Actualizado: 29/04/2024 20:56
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Feria del Libro, Poesía, Crónica

Elogio de la poeta y el cronista

Ediciones Furtivas ha incorporado a su catálogo dos obras que firman Rosie Inguanzo y Ernesto G. Ambos serán presentados en los próximos días en la Feria del Libro de Miami

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Aunque apenas ha transcurrido poco más de dos años desde que inició su andadura, Ediciones Furtivas puede presumir ya de un catálogo que denota el buen criterio aplicado en la selección de autores y obras. Sus primeros títulos fueron ya una declaración de principios de que la calidad literaria es la norma que Karime Bouzac, directora del proyecto, ha adoptado en su trabajo. Me refiero a los libros de José Kozer (Imago Mundi V), Abilio Estévez (La imagen en el espejo. Algunas confidencias) y Reina María Rodríguez (Dársenas).

A ellos se han sumado después otros que vienen a confirmar que Ediciones Furtivas se orienta por la brújula correcta. Llevan las firmas, entre otros, de Ramón Fernández Larrea (Terneros que nunca mueren de rodilla), Alejandro Querejeta Barceló (El profundo azul del aire), Carlos Pintado (El árbol rojo), Evelio Traba (Vendrás conmigo), Odette Alonso (Lo que transcurre) y Enrique del Risco (Historia y masoquismo). Algunos de ellos han sido presentados en la Feria del Libro de Miami, que por estos días celebra su edición número 40.

Precisamente, en el marco de las actividades de ese evento Rosie Inguanzo (La Habana, 1966) presentará su libro más reciente, Baladas crueles (Ediciones Furtivas, Miami, 2023, 94 páginas). Antes había dado a conocer la novela La Habana sentimental (2018) y los poemarios Deseo de donde se era (2001) y La vida de la vida (2018). Aparte de esa labor en la escritura, Inguanzo cuenta con una actividad como actriz y performer, y además se dedica a la docencia.

Lo primero a señalar sobre Baladas crueles es que estamos ante una escritura que, de entrada, se impone por su singularidad: difícilmente se encontrará en la poesía cubana contemporánea otra que se le parezca (eso se cumple de modo particular en la escrita por mujeres). Y la de Inguanzo es singular tanto por los temas que trata como por la forma en que los expresa. Conviene, asimismo, advertir sobre las dificultades que entraña su lectura. A este aspecto alude la propia autora en estos versos: “lector improbable/ Sapere aude io/ si has llegado hasta aquí/ ¿quién leería lo indeseable?”.

Esas características antes apuntadas se ponen ya de manifiesto desde los primeros versos de “Balada de la niña-monstruo”, el poema con el cual se abre el libro: “Soy una niña de Dargen y tengo genitales masculinos/ soy una niña-monstruo/ una niña-esclava en la isla cárcel y en la casa de los gritos y de los golpes/ soy una pequeña niña con un pequeño pene// aquí ahora mismo te causo repulsa y quieres dejarme/ seguiré cantando sin mover los labios/ mi cancioncilla macabra”.

Grotesco, traumatizado, oscuro. Son adjetivos que Legna Rodríguez Iglesias emplea para definir el libro de Inguanzo, y no le falta razón. Por sus páginas merodea constantemente la muerte, y en la nutrida galería de personajes que por ellas desfilan hallamos mujeres asesinadas por sus esposos, “un ahorcado que apesta/ pero fue casto y no lo afeó la muerte”, los difuntos que reposan en el Memorial Plan. Tampoco debe buscarse en esos poemas humor, pues en las escasas ocasiones en que aparece es negro.

Además de los personajes y la narratividad, Baladas crueles también se nutre de las referencias culturales y literarias, de la política, de lo imaginario. A esas fuentes acude Inguanzo para crear su poderoso discurso. Un recurso que da lugar a textos como “Balada para Lol V. Stein”, en el cual relee la novela de Marguerite Duras que tiene a este personaje como protagonista. Lo hace, según expresa Inguanzo, en busca de algo que perdió en esa obra, aunque luego se pregunta: “¿qué puede hallarse en un libro/ de lagunas dulces/ baldío/ como una habitación abandonada?”.

