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Literatura, Literatura rusa, Novela

El sinsentido deliberadamente planeado

En Sofía Petrovna, Lidia Chukovskaia supo narrar con mucha sutileza e inteligencia la lenta e inexorable caída en desgracia de una ciudadana anónima, que cree en las directrices del Partido sin el más mínimo asomo de cuestionamiento

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Dado que hace apenas unos días que se cumplió un siglo de la Revolución de Octubre, esta semana quiero recomendar un libro que deberían leer aquellos que deseen conocer un poco más sobre el trágico destino que se abatió sobre Rusia tras aquella toma del cielo por asalto. Me refiero a Sofía Petrovna (traducción de Marta Rebón y Ferrán Mateo, Errata Naturae, Madrid, 2014, 187 páginas), novela a la que en su primera traducción al español se le ha agregado innecesariamente el subtítulo de Una ciudadana ejemplar.

Las circunstancias de su escritura y el derrotero que tuvo su manuscrito ilustran con elocuencia la entraña represiva y policial del régimen instaurado en 1917. Su autora, la narradora, poeta y crítica Lidia Chukovskaia (San Petersburgo, 1907-Moscú, 1996), redactó en secreto la novela durante el invierno de 1939-1940. La copió en un cuaderno escolar y solo la conocían unos pocos amigos, a través de una lectura que hizo en petit comité. Como era de suponer, la policía secreta fue informada de su existencia. Era peligroso que la encontraran, de modo que había que evitar a toda costa que cayese en sus manos. Un amigo de Lidia Chukovskaia que vivía en Leningrado se encargó de guardar el cuaderno. No sobrevivió al cerco del ejército nazi, pero antes de morir de inanición lo entregó a su hija para que se lo devolviese a la escritora. Esta había sido evacuada a Taskent y lo pudo recobrar en 1944.

Tras la muerte de Stalin y la denuncia de Jrushov en el XX Congreso del Partido, se insinuaron algunos signos de apertura. En el campo de las artes y la literatura, fueron los años del deshielo, más aparente que real. Lidia Chukovskaia presentó su novela en la editorial Sovietski Pisatel. La aprobaron, firmó el contrato y cobró los derechos, pero entonces llegaron nuevas orientaciones del Partido y la publicación fue revocada. La escritora demandó entonces a Sovietski Pisatel por incumplimiento del contrato. Durante el juicio, la abogada de la editorial argumentó que en ese momento la sociedad soviética no necesitaba una novela como Sofía Petrovna: “Recibimos instrucciones de que, para nosotros, comunistas, no hay necesidad, y sobre todo ninguna ventaja, en limitarse a criticar el «período del culto a la personalidad» (…). No hay que abrir viejas heridas y echarles sal”. En 1965, apareció en Francia una versión no autorizada en ruso de la novela. A aquella traducción se sumaron otras al inglés, alemán, holandés, sueco. En cambio, en el país de la autora y de Sofía Petrovna solo circuló en forma de samizdat. En 1974 Lidia Chukovskaia había sido expulsada de la Unión de Escritores y era vigilada por la KGB, por su valiente apoyo y defensa de escritores e intelectuales disidentes como Joseph Brodsky, Andréi Sajarov, Andréi Siniavkski y Alexander Solzhenitsin. No fue hasta 1988, durante la perestroika, cuando su libro pudo ver la luz en la revista Neva.

El tema de la novela de Lidia Chukovskaia se puede resumir como el proceso que experimenta una mujer, ciudadana ejemplar, que de un día para otro choca de bruces con una realidad que ignoraba. La acción ocurre a mediados de los años 30. Sofía Petrovna, la protagonista, encarna la fe ciega en la ideología implantada por el régimen soviético. Sus ideas carecen de sofisticación: cree en las directrices del Partido sin el más mínimo asomo de cuestionamiento. Sus únicas ideas propias tienen que ver con cuestiones menos significativas, por ejemplo, la literatura: muchas novelas que se publican le parecen aburridas, porque “hablaban mucho de batallas, de tractores, de talleres fabriles, y muy poco de amor”.

Tras la muerte de su esposo, aprendió mecanografía y pasó a ser empleada de una importante editorial de Leningrado. Es muy eficiente en su trabajo, una cualidad por la cual la respetan y aprecian. Cuando se percataron de cómo extremaba el celo al realizarlo, la nombraron mecanógrafa jefa, directora de la sección de mecanografía, por decirlo así. El otro aspecto en el que se centra su vida es su hijo Kolia, un estudiante aplicado con un prometedor porvenir como ingeniero. Es un ardiente y leal miembro del Komsomol. Tiene una fidelidad absoluta a la herencia primigenia de la Revolución de Octubre e inculca a su madre su vehemencia y su dedicación.

