Actualizado: 13/05/2024 23:57
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El lector de poesía

Escrito sobre el Hielo, de Alberto Rodríguez Tosca y editado por La Pobreza Irradiante.

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Cada vez que leo un buen libro de poesía y quiero escribir sobre mi experiencia de lector, me pregunto: ¿pero le interesará a alguien esa experiencia?, y, sobre todo, ¿le importará a alguien leer ese libro? Confieso que presupongo una crisis del género y del lector. Claro que hay lectores de poesía. En primer lugar, los propios poetas, algunos críticos (a veces a pesar suyo) y los cada vez más raros devotos de la musa Polimnia.

Vivimos en el mundo de las imágenes del cine y la televisión, cuando no en el mundo del ciberespacio. En un escalón más bajo, está la radio y, sobre todo, los que escuchan música en cualquier parte. Viajo a menudo en el metro y observo a los numerosos lectores de novelas. ¿Continuarán leyendo la novela en casa? Porque la propia novela, ese género literario de fines del siglo XIX y del siglo XX, ha llegado al siglo XXI con muy pocas expectativas creadoras, al punto que se sospecha a veces si muchas de las grandes novelas del siglo pasado serían publicadas ahora mismo si fueran escritas y presentadas a una editorial por un autor desconocido.

Pero la situación de la poesía es aún peor. No tiene mercado, sencillamente. Y sus lectores fieles y asiduos parecen pertenecer a una secta secreta, una cofradía de lunáticos, un puñado de excéntricos, o a una especie en extinción. O tienen que soportar el calificativo de locos, casi como enfermos amables por inofensivos.

¿Se ha preguntado alguna vez el lector si se pierde algo no leyendo libros de poemas? Claro que se escriben muchos, muchísimos malos libros de poesía. Sospecho que en la medida que se acreciente ese abismo entre el poeta y el lector, y, sobre todo, entre el poeta-lector y la propia poesía, se cometerá cada vez más peor poesía en verso. Pero también hay espléndidos poemarios, los que nos hacen responder a la anterior pregunta reconociendo que la experiencia y el conocimiento que nos trasmite un auténtico libro de poemas son inencontrables en otros géneros literarios o artísticos.

Pero hay un equívoco —o una franca confusión— que planea siempre sobre esta última cuestión, pues ciertamente podemos tener una experiencia poética con una película, durante la lectura de una novela, ante un paisaje, frente un rostro. Aquí la Poesía, con mayúscula, se confunde con la experiencia estética. Pero hay una experiencia en la lectura solitaria, casi avara o morbosa, cuando no delincuencial, de un libro de poemas que sólo es privativa de ella misma. ¿No despierta esto, cuando menos, cierta curiosidad? Acaso debiera preguntarse el lector por qué aplicamos el calificativo de poético o de poética cuando nos referimos a una sí muy reconocible experiencia personal frente a tantos referentes o situaciones disímiles en nuestra vida… Y agrego no sin cierta ironía: quien se enamoró o sufrió alguna vez, lo sabe.

Es cierto que se ha tensado (aislado o concentrado) tanto el lenguaje de la poesía, que se requiere a menudo de un largo aprendizaje para leerla verdaderamente, para reconocer su calidad y para que llegue a colmarnos. A veces estamos casi instintivamente mejor preparados para comprender los códigos de una secuencia cinematográfica que para leer una estrofa de un poema.

Tal vez porque la poesía en verso ya no forma parte de nuestra educación y formación, es que sentimos algo lejana o incomprensible su retórica. Y ya no la reconocemos ni nos reconocemos en ella. Y a menudo sólo la identificamos con una suerte de caricatura de ese lenguaje con el cual alguna vez se escribió el Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz, o las tragedias y comedias de Shakespeare, o La Divina Comedia, de Dante Alighieri, o Fausto, de Goethe, o Iluminaciones, de Rimbaud, y antes, mucho antes, la Biblia toda. Ahora hasta la confundimos con la letra de una canción de moda.

Otra pregunta, acaso más inquietante, sería aquella con la que inquiriéramos por qué se extiende tanto hacia otros géneros y formas, y vivencias e impresiones, más allá, mucho más allá de su conformación en verso… ¿Por qué persiste tanto o tanto se trasvasa o se confunde o se enmascara? ¿Y por qué irrumpe de repente con cualquier forma o en cualquier momento de la vida?

Pero la poesía, ese lenguaje por imágenes, que nació unida a la música, y que fue el lenguaje de la religión y la filosofía, amén del lenguaje de la historia, ¿ya no tiene nada que decirnos, ahora que se encuentra como nunca sola? ¿Qué fue lo que motivó que José Martí escribiera: "verso, o nos condenan juntos, o nos salvamos los dos"?

Suerte de Satán revisionista

He hecho este largo preámbulo para advertirle al paciente lector que en lo sucesivo El Criticón escribirá de vez en cuando comentarios sobre libros de poesía. Y quisiera referirme enseguida a un buen libro de poemas ( Escrito sobre el Hielo, Bogotá, Editorial La Pobreza Irradiante, 2006), escrito por un poeta cubano que abandonó la Isla en 1994, cuando era toda una promesa desde que publicó Todas las jaurías del rey (Premio David de Poesía, 1987) y Otros poemas (Premio de la Crítica, 1992). Me refiero a Alberto Rodríguez Tosca (Artemisa, 1962), quien prefirió existir desde entonces en la remota, alta y fría Bogotá.

Cierto cansancio o velado escepticismo se notaba ya cuando tituló su segundo libro como un rescoldo, un resto, un residuo: Otros poemas… Como otros poetas de su generación —Omar Pérez, Rolando Sánchez Mejías, Antonio José Ponte—, Rodríguez Tosca sintió desde un principio el peligro de la letra, y de la escritura en verso. Esta conciencia crítica para con su instrumento, típica de la modernidad, se acentuaba todavía más en un país donde esa fecunda crisis había sido en cierta forma pospuesta.


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