cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Espinosa Mendoza, Poesía, Antología

Una vibración permanente

Norge Espinosa Mendoza ha publicado una antología personal en la cual repasa los treinta años que median entre su primer poemario y los versos más recientes

Enviar Imprimir

Aunque con frecuencia reseño libros recién publicados, no soy lo que se puede decir un reseñista de novedades. Creo que las buenas obras no pierden vigencia ni envejecen, y por eso es importante que se hable de ellas. Igual hay personas que en el momento en que salieron de la imprenta no se enteraron de ello. Sin embargo, tenía mucho interés en dar noticia de la salida de un título publicado hace cierto tiempo. Hice gestiones para conseguir un ejemplar, pero no tuve suerte. Lo busqué en la red y no aparecía. Acaso porque salió bajo el sello de una editorial pequeña, o tal vez la tirada fue de pocos ejemplares. La cuestión es que no había forma humana de que lo hallara. Ha sido hace algunas semanas cuando por fin pude dar con el libro de marras, lo adquirí y, tras un primer envío fallido, lo recibí por correo.

Lo firma Norge Espinosa Mendoza (Santa Clara, 1971), un autor de una producción diversa y abundante. Poseedor de un exigente talento como crítico y ensayista, combina esa labor con la literatura de creación. El teatro y la poesía son las dos manifestaciones en las que se desenvuelve, aunque la primera es a la que Espinosa Mendoza presta más dedicación. Eso posiblemente se debe a los vínculos que desde hace años mantiene con Teatro El Público y Teatro de las Estaciones, grupos con los cuales colabora. Para ellos ha escrito incluso obras por encargo. De modo que tiene asegurada que sus textos suban a los escenarios, aparte de que casi todos se han editado.

En cambio, la producción poética que Espinosa Mendoza ha dado a conocer es mucho más reducida. En una entrevista que le hice y que apareció en este diario, al preguntarle por las razones por las cuales mantenía un prolongado silencio tras su último poemario, me contestó: “Es un silencio que se debe a varias razones: respeto a la poesía, la más evidente entre ellas. Tras un período muy intenso en mi adolescencia, del cual salieron muchos poemas, vinieron mis estudios de teatro, mi relación más intensa con la gente de esta manifestación, y una serie de desequilibrios que me hicieron vivir de modo muy distinto a como lo hice en aquella Santa Clara donde firmé mis primeros versos”. Y agregó: “No quiero ser un poeta por acumulación, porque creo que la poesía es fundamentalmente intensidad, y firmar treinta o cuarenta libros no va a ayudar a nadie. En el mundo hay demasiadas personas y demasiados libros, dijo algo así Marguerite Yourcenar, que sabía de lo que hablaba. La poesía, si quieres, es cosa que he desviado hacia mi teatro, y en mis obras para Carlos Díaz o Teatro de las Estaciones se hace muy presente”.

Aparte de ser un notable “poeta dramático”, Espinosa Mendoza tiene publicados varios libros como poeta a secas. Su quehacer en ese campo incluye Las breves tribulaciones (1989, Premio El Caimán Barbudo), Cartas a Theo (1990), Los pequeños prodigios (1996), Las estrategias del páramo (2000) y Muertes paralelas (2001-2019). Son títulos que nunca alcanzan el centenar de páginas, de manera que si se recogiesen en un libro sería poco voluminoso. En la entrevista citada, su autor confesaba sentirse poco estimulado por el panorama de la lírica en Cuba. Pero adelantaba: “Sospecho, sin embargo, que no faltará mucho para que recoja los poemas que han ido apareciendo aquí y allá, como testimonios de esos desequilibrios. Y que la relectura de algunos de mis poetas preferidos acabará llevándome otra vez a escribir más versos”.

Precisamente eso se ha materializado en Dejar la isla… y otras alucinaciones (Anónima Editores, México, 2020, 76 páginas), del cual —y eso vino a confirmar mi sospecha— solo se imprimieron 500 ejemplares. Se trata de una antología personal, hecha a petición de un editor amigo, en la cual, expresa su autor en la Nota introductoria, “repaso los 30 años que median entre mi primer libro —que me permitió entrar en la sociedad letrada de Cuba, a una edad en la que no esperaba nada de esto, gracias al premio que gané en aquel entonces— y los versos más recientes”. Estos prueban que en él la poesía sigue siendo “una vibración permanente”.

