Carlos Espinosa, Recuerdos, Teatro
Carlos Espinosa Domínguez: su entrega al teatro
Basta leer sus artículos y libros, y el tiempo y la minuciosidad empleada para recoger los testimonios del teatro
Desde que me enteré, muy temprano, del triste final de Carlos, no puedo desprenderme de los recuerdos deshilvanados en tantos años de amistad. Alcanzo a precisar una fecha entre muchas o un detalle de nuestras conversaciones porque algo poderoso me unió a Carlos a pesar de que no fui su compañera en el ISA (Instituto Superior de Artes) ni era tan cinéfila como él (seguidor de directores, actores y amante como pocos del cine ruso y su literatura) y tantos otros detalles de nuestra aparente disparidad que nos unieron a lo largo del tiempo. Siempre lo llamé Carlos y no Carlitos como tantos otros. Y después, al escribir sobre él, me cuidaba de no olvidar el Domínguez, su segundo apellido. Anoche, cuando puse una cruz al lado de su nombre entre los agradecimientos de mi último libro, me di cuenta, es verdad, ya no está, ¿cómo es posible?
Carlos tiene una mención en cada uno porque desde el 2000, recién llegada a los Estados Unidos, me recibió con la idea de editar El velorio de Pura de Flora Díaz Parrado para el que fotocopió sus obras y encontró datos en Madrid. Cada vez que visitaba una biblioteca, me enviaba lo que podía servirme. Sus hallazgos nutrían nuestro diálogo. No se lo pedía, se brindaba. Era su real y escondida generosidad. Así fue como empezamos creo yo, cuando hicimos juntos el libro de La Yaya, teatro de Flora Lauten. El “editó” las obras o «juegos» de Lauten dispersos en libretas y papelitos y yo hice el prólogo. Nos sentimos bien uno con el otro. Nació una relación ligada al teatro que se extendió a muchos otros temas.
Carlos se convirtió pronto en un asiduo conocedor del teatro (aun cuando trabajaba en los muelles y no tenía lugar donde vivir). Colaboró con Juventud Rebelde, Tablas, y en la editorial Letras Cubanas publicó su antología de Teatro juvenil y preparó varias otras selecciones, entre estas las obras de la Teatrova. Significativo y poco divulgado, el tomo de Comedias de Joaquín Lorenzo Luaces, a dos manos con Francisco Garzón Céspedes, prologuista. Ambos rescataron la otra cara del autor de Aristodemo. Se graduó en el ISA como teatrólogo. Trabajó en Teatro Estudio y en la Casa de las Américas en un primer periodo, con Manuel Galich, que lo apreció muchísimo. Se volcó al teatro latinoamericano que nunca abandonó y fue un puntal en la revista Conjunto. Basta leer sus artículos y libros, y el tiempo y la minuciosidad empleada para recoger los testimonios del teatro peruano plasmados en El escenario y la memoria. Testimonio de teatristas peruanos (2016).
En 1986, se radicó en España. En Madrid se integra al Centro de Documentación Teatral, dirigido por Moisés Pérez Coterillo, un profesional inteligente e informado. Carlos editó allí los tres volúmenes de Escenario de dos mundos, sobre la escena de España, Portugal, Latinoamérica, el Caribe y las producciones latinas en los Estados Unidos. Libros hermosos con fotografías. Por si fuera poco, prologó la antología Teatro cubano contemporáneo, (1992) que reunió por primera vez autores de la isla y el exilio. Cuando Rine Leal la reseñó en La Gaceta de Cuba, se generalizó su llamado a “Asumir la totalidad del teatro cubano”. El alumno y su maestro protagonizaron un momento de reflexión. Fue una pauta no solo para las antologías que le sucedieron sino para el devenir de la relación de la isla con sus autores exiliados, capítulo controvertido y todavía sin resolución.
Ya en los Estados Unidos, mientras hace sus estudios en la Universidad Internacional de la Florida, continúa su actividad como escritor e investigador. Termina su tesis sobre Machado de Assis que discute y finalmente publica con el título de La conspiración de la posteridad. Al tanto del teatro producido en Miami, colabora con la madrileña Primer Acto y se une a Alberto Sarraín para hacer la revista La Ma Teodora, espléndidos tres únicos números. Es uno de los fundadores de Cuba Encuentro, con crónicas respetuosas e inteligentes, bien recibidas por los lectores y hasta ayer, su secretario de redacción.
Entre los libros suyos sobre el teatro que más me gustan y me han sido de mucha utilidad, Virgilio Piñera en persona, (2003), republicado en Cuba (2013), porque como se ha repetido, conserva el tono familiar y amistoso del testimonio junto con datos precisos, y proporciona una visión única de Piñera, procedimiento empleado antes en Cercanía de Lezama. Entre sus artículos que son muchos y no están recogidos, me gusta particularmente “El poder mágico de los bifes (la estancia argentina de Virgilio Piñera)” (1989) de Cuadernos Hispanoamericanos. A tono con esa capacidad suya de entrevistar casi sin ser visto y sin llamar la atención, estimo muy valioso Héctor Quintero sin arrepentimientos (Tablas Alarcos, 2015). Reuniólas críticas de cine de Eduardo Manet publicadas en Cine Cubano.
Detrás de cada libro, hay ansiedad, viajes, compromisos, horas de búsqueda y de escritura. Carlos invirtió su energía en investigar y publicar. Aunque apareció en editoriales prestigiosas, también lo hizo en las independientes y desconocidas. Era feliz cuando compartía su recorrido, las vicisitudes y la agonía de encontrar un dato, una fecha o la alegría de un viaje. Su horizonte se amplió más allá de la escena con esa vasta bibliografía que nos ha acercado a Jorge Mañach, Gastón Baquero, Lino Novás Calvo, Herminia del Portal y tantos otros. No dejó de ir al teatro ni de compilar y estimular a los jóvenes.
Las últimas veces que hablamos por teléfono fue sobre su enfermedad. Mis deseos de animarlo resultaban muy convencionales para su inteligencia y me pareció asumía que sería peor. Sin embargo, no dejaba de trabajar ni de proponer algún proyecto. Nunca he estado más cerca de alguien que ame tanto el conocimiento. Nunca tendré otro amigo como Carlos que supo darme ánimo en momentos difíciles. Casi sin querer o queriendo me dejó el manuscrito de un libro de reseñas teatrales de Gastón Baquero y Jorge Mañach titulado La aventura de perseguir la aventura que creo inédito. Si después del cotejo pertinente, no lo está, saldrá en «mis ediciones», como recuerdo al joven nacido en Guisa que me dijo en broma que era una «celebridad» en su pueblo y no pude animar para que nos acompañara un rato más.
Ahora corresponde conservar y admirar su obra. Carlos, donde quiera que esté, se lo merece con creces.
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