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Cine, Documental, Corea del Norte

La vida de los (nos)otros

En su documental, Madeleine Gavin sigue a varias personas en su intento de huir de Corea del Norte, uno de los lugares más opresivos de la Tierra, una tierra en la que crecieron creyendo que era un paraíso

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El documental Beyond Utopia comienza con el dramático testimonio de una joven, habitante de una aldea en Corea del Norte, que atraviesa la frontera con China y en un momento de su huida, aunque confiesa no saber quién o qué era Dios, eleva su mirada al cielo y ruega “por favor, ayúdame” a un interlocutor desconocido. Un pasaje que nos conduce hacia esa necesidad espontánea, intuitiva, casi diría animista, anclada en las más primitivas conductas del género humano, de creer en un espíritu superior y presuntamente misericordioso. Todo lo contrario de esos dioses crueles que durante 80 años han sido los dueños y señores en el Olimpo de los Kim.

Aunque en el documental de Madeleine Gavin aparecen algunos elementos históricos que esclarecen las razones de esta dinastía, la autora se centra en la vida cotidiana, en la percepción de los súbditos dopados por una propaganda omnipresente y excluyente, y en los terribles peligros de la huida como única salvación. Porque desde la llegada al poder de Kim Jong Un se considera un acto de alta traición intentar huir y por matar a personas que intentan escapar se ofrecen premios en metálico y vacaciones a los guardias fronterizos.

El documental se articula a través de dos hilos testimoniales: el de una familia completa que atraviesa el río hacia China y emprende la huida con el propósito de alcanzar Corea del Sur desde Tailandia, y el de un joven que hace lo mismo en solitario para reunirse con su madre, y con un desenlace diferente.

La autora recogió el pavoroso documento visual de un juicio popular sumarísimo y una ejecución inmediata y pública por el grave delito de ver películas surcoreanas. El terror como arma de dominación. Algo corroborado por las purgas practicadas por el actual mandatario que comenzó asesinando a su tío, quien lo ayudó a alcanzar la cima, y para asegurarse el poder absoluto ha terminado asesinando a unos 400 altos funcionarios del país mediante el uso de artillería antiaérea, lo cual no sólo extermina al condenado sino que lo despedaza, lo cual provoca un efecto psicológico terrorífico en el resto de los funcionarios, obligados a presenciar las ejecuciones con el fundado temor de sufrir la misma suerte.

Seguimos paso a paso la dramática historia de una familia entera que ha huido y se dirige hacia Tailandia atravesando China, Vietnam y Laos para de ahí alcanzar el sur de la península coreana. Un pastor cristiano de Corea del Sur que lleva una especie de ferrocarril subterráneo para ayudar a los que huyen del norte, cuenta que muchos compatriotas que huyen son pasto de los traficantes de personas. Prostituyen a las mujeres. Venden a otras a campesinos solteros. O, cuando se trata de familias con ancianos y niños, se comunican con él para colaborar en la huida a cambio de dinero. Tanto las autoridades de China como las de Vietnam y Laos devuelven a Corea del Norte a quienes huyen en caso de atraparlos. Si alguien localiza a un grupo de “desertores” y los denuncia a las autoridades puede recibir hasta 15.000 yuanes, unos seis meses de salario, por el servicio.

Los que huyen no son personas sino dinero

El pastor, quien confiesa haber ayudado a huir a unos mil compatriotas, cuenta que se sensibilizó con el destino de los norcoreanos viendo grupos de “kotjebis”, niños de 5 y 6 años que cruzaban el río de la muerte hacia China para pedir limosna, robar en los mercados y comer de la basura. Así fue construyendo una red internacional de “colaboradores”, un apodo piadoso para los coyotes porque en este asunto, el altruismo o la solidaridad son meras palabras. Los que huyen no son personas sino dinero. Su destino depende de quien pague más por ellos. Obtener la mayor cantidad posible por cabeza, el mismo sistema que los tratantes de ganado. Claro que si eso los conduce a denunciar, perderán la condición de “colaboradores”, y Corea del Sur suele ser más generosa que China.

En el documental aparece una referencia interesante al desplome total de la subalterna economía surcoreana tras el cese de las ayudas soviéticas, algo que los cubanos conocemos de primera mano. Pero en el reino de los Kim unos 3 millones de ciudadanos murieron de hambre. Las imágenes de cadáveres en las calles recuerdan el Holodomor ucraniano de los años 30. Hoy, el mayor esfuerzo del gobierno es su programa nuclear, no el abastecimiento de la población. No es un capricho. Después de ver el final de Saddam Hussein o de Gadafi, el dictador norcoreano quiere encarecer lo más posible su despido.

A medida que nos adentramos en la dinámica narrativa de las dos huidas, la directora toca varios temas puntuales que ensanchan la mirada del espectador: las tablas gimnásticas perfectas tras miles de horas de práctica de los niños y jóvenes en las escuelas. La sincronización implacable que inculca en ellos la noción de que la felicidad y la belleza consisten en ser un mero tornillo en la máquina del Estado. La dolorosa confesión de un hombre que estuvo en el gulag norcoreano, es decir en un gulag dentro del enorme gulag norcoreano. Los detalles no tienen nada que envidiar a los campos de exterminio nazis. Las similitudes entre la hagiografía de los Kim y la Biblia, un libro prohibido para que los ciudadanos no detecten el plagio.

Es muy esclarecedor el testimonio de la anciana de 80 años que incluso huyendo con su familia a través de su propio Darién, la selva en la frontera entre Vietnam y Laos que tardan 10 horas en atravesar, y viendo que el mundo es muy diferente de lo que le contaron, insiste en lo inteligente que es nuestro Mariscal Kim Jong Un, tan joven y cuidando de todos los coreanos, de modo que debemos esforzarnos más para hacerlo feliz, y si el país va mal, la culpa es de los ciudadanos que no son lo suficientemente listos, o no se esfuerzan. Es el equivalente extremo de aquella consigna repetida y una y otra vez: aunque no entiendas, debes confiar y obedecer. Nuestros líderes son sabios y poseen informaciones que tú, mísero mortal, nunca tendrás. Fe y obediencia, lo que exigen todas las religiones.

Aunque desde el punto de vista estrictamente dramático, el documental pudo haber prescindido de 20 o 30 minutos, en general la alternancia entre lo testimonial y lo informativo consiguen una dinámica expositiva que facilitan la complicidad del espectador. No se repiten los estereotipos habituales. Las referencias históricas son las suficientes y necesarias.

Una pregunta inquietante es ¿por qué el pueblo coreano no se ha quitado de encima una dictadura que los asesina? No anticiparé la respuesta pero la pregunta es pertinente en nuestro caso, como en el de cualquier dictadura.

Llama la atención que uno de los elementos de cierre opera casi como metáfora. Se trata de una imposición a los ciudadanos coreanos, una más: si no desean ser severamente penalizadas, todas las familias deben almacenar su mierda y transportarla hacia centros de distribución para ser empleada como abono en los campos. Algunas familias llegan, incluso, a robar la mierda de sus vecinos para “sobrecumplir las metas”. La metáfora final es que a una dictadura puede no bastarle ser dueña de los cuerpos, los pensamientos y los sueños de sus súbditos desde el nacimiento hasta la muerte. Necesita también apropiarse de sus desechos.

Beyond Utopia, Estados Unidos, 2023, 1 hora 55 min. Directora: Madeleine Gavin. Plataforma: Filmin.


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