Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Caricaturas, Pintura

El César de la caricatura cubana

A pesar de que fue un colorista pleno, Conrado W. Massaguer renunció a ser un pintor de caballete y prefirió el pequeño formato de las publicaciones de gran tirada

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Hay épocas que prefieren pasar por alto a determinados creadores, sobre todo los ya muertos. En ellas se suelen sobrevalorar obras carentes de interés, mientras que, por el contrario, se dejan de lado otras que resulta necesario rescatar del más injustificado olvido. Esto que apunto tiene un buen ejemplo en Conrado Walter Massaguer (Cárdenas, marzo 3 1889-La Habana, octubre 18 1965), a quien Eusebio Leal ha calificado como un gran olvidado, un gran relegado de nuestra cultura.

No se trata, naturalmente, de que se le haya olvidado y relegado por completo. En 1989, con motivo del centenario de su nacimiento, el Museo Nacional de Bellas Artes organizó una exposición con dibujos suyos. Algunos años después, el Museo de la Ciudad expuso 40 de sus caricaturas y dibujos pertenecientes al fondo de la Oficina del Historiador. Esos reconocimientos no alcanzan, sin embargo, a hacer justicia a un hombre que marcó pautas en el humorismo y el diseño gráfico cubanos, y que en vida disfrutó de una notoriedad nacional e internacional que pocos de nuestros artistas han logrado.

El legado que nos dejó Massaguer asombra no solo por su calidad, sino además por su volumen: una obra gráfica que, en conjunto, suma cerca de 30 mil creaciones. Una parte considerable, la más conocida y valorada, la integran sus caricaturas, ilustraciones y cubiertas de revistas. La otra se relaciona con su labor publicitaria y se halla dispersa en carteles, postales y publicaciones turísticas. Acerca de esa actividad suya, conviene decir que Massaguer, quien fue pionero en varios campos, lo fue también en cuanto a comprender la importancia de la publicidad. Esa intuición lo llevó a fundar en 1910 Mercurio, su primera agencia, a la cual siguió, seis años después, Anuncios Kesevén. Asimismo en 1930 fundó Havana, revista turística que, a pesar de la magnífica acogida que tuvo en Estados Unidos y Europa, solo circuló hasta el año siguiente. Esa contribución a promover la Isla en el extranjero le fue reconocida, y al fundarse en 1952 el Instituto Cubano de Turismo pasó a ocupar el cargo de Relaciones Públicas.

Pero primero estuvieron sus inicios como caricaturista. En el libro Massaguer, su vida y su obra. Autobiografía, historia gráfica y anecdotario (1958), él cuenta que fue una circunstancia económica la que lo llevó a la actividad que marcó toda su existencia. Su infancia la vivió entre La Habana, Yucatán y Nueva York, ciudad esta última en donde se graduó de primer teniente en la Academia Militar (allí, por cierto, residió en casa de María Mantilla, madre del actor César Romero). En 1907 se hallaba en Mérida, y para ganarse la vida dibujaba viñetas. Alguien le recordó que, para pasar el tiempo, había hecho una caricatura que le quedó bien, y le sugirió que por ahí podía dirigir su camino. Empezó entonces a trabajar como caricaturista personal en el bisemanario La Campana, donde tuvo una sección titulada Gente de casa. Colaboró también en el Diario Yucateco y La Arcadia. Así fue como Massaguer descubrió las facultades artísticas que habrían de convertirlo en un maestro del humor y el diseño gráfico.

A su regreso a La Habana en 1908, pasó a colaborar en El Fígaro, Cuba y América, Letras, El Tiempo, El Hogar y el diario El Mundo. En esta última publicación realizó caricaturas para la columna de deportes que redactaba Víctor Muñoz. Sus ilustraciones fueron determinantes en esos artículos, para los que realizó inolvidables retratos de peloteros entonces muy famosos. Asimismo creó dos personajes, Juan Frenético y Castelfullit. En los años siguientes, sus retratos de figuras públicas y personalidades le ganaron el título de El César de la caricatura y le reportaron una reputación que se extendió al extranjero. Sus obras fueron acogidas por revistas de Estados Unidos (Life, Cosmpolitan, Vanity Fair, The New Yorker), Francia (Paris-Montparnasse), Alemania (Die Woche) y España (Madrid Cómico).