En Baladas crueles hay, asimismo, introspección, pues el sujeto poético se arriesga a asomarse a sus abismos más tenebrosos. En el breve texto que redactó para la contraportada, Carlos A. Aguilera comenta que esos poemas “representan, de forma compleja, el enfrentamiento entre el ser y su teatralidad”. En efecto, hay buena dosis de teatralidad y ficción en la escritura de Inguanzo (mencioné antes su faceta de actriz). Pero aun así, resulta difícil leer sin estremecernos versos como estos: “una infancia miserable/ es el oro de mi vida/ me/ dieron/ un/ educación/ modelo/ profesora/ de inglés/ y/ francés/ clases de catecismo/ —en la Cuba comunista férrea/ tapabocas/ cintazos/ golpes en la cabeza/ con chancletas/ de palo/ puñetazo/ en/ el estómago/ la vida/ cifrada/ ahí/ en reprimendas despiadadas”.

Inguanzo es capaz de sorprender con un poema en prosa tan hermoso como “Cumpleaños”. Y en “Vals triste”, “Puns hiding pain” y “Salados” abandona el verso libre para emplear la estructura del soneto y la rima, si bien hay que decir que con esta última no busca el lucimiento musical. Eso responde a que Inguanzo nunca deja de mantenerse fiel a la estética que rige su escritura, que es reacia a las convenciones al uso e ignora las poéticas dominantes.

De todo lo que hasta aquí he escrito, resulta fácil inferir que Baladas crueles no es una obra para todos los paladares. Por su inusual nivel de radicalidad temática y formal, no admite gustos intermedios, y puede irritar a los lectores acomodaticios y perezosos. Pero es el precio que toca pagar a quienes, como Inguanzo, se expresan con total libertad y siguen un rumbo férreamente personal.

Paseo sensible por ese barrio impar

Aparte de ser la creadora de Baladas crueles, Inguanzo firma el prólogo de otro título recién publicado por Ediciones Furtivas que también se presentará en la Feria: Crónicas de la Pequeña Habana. Su autor es el poeta, narrador, videasta y bloguero Gerardo G. (La Habana, 1967) En su texto, la escritora comenta de él que es un flâneur, que lleva un registro vivencial de sus paseos. Lo conceptúa como “un transeúnte de un barrio sin glamour, pero con muchas narraciones en cada recodo, mostrador o alero”. Asimismo, sostiene que es en el trasiego de los seres variopintos de una misma talla sociocultural donde Ernesto G. encuentra sus historias. Y expresa que en Crónicas de la Pequeña Habana da cuenta de “un entramado que va de la delicadeza al mamarracho, de la gracia coqueta de una alcohólica a un cúmulo de desagravios”.

El libro de Ernesto G. cuenta con predecesores que la prologuista se encarga de recordar: Esteban Luis Cárdenas, Néstor Díaz de Villegas, Guillermo Rosales, Eddy Campa, Lorenzo García Vega. Fueron autores que, unos desde la poesía y otros de la narrativa, dejaron sus visiones e impresiones de esa famosa y representativa área de Miami. Como indica el título de su libro, Ernesto G. utiliza la prosa como vehículo para plasmar esa suerte de visita dirigida que propone a los lectores. No obstante, es pertinente prevenir que no debe esperarse un recorrido turístico, sino lo que Inguanzo adjetiva como “un paseo sensible por las calles de ese barrio impar”.

Como buen flâneur, Ernesto G. no es un hombre que se dedica a la simple actividad de pasear sin rumbo fijo ni finalidad. No se comporta como un turista al uso, sino que es un espectador nato. En ese sentido, demuestra estar dotado de “la disponibilidad de la atención”, una cualidad que debe tener el flâneur según Charles Baudelaire, uno de los padres del vocablo. Le gusta observar en vez de ser observado. Pasea por el barrio y se empapa de él. Se mueve de modo despierto, explorando conscientemente cada rincón y observando a la gente casi con ánimo de antropólogo. Por otro lado, no se relaciona, no se involucra, no interactúa. Se dedica a mirar, manteniendo su independencia de esa realidad. Y es precisamente gracias a ese renunciar a su individualidad, que la Pequeña Habana pasa a convertirse en la auténtica protagonista de sus mini crónicas.

