Actualizado: 29/04/2024 14:55
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Pintura, Música, Gastronomía

Los países y las artes

Basta probar el café, el arroz, las empanadas, croquetas, tamales y hasta los sándwiches cubanos, para comprobar que superan con creces la confección y el sabor de los elaborados en las culturas gastronómicas donde se originaron

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Hay países que se distinguen por particulares tipos de arte. Citaré algunos al azar.

Escritores, pintores y compositores de música clásica en casi toda Europa.

El arte operístico y la cantidad de cantantes que Italia ha brindado al mundo.

El ballet clásico en Rusia, Francia, Inglaterra, Italia y otros países europeos.

En Latinoamérica, la pléyade de renombrados escritores, pintores y músicos; y el legado y las tradiciones de sus antiguas civilizaciones Maya, Inca y Azteca.

En Estados Unidos, sus novelistas, dramaturgos y poetas; sus parques turísticos y sus fastuosos espectáculos teatrales que, como todas las artes en esta gran nación, se nutren de las diversas etnias que la habitan. And last but not least, su prominencia entre los pioneros de la cinematografía y su enorme contribución al llamado Séptimo Arte.

Y como no podíamos excluir a Cuba de estas cavilaciones, tenemos que mencionar su música, sus compositores e intérpretes mundialmente reconocidos, así como la innumerable variedad de ritmos, producto de la cantera inagotable de su mestizaje cultural. Y un hecho singular: la gran cantidad de excelentes cantantes líricas, desde el comienzo del siglo pasado hasta el presente.

Es preciso destacar también, la importancia que tuvieron siempre las artes escénicas en Cuba. El 20 de febrero de 1775 se construyó en La Habana el primer gran teatro de la Isla, el Coliseo. Y, posteriormente, el Tacón (1838), el Albisu (1870), el Politeama (1890), etc. Y no solo en la capital, sino también en ciudades del interior del país: La Caridad (1885), en Santa Clara; el Terry (1887), en Cienfuegos; el Miguel Bru, luego Madrid (1923), en Remedios; lo que demuestra la creciente afición del cubano a las representaciones teatrales. Y un fenómeno único: la inauguración del Teatro Alhambra, situado en la céntrica esquina habanera de las calles Consulado y Virtudes, el 13 de septiembre de 1890, en cuyo escenario, hasta su derrumbe el 18 de febrero de 1935, se estrenaron más de 3,000 obras originales y se escribieron 800 partituras de lo que se ha llamado «Teatro Bufo». En Cuba es donde únicamente se escriben obrillas bufas en idioma bufo. (Cita en uno de los libros de la historiadora Rosa Ileana Boudet). Género que atrajo la atención durante sus visitas a La Habana del dramaturgo Federico García Lorca, el escritor Waldo Frank, el poeta Hart Crane, la bailarina Ruth Page y el novelista Vicente Blasco Ibáñez, entre otros destacados intelectuales cubanos y extranjeros.

Y una paradoja: el insólito fenómeno del auge del ballet en Cuba, que ha llegado a convertirse en arraigada afición nacional, similar en popularidad y fanatismo (aunque en menor grado) al béisbol. Que la Escuela Cubana de Ballet lograra, en tan corto tiempo, situarse a la altura de las más importantes del mundo es un acontecimiento extraordinario. Y más portentoso aun, por haber germinado la semilla de ese difícil arte en tierra tan alejada del continente europeo, en una pequeña isla del Caribe, en el país de la rumba y el choteo. Y si alguien pone en duda el prestigio que ha alcanzado el ballet en Cuba, baste destacar que, además de los numerosos premios internacionales obtenidos individualmente por los bailarines cubanos, cuatro han sido galardonados con el Dance Magazine Award (el Premio Oscar de la Danza): Alicia Alonso (1957); Fernando Bujones (1982), que aunque nació en Miami de padres cubanos, comenzó sus estudios de ballet en La Habana; José Manuel Carreño (2004); y Carlos Acosta (2020). Lo cual representa el mayor porcentaje de premiados, en proporción a la población, que cualquier otro país.

RENGLÓN APARTE PARA LA GASTRONOMÍA
TAN ARTE COMO LAS DEMÁS

Poner en orden de calidad la gastronomía de los países no es tarea fácil, aunque hay obvias excelencias y últimos lugares. Es curioso el contraste entre naciones tan próximas y hasta limítrofes. Mientras España, Francia, Italia y Portugal han creado una vastísima gama de recetas, Suiza Alemania y el Reino Unido se distinguen por la mediocridad de sus comidas. Sobre este último país me parece oportuno transcribir un párrafo del ensayo Sabores y saberes de Cuba, de Alejandro González Acosta, publicado en otroLunes, #40. Marzo 2016 – Año 10:

«Por fortuna, la breve presencia de los ingleses en La Habana conquistada (1762-1763) no dejó ninguna huella apreciable en la culinaria nacional, pues sólo el más abnegado patriotismo de los británicos puede celebrar como comestible su propia gastronomía».

En el continente americano hay que mencionar a México y Perú, por la tradición culinaria heredada de sus aborígenes. Y, por supuesto, a Cuba, cuya historia y posición geográfica la hicieron un crisol de sabores de diversas regiones del orbe. Riquísima cultura alimentaria que se evidenciaba (antes de las perennes escaseces del castrismo) en la abundancia de cocidos, sopas, potajes y guisos, que hacían posible no tener que repetir el mismo plato en todo un mes.

Siempre me ha maravillado la variedad de nuestra gastronomía y la manera en que se mejoraba la importada de otros países. Basta probar el café, el arroz, las empanadas, croquetas, tamales y hasta los sándwiches cubanos, para comprobar que superan con creces la confección y el sabor de los elaborados en las culturas gastronómicas donde se originaron.

Ya en 1859 Joseph J. Dimock (1827-1862) escribió en su Impressions of Cuba in the Nineteenth Century:

«Puedo ofrecer una idea correcta y extensa sobre los platos cubanos, pero baste decir que aquí la lista de las cosas para comer y beber no tiene fin».

Otro visitante del siglo XIX, Richard Henry Dana Jr. (1815-1882), en To Cuba and Back: A Vacation Voyage describe su primer desayuno en la Isla:

«…frutas, tortilla, pescado fresco, arroz excelentemente cocinado, plátanos fritos, clarete, una olla de carne y vegetales y café».

Y en 1926 el poeta estadounidense Hart Crane le escribió desde La Habana a su amigo el escritor Waldo Frank, al dorso de un menú de La Diana Gran Café Repostería:

«Nunca había disfrutado una fiesta de tan exquisitos néctares y comidas».

En las dulcerías habaneras como Potín, La Casa Suárez, El Café Europa, por citar solo tres, la pastelería francesa no tenía nada que envidiarle a la de su país de origen.

Recuerdo que la única reacción que me provocó la famosa Torte de chocolate del Hotel Sacher de Viena fue la añoranza del Tatianoff de la repostería Lucerna de La Habana.

Y qué decir de la alquimia de nuestras ollas, que convierte el maíz en el exquisito atol o el dorado majarete. Y nuestros postres: dulce de mango, de papaya, de naranja, de coco, de guayaba (en cascos o en barras), los pasteles de esa misma fruta, boniatillo, dulce de leche, frangollo, pulpa de tamarindo, tocino del cielo, arroz con leche, natilla, flan. Algunos, heredados de recetas foráneas, pero elevados en Cuba a la categoría de manjares exquisitos.


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