Las noticias acerca de los procesos de Kámenev y Zinóviev impresionaron mucho a Sofía Petrovna. Usualmente, no leía los diarios, pero su amiga y compañera de trabajo Natasha la hizo leerlos. En todas partes se hablaba cada vez más de espías fascistas, terroristas y arrestos. A ella le parecía increíble que aquellos canallas provocaran explosiones en las minas, hicieran descarrilar trenes, hubieran asesinado a Kirov y hasta planearan matar al querido Stalin. En un apartamento frente al suyo arrestaron a alguien, al parecer, un comunista. Arrestaron también al supervisor de la imprenta, que fue desenmascarado como enemigo del pueblo. Y después lo fue el director de la editorial. Cuando Natasha trató de defenderlo como un hombre bueno, un comunista honesto, Sofía Petrovna replicó: “¿Qué sabemos? Sabemos que era el director de nuestra editorial, pero en el fondo no sabemos nada más. ¿Es que sabemos cómo era toda su vida? ¿Puede poner la mano en el fuego por él?”.

A Sofía Petrovna el drama de los arrestos le resultaba ajeno, lo observaba desde la distancia de quien se sabe que por su honradez no tiene nada que temer. Es una mujer ingenua que ama de manera irreflexiva el entorno en que vive. No discute lo que se publica en los periódicos, pues está convencida de que las acusaciones contra los detenidos son reales. No le pasaba por la mente pensar que las versiones oficiales ocultasen parte de la verdad. Así era su actitud hasta que la tragedia llegó a su ámbito familiar y la enfrentó a una dura realidad: ni su integridad ni la de Kolia salvaban a este del vértigo del Gran Terror a cuyo centro se vio arrastrada.

Un mar de burócratas y largas colas

Cuando Alik, un buen amigo y colega de Kolia, vino a darle la noticia de su arresto, su madre se puso a llorar. Pero pronto se repuso y reaccionó: “tenía que salir corriendo ahora mismo a alguna parte y aclarar aquel monstruoso malentendido. Tenía que ir inmediatamente a Sverdlovsk y movilizar a los abogados, a los procuradores, a los jueces, a los responsables de la instrucción”. Emprendió entonces unas gestiones que la llevaron a un mar de burócratas y largas colas. Para poder hacerlo, pidió en la editorial una excedencia voluntaria de dos semanas. Mientras Kolia estuviera en la cárcel, ¡cómo podía pensar ella en documentos! Además, no habría tenido tiempo de trabajar, pues desde la mañana hasta la tarde y desde la tarde hasta la mañana había que hacer colas.

Ahora pasaba los días y las noches en ese nuevo mundo. Allí se fue enterando de muchas cosas: “supo que era preciso apuntarse en la cola la víspera de la noche, hasta las once o medianoche, y presentarse cuando pasaban lista cada dos horas, pero es mejor no ausentarse, de lo contrario podían tacharte; supo que era imprescindible coger una bufanda bien gruesa y ponerse botas de fieltro porque incluso durante el deshielo, entre las tres y las seis de la mañana, se helaban los pies y un temblor se apoderaba de todo el cuerpo; (…) Había una sola cosa de la que no se había enterado durante esas dos semanas: ¿por qué habían arrestado a Kolia? ¿Quién iba juzgarlo y cuándo? ¿De qué lo acusaban? ¿Cuándo iba a terminar ese ridículo malentendido de una vez por todas y volvería a casa?”.

Sofía Petrovna también se ve afectada por ser la madre de un detenido. Los familiares de estos se convertían a su vez en sospechosos. El parentesco dañaba sus relaciones laborales y sociales y se les confinaba a la marginación y la exclusión. Hasta el final, Sofía Petrovna creyó que lo ocurrido a Kolia era un error que pronto sería resuelto. ¿Por qué entonces consideraba que las otras mujeres que aguardaban en las colas eran “las esposas y las madres de envenenadores, espías y asesinos”? Eso responde a que trata de creer al mismo tiempo en su hijo y en el fiscal, y ese intento por conciliar esas dos realidades incompatibles la llevan a la locura. A propósito de ello, Lidia Chukovskaia expresó: “En resumidas cuentas, quería escribir un libro sobre una sociedad que ha perdido el juicio; la infeliz y demente Sofía Petrovna no es para nada una heroína lírica; para mí es el prototipo de aquellos que creyeron seriamente en la sensatez y en la justicia de lo que ocurría”.