Todo eso se materializa en su libro, que es una colección de personajes e historias. Ese material constituye, a su vez, una síntesis del barrio, en el cual las diferentes olas de exilios se han ido superponiendo. A través de esos textos, se va trazando además un paisaje: el río Miami, los puentes levadizos, los miles de perros y gatos callejeros, el tráfico caótico y violento a todas horas, las grúas que levantan nuevas dimensiones verticales, el downtown que ha ido cambiando con todos los edificios modernos. Y está, sobre todo, la patética galería integrada por unos seres humanos marcados por la desgracia y abandonados a su desamparo.

Sus vidas son contadas sucintamente por el narrador, o bien lo hacen ellos mismos a manera de monólogos. Está la del señor de 75 años, que trabajó de security en California. Pero tiene dos hijos en Miami, de modo que tras jubilarse se mudó para estar cerca de ellos. Estaba bien hasta que le dio un stroke, que le afectó el rostro y le jorobó la mano derecha, por lo cual ya no puede jugar dominó. Está la del homeless que todos los días inventa una frase y la repite a todas horas, cambiando la entonación y el orden de las palabras.

Otra historia triste es la del marielito que lleva varios años en la calle y ya es incapaz de vivir de otra manera. Puede volver a la casa con su mujer, dejar de andar todo sucio y subsistiendo como un pordiosero. Su hija estudió en Harvard, es ingeniera y trata de convencerlo de que se vaya a vivir con ella. Pero para su padre es imposible: está alcoholizado y no tiene remedio. Y está, en fin, la del recogedor de basura, que habla poco y se mueve con la agilidad de un adolescente. Separa los materiales con metódica precisión. No se distrae, hace su trabajo como si fuera (o tratase de ser) invisible. Sobre él, el narrador comenta que solo lo ha visto sonreír una vez.

Entre los monólogos, he seleccionado tres de ellos para ilustrar. Copio el primero: “Yo era de los que decían que no iba a Cuba para no darle un quilo al régimen, pero mi hermano, estos pinareños son mi nueva familia y los voy a ver todos los años. Me tienen un cuarto arreglado ahí para mí y no lo usan, yo les digo pueden usarlo cuando yo no esté, pero son gente tan noble que para lo único que entran es para limpiármelo antes de que yo llegue”.

El Parque del Dominó es el destino diario de muchos de los cubanos que viven en la Pequeña Habana. Como dice uno de ellos, “lo mío es el dominó y hablar con los viejos que van ahí que son mis socios”. Este monólogo corresponde a otro de ellos: “Cuando muera, yo no quiero estrella en la Calle 8. Mi arrogancia no llega a tanto. Yo lo que quiero es que me incineren, y con el polvo hagan un adoquín y me pongan en la acera para seguir observando la vida desde abajo y ver cómo siguen botando gordas”.

El tercer monólogo lo escogí porque se distingue del resto por su carácter reflexivo: “Para los cubanos que salieron de Cuba en los 60, Cuba era el paraíso perdido. Para las generaciones posteriores, incluyendo la mía, Cuba es el infierno del que hay que escapar. Es un paraíso que había cambiado su función, un paraíso transformado (…) Es decir, existe pero no puede ser habitado. Estamos por siempre condenados a no vivir en él. Nos toca entonces el exilio eterno”.

Hay también historias que mueven a la risa. Como la de la pareja de turistas asiáticos, que debe haber recalado en el barrio por despiste. El hombre terminó con mierda de pájaros hasta en los espejuelos. Y como incluso hay cabida para lo insólito, en una de las crónicas del libro de Ernesto G. se narra cuando Franz Kafka llegó a la Pequeña Habana y quiso tomarse en café cubano. Pidió entonces que le pusieran un disco de Bola de Nieve, y sonrió “al notar el contraste entre el semblante del músico en la portada y el nombre”.

En la crónica titulada “Salao”, se lee: “el narrador camina por la calle 8 en busca de historias”. Con ella Ernesto G. concluye Crónicas de la Pequeña Habana, donde ha reunido un puñado de aquellas que le salieron al paso y que le parecieron estimulantes.

-Poesía para los 40 de la Feria reunirá a las escritoras Lourdes Vázquez, Legna Rodríguez Iglesias, Oneyda González y Rosie Inguanzo. Tres de ellas han sido galardonadas con el Premio Paz. Esa lectura de celebración está coordinada por Carlos Pintado y se realizará el domingo 12 de noviembre a las 5 de la tarde.

-Crónicas de la Pequeña Habana será presentado el domingo 19 a las 5:45 de la tarde.


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