En 1923 publicó Guignol, que tuvo dos ediciones, una en inglés y otra en castellano. En ese libro recogió sus caricaturas de celebridades como Anatole France, Enrique Capablanca, Sarah Bernhardt, Blasco Ibáñez, Chaplin, Max Linder, Bernard Shaw, Rudyard Kipling y Valle-Inclán. Otro de los que allí aparecen es Enrico Caruso, a quien dibujó en repetidas ocasiones, y que a su vez correspondió a Massaguer haciéndole una caricatura que este incluyó en su autobiografía.

El tenor italiano no fue el único caricaturizado de quien Massaguer recibió homenajes y agradecimientos. En una carta a Cyrill Clemens, sobrino de Mark Twain, Chesterton le comentó: “La caricatura de Massaguer es la mejor que se me ha hecho. Hay bondad y buen humor, combinación difícil de hallar en un humorista de lápiz”. A Yehudi Menuhin le hizo Massaguer una caricatura en la terraza del Hotel Nacional, de la que ambos quedaron satisfechos. Tras apreciarla, el violinista norteamericano le expresó: “Daría cualquier cosa por hacer eso que usted tan fácilmente hace”. A lo cual Massaguer, sonriendo, le contestó: “¡Qué coincidencia! Yo pensé lo mismo, durante su concierto”. Y aunque no puedo asegurar que también lo haya dibujado, reproduzco este comentario de Ramón Gómez de la Serna: “La difícil revelación del caricaturista la obtiene Massaguer como verdadero predestinado y señalado por el índice de Dios”.

Caricatura de Diego RiveraFoto

Caricatura de Diego Rivera.

Una de las caricaturas que Massaguer hizo a Enrico CarusoFoto

Una de las caricaturas que Massaguer hizo a Enrico Caruso.

En 1911 Massaguer tuvo su primera exposición personal, en el Ateneo de La Habana. En 1916 fundó el Sindicato de Artes Gráficas y en 1921, el I Salón de Humoristas, primero de su tipo en América Latina. Algunos años después se convierte en el primer dibujante cubano que expone en Nueva York. Sus caricaturas fueron exhibidas en la Quinta Avenida, desde la calle 34 a la 35, en las vidrieras Altman’s. Asimismo la Sociedad Mark Twain lo eligió para ocupar el sillón dejado al morir por el gran pintor inglés John Laverny.

Su prestigio internacional se consolida en 1929, cuando la Galería Charpentier acogió una exposición de sus caricaturas a color. El 40 por ciento de las obras se vendieron rápidamente y Massaguer tuvo que pintar 10 adicionales para atender las demandas de los compradores. A ese éxito se sumó el respaldo de los críticos, que de manera unánime elogiaron su trabajo. En su libro autobiográfico, Massaguer comentó sobre su visita a París: “La revista Vu me dedicó una página; Le Rire otra en colores, que era mi caricatura del Presidente Hoover, con una nota sarcástica en contra de los Estados Unidos, cosa que no me sorprendió, después de palpar el mal trato que el francés le daba a los sobrinos del Tío Sam. Yo sufrí algo de eso hasta que les aclaraba que Cuba pertenecía a Norteamérica, pero, que (como Canadá y México), no éramos yankees, ni suramericanos. Me dejó pasmado la ignorancia que de nosotros tenían en la Ciudad Luz”.

Sobresalió en la caricatura personal

Massaguer fue un gran humorista que supo hallar nuevos caminos para el dibujo. Sus caricaturas se distinguen por la economía, la precisión, la síntesis, la finura y el empleo eficaz del trazo. Seguía, como él mismo se ocupó de precisar, la escuela moderna, cuyo principio estético consiste en simplificar exagerando. Para él, la caricatura es un llamado para la ejecución instantánea. Puede ser el resultado de muchos años de práctica, pero no se puede alcanzar a través de la obstinada repetición de líneas, en busca del parecido exacto.

