que sin presentaciones por medio no hay saludos ni sonrisas, sino mucha circunspección, y si te acercas a saludar y a felicitar a alguien ya con un cierto “renombre”, la generalidad te tolera con suficiencia, frialdad y desde su pedestal portátil, vicio terrible que los vuelve pedantes y ajenos.

¿No estamos todos por la misma causa, no se supone que compartimos el mismo amor por las artes y la cultura de la patria en desgracia?, ¿cómo entonces explicar ese desdén por el otro, si éste no tiene aún suficiente obra ni fama?

Peor aún, entre los que ya la tienen prevalece una cierta tolerancia amable y casi hipócrita, que los aísla y empequeñece para la tarea mayor, que es la extensión de la cultura nacional en el exilio.

Vuelvo a citar a Mañach, para demostrar que el fenómeno no es nuevo y que debemos volverlo a denunciar y a enfrentar en estos tiempos:

“La mera coexistencia territorial, en un país determinado, de numerosos espíritus de intelectualidad superior —hombres de ciencia, pensadores, artistas― no constituye por sí un estado de cultura nacional, como una multitud de hombres no basta a constituir una tribu o un ejército.

La cultura se manifiesta como una unidad orgánica, no como un agregado aritmético. Muchedumbre de poetas, de inventores, de filósofos, no formarían, en la estimación ajena al menos, un estado de superior cultura, a no ser que todos esos esfuerzos, aunque aislados en apariencia, se hallen superiormente vinculados en una aspiración ideal colectiva, movidos por una preocupación fraterna. Los diversos aportes triunfantes no logran formar todavía un estado típico de cultura. Es que les falta organización, contacto, orientación, hacia un ideal tácito, pero íntima y conscientemente formulado. Trabajamos en nuestros gabinetes, mas no existe entre nuestros trabajos una vinculación de intenciones. …falta la aspiración, el ideal, el programa de todos —aquella suprema fraternidad de espíritus que, según vimos, es la característica de las civilizaciones más cultas.

¿Por qué estamos tan discordes, tan distanciados unos de otros? Nos observamos recíprocamente con fría displicencia, cuando no con fingidas o injustas actitudes. Tampoco hay cooperación, contacto organizado. El individualismo imbíbito en nuestra raza hace a cada uno quijote de su propia aventura. Los esfuerzos de cooperación generosa se malogran invariablemente. …Todo es un quítate tú para ponerme yo. La cultura es un naufragio, y el esfuerzo un arisco sálvese quien pueda. Se ansía vagamente un estado mejor; pero no se lucha en cruzada de todos para realizarlo. …Notemos, en primer lugar, la falta casi absoluta deproducción intelectual desinteresada entre nosotros. …Se dirá que la vida es muy exigente, que la apreciación esescasa, …que los medios materiales necesarios no existen…; ha cundido tan extensamente entre nosotros el moderno afán hacia lo utilitario y lo práctico, que ya no se cosecha aquel “curioso” de antañazo, con el cual podía discurrir el coloquio por los más apartados y sinuosos meandros del humano conocimiento.

…Una de las consecuencias ―que es a la vez indicio― de esa desaparición del tipo enciclopédico, es la decadencia actualdel coloquio… y la tertulia ―aquella inefable institución denuestros mayores― o no existe, o toma visos veniales depeña de café.

…Como la lucha por la vida es más dura que nunca, el goce de la vida supone una mayor tentación. Así se da la paradoja de que el cubano de hoy sea más frívolo que el de antaño precisamente porque trabaja más. …El cubano de aptitudes intelectuales, aguijoneado por la necesidad de riqueza en una sociedad que estima más la opulenciaque el talento, se dedicará al ejercicio muchas veces aleatorio, pero siempre lúcido, de una profesión que lo absorbe y anula para otras atenciones cultas.”

Haré ahora un aparte para comentar lo citado y referirlo al contexto actual:

Es impresionante la validez de todo lo expuesto, pero no debe tomarse como una fatalidad ineludible de nuestra idiosincrasia, porque se puede vencer, primero a título personal, y luego, identificadas las debilidades, todos juntos si nos lo proponemos, con cordialidad, fraternidad y sin subirnos a los pedestales portátiles cada vez que hablamos entre nosotros.

Como regla general, no se lee, sino que se simula conocer a los grandes escritores de la literatura universal y cubana, sin haberlos leído a profundidad. De Lezama, quizás se ha leído el pasaje erótico en la carbonería de Paradiso, pero de Carpentier, Virgilio Piñera, Arenas y Cabrera Infante, les aseguro que casi nada, por no absolutizar.

Ah, y algo más terrible todavía, los que escriben solo se leen a ellos mismos; no “tienen” ojos ni oídos para lo que escriben los demás.

Por cierto, no me pierdo una sola columna en el periódico El Nuevo Herald de Carlos Alberto Montaner, Belkis Cuza Malé, Alejandro Armengol, ni de la periodista Olga Connor, intelectuales todos ellos de excepción —por su valía, y por lo afables y asequibles.

También he leído, y continúo leyendo, a casi todos los del patio: Carilda, Zoé Valdés, Belkis Cuza Malé, Heberto Padilla, Carpentier, Raúl Rivero, Cabrera Infante, Eliseo Alberto; a Milán Kundera, Mario Vargas Llosa; a muchos de los grandes de la literatura española e inglesa como Unamuno, Lorca, Dickens y Henry James, y asisto con frecuencia a espectáculos de teatro, ópera y ballet.

No podremos cambiar el mundo, pero sí podemos cambiarnos a nosotros mismos, cuando, para empezar, aceptamos la crítica a nuestras deficiencias y comenzamos el cambio por casa.

Decía Mañach sobre la crítica:

“La simulación es en no pocos casos consciente, y la hallamos en el ‘intelectual’ improvisado que escribe, enseña o diserta sin más preparación que la de unas aulas precarias, y las de una lecturas somerísimas; pero armado, en cambio, de una fatuidad y de una osadía inexpugnables. Otras veces, la simulación es inconsciente: la ficción de cultura se funda en una creencia de buena fe en la propia capacidad, creencia que se afirma por la falta de crítica autorizada y sincera en nuestro medio.”

Es precisamente ése el objetivo de este artículo de opinión, hacer una crítica desde adentro al estado de la alta cultura cubana en el exilio miamense, porque, como también escribiera sabiamente Mañach, “Crisis significa cambio”, y si reconocemos nuestros yerros, como ante un espejo redentor, es completamente posible la redención, para que, ya rebasado el choteo, también dejemos atrás la simulación y la falta de cordialidad y fraternidad que nos aquejan.


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