Aunque Sofía Petrovna no es una obra autobiográfica, en ella su autora trata un tema que conocía de primera mano. En agosto de 1937, su esposo, el físico judío Matvéi Bronstein, fue arrestado “en calidad de criminal peligroso”. El año siguiente fue sometido a un juicio sumario en el cual lo sentenciaron a la pena capital, y ese mismo día lo ejecutaron. Pese a que yacía bajo tierra, junto a otros miles de víctimas, a Lidia Chukovskaia le dijeron que estaba cumpliendo una sentencia de diez años “sin derecho a correspondencia”, eufemismo que en la jerga de la NKVD significaba que al preso lo habían fusilado. Esto ella no vino a saberlo hasta 1990, cuando pudo consultar el expediente de su caso. Varios años antes, en 1957, había obtenido el certificado de su rehabilitación póstuma.

En la literatura rusa abundan los libros sobre aquella terrible etapa marcada por los arrestos sin razón, las delaciones, la confusión, las desapariciones, el miedo. Entre esos textos, hay unos cuantos que son muy buenos. El de Lidia Chukovskaia, no obstante, posee entre otros méritos el de la cercanía a los hechos, el no haber tenido que recurrir para redactarlo a la mediación de la memoria. La propia autora era consciente de ello y comentó que su novela “se escribió con la huella de los acontecimientos aún fresca en mi mente. Aquí radica la diferencia entre mi relato y cualesquiera otros que estén consagrados a los años 1937-1938. En eso, creo, reside su derecho a obtener la atención del lector”. Y en efecto, como la escribió cuando aún las vivencias estaban frescas, su novela posee una fuerza de convicción y un valor testimonial que vienen dados por la inmediatez.

Otro aspecto a destacar es que la novela fue escrita por una mujer. Ese sector de la población fue precisamente el que más sufrió la detención de sus familiares y amigos. Lidia Chukovskaia escogió como protagonista no a una esposa, no a una hermana, no a una amiga, sino al símbolo de la devoción: una madre, que aquí lo es de un hijo único. Su desgracia además es mayor porque Sofía Petrovna cree más en los periódicos y en los jueces que en sí misma. Es incapaz de generalizar a partir de lo que ve y observa, aunque no cabe culparla por ello. A la gente común, lo que estaba ocurriendo entonces en la Unión Soviética le parecía un sinsentido deliberadamente planificado. ¿Y cómo se le puede hallar sentido a un caos deliberadamente planeado?

Lidia Chukovskaia supo narrar con mucha sutileza e inteligencia la evolución de la protagonista, la lenta e inexorable caída en desgracia de una ciudadana anónima. Pese a la inmediatez a los sucesos que recrea, su novela es un buen ejemplo de contención: no da cabida a la cólera ni al tono exaltado en los que fácilmente pudo haber caído, y tampoco la convierte en un panfleto. Se interesa más en registrar que en denunciar y ajustar cuentas. Para ello, opta por una narración desapasionada, veraz, sencilla y de estructura lineal, en la cual nunca pierde las formas, a pesar de lo desgarradora que es la historia que cuenta. Presenta y describe lo que sucede con el mismo estupor con que Sofía Petrovna lo percibe. Estilo y personaje están así en perfecta consonancia, pues esa escritura apacible y llana corresponde a la percepción de la protagonista. Es justamente por su transparencia y su sinceridad que Sofía Petrovna resulta profundamente conmovedora y logra un impacto emocional más directo que otras obras que abordan la etapa del Gran Terror.

Cuando estaba redactando esta reseña una amiga que vive en la Isla vino a España y se quedó por poco tiempo en mi casa. Un día vi que estaba leyendo la novela de Lidia Chukovskaia y me llamó la atención. Yo no le había hablado sobre ella, así que debe haberla descubierto casualmente. Tampoco sé por qué entre tantos libros se vino a fijar en este, pues que yo sepa la literatura rusa no le interese. No le hice ningún comentario al respecto y más bien fue ella quien en algún momento me dijo: “¡Qué novela tan buena!”. Hizo bien en aprovechar la oportunidad de leer Sofía Petrovna. Su publicación en la Isla sería impensable: es literatura subversiva.