En particular, sobresalió en la caricatura personal, especialidad en la cual dejó decenas de notables creaciones. Su trazo es tan certero, que de inmediato identificamos al modelo. Jorge Mañach comentó de él que es con seguridad nuestro más cabal fisonomista. Y al referirse a sus obras sobre personajes cubanos, Rafael Suárez Solís escribió: “Del insobornable criollismo de Massaguer dieron prueba siempre los que, mejor que tolerar, deseaban ser retratados por él. Sabían de antemano que iban a provocar motivos de buen humor, dar fe de una cubanía permanente. El modelo se veía aun mejor de lo que era, como si el retratista le suprimiera la careta de circunstancia para ponerle al descubierto el criollo que lleva dentro. Y la confianza era tanta —y todavía es— que hasta las mujeres, inclusive las jóvenes, esperaban de Massaguer el favor de que les hiciera la caricatura (…). Estaban seguras de que cualquier trazo de buen humor no iba a causar desdoro en el humor de buena ley que les bullía en la sangre. De ahí su permanente popularidad entre todas las clases sociales, desde la princesa altiva a la que pasea en ruin barca”. Y a propósito de sus caricaturas de personajes femeninos, Massaguer creó las que pasaron a conocerse como las Massa-girls. A través de ellas representó a la mujer moderna, liberada e independiente, que a partir de los años 20 comenzó a abrirse paso en la sociedad.

Caricatura de Albert EinsteinFoto

Caricatura de Albert Einstein.

Caricatura de Valle-InclánFoto

Caricatura de Valle-Inclán.

A pesar de que fue un colorista pleno y de que algunos críticos señalaron sus condiciones auténticas de pintor, Massaguer renunció a ser un artista de caballete y prefirió el pequeño formato de las publicaciones de gran tirada. Dejó, no obstante, un par de obras de grandes dimensiones. La primera la creó cuando fue invitado como delegado de arte y propaganda del Pabellón Cubano de la Feria Mundial de Nueva York, en 1939. En esa ocasión pintó una especie de mural que cubría dos paredes. En él se ve a una bataclana, que evidentemente representaba a Cuba, bailando una rumba al son que interpretaba un músico que tenía el rostro del presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt. Alrededor del tablado se hallaban personalidades como Goering, Chaplin, Bernard Shaw y Mahatma Gandhi. Tuvo tal éxito, que el New York Times le dedicó un artículo en la página 2. En la Isla, en cambio, promovió un sonado escándalo e hizo que a los dos días el irreverente panel fuera cubierto con pintura blanca, por considerarse que constituía una falta de respeto a norteamericanos y cubanos.

La otra obra a la cual me refiero es “El doble nueve”, que Massaguer realizó en 1943, en plena Guerra Mundial. En ella se representa una partida de dominó, en el que Adolph Hitler y Benito Mussolini, escoltados por Hirohito, se enfrentan a Winston Churchill y Roosevelt, a cuyo lado está Stalin. En el cuadro Churchill se dispone a cerrar el juego, pues tiene en su poder un doble nueve. La Casa Brentano, de París y Nueva York, lo consideró el cuadro más popular sobre la Segunda Guerra Mundial. Asimismo fue acogido cordialmente por Roosevelt y Churchill. “El doble nueve” forma parte de la Colección Taboada. Unos años antes, Massaguer había usado el motivo de la partida de dominó en “Domingo guajiro”, que también fue muy bien acogido tanto en Cuba como en el extranjero.

Algunas de las caricaturas de contenido político que Massaguer publicó en la revista Carteles molestaron a Gerardo Machado. Debido a eso, fue llevado ante los tribunales, donde fue sometido a un juicio por “leve falta”. Esto no logró que él dejase de criticar al dictador a través de sus dibujos. Uno de ellos puede dar una idea del inteligente y elegante estilo que empleaba. Se titula “Entre chicos” y apareció en la revista Carteles, el 5 de julio de 1931. En el mismo se ve a dos periodistas que conversan. Uno, elegante y relajado, representa a un órgano de prensa extranjero. El otro es cubano, lleva la pluma en la oreja, signo de que se halla trabajando, y tiene un brazo enyesado. Este último detalle denota que había recibido una paliza. Debajo de la caricatura se puede leer este diálogo: “EL DE FUERA: ¿Y qué tal? EL DEL PATIO: Hombre… ¡no nos podemos quejar!”. La respuesta podía interpretarse en aquella época de dos maneras. El periodista no puede quejarse porque la golpiza pudo haber sido peor. O bien la férrea censura que impera en el país impide a la prensa quejarse, esto es, criticar los atropellos y desmanes del Gobierno,

En 1931, Massaguer se vio obligado a exiliarse con su familia. Lo cuenta de modo humorístico en su autobiografía, donde expresa: “Al finalizar ese año tuve que trasladarme a Nueva York, pues me habían ofrecido una celda en Isla de Pinos”. Regresó a Cuba en 1934 y reinició su actividad como caricaturista y editor, pero de ese y otros aspectos de su trayectoria me ocuparé en otra ocasión.