Un poema que adquirió un valor paradigmático

Ya con Las breves tribulaciones Espinosa Mendoza se hizo un lugar propio en la poesía escrita por sus contemporáneos. De hecho, su imaginario poético era más afín al de la promoción siguiente. En ese libro se incluía “Vestido de novia”, un hermoso poema que tuvo una considerable incidencia mediática, ante todo por tratar con desenfado un tema que hasta entonces era tabú: “Quién/ le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará los senos con que sueña/ quién le pintará las alas a este ángel mal hecho para las burlas/ si a sus alas las condenó el viento y gimen/ quién le va a desvestir sobre qué hierba o pañuelo/ para abofetearle el vientre escupirle las piernas/ a este muchacho de cabello crecido así vestido de novia”.

Con aquel texto la literatura cubana inició su salida del armario, un camino que continuaron, entre otros, Roberto Uría con el libro de narraciones ¿Por qué llora Leslie Caron? y Senel Paz con el cuento “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”. Espinosa Mendoza rompió el silencio que fue impuesto al tema homosexual en los años 60 y que tuvo su página más vergonzosa en las UMAP. A partir de entonces, los miembros del colectivo LGTB quedaron reducidos al estado de lacras, de enemigos políticos. Y en consecuencia, se les privó de cualquier visibilidad, eso cuando no fueron disminuidos o desaparecidos.

“Vestido de novia” adquirió un valor paradigmático, al fijar un precedente en el tratamiento del sujeto homosexual. Como ha comentado Félix Ernesto Chávez, “como una performance privada, el «muchacho de manos azules» que se viste de novia, establece un diálogo de identidad con su propio cuerpo. Cada acto de ese muchacho se revela como una crisis, y al mismo tiempo como un anhelo de visibilidad”. Pero al pertenecer a esos textos que para siempre quedan asociados a su creador, ha hecho que no se haya prestado la debida atención a otros poemas de Espinosa Mendoza de similar calidad literaria.

Dejar la isla… y otras alucinaciones proporciona la oportunidad de que la obra poética de Espinosa Mendoza sea leída, si no en su totalidad, por lo menos en una compilación suficientemente representativa. Lo primero que esa lectura pone de manifiesto es que estamos ante un poeta con una escritura personal e inintercambiable y con una voz singular, tanto a nivel temático como estético. En sus mejores páginas, y lo son unas cuantas, cautiva por su sensibilidad, su inteligencia, su imaginación.

El poema con el cual se abre el libro, “LSD (le mandan cartas con los murciélagos)”, adelante el notable nivel que distingue al libro: “Lucy está en el cielo con los diamantes/ y hay que ir a buscarla del otro lado del puente/ hay que hacer una caravana de ángeles/ romeos enjaulados híbridos azules/ para hacerla bajar para hacerla volver con una serenata bajo las sombrillas/ para hacerla volver con el lomo de alguna guitarra”. Pertenece al primer libro de Espinosa Mendoza, quien cuando se publicó solo tenía dieciocho años.

En algunos poemas, Espinosa Mendoza hace un ejercicio de introspección y sus versos adquieren un sesgo autobiográfico. Así, en “Dejar la isla” expresa: “Yo siempre obedecí a las miradas que mi madre/ lanzaba, tornasol, alrededor de su paso, que añoraba/ verme atravesar la provincia como un príncipe./ La provincia desbordada por su miel y su leche…/ La provincia destendida…/ La provincia no más./ (…) Mi madre me veía atravesar las flores de sus ojos./ Yo era el más hermoso. Su cuerpo en gloria. Más./ Pero el camino me ofrecía la vocación de los danzantes,/ me hablaba de un color no conocido”.

Renuente a la poesía coloquial

En otros textos, Espinosa Mendoza asume la figura de un yo poético ficticio y teatral. Lo hace en “Cartas a Theo”, en el cual se apropia de la voz del famoso pintor holandés. A él le dedica también “Como quien pinta un Van Gogh”. En “Conversación con Gastón Baquero” entabla un diálogo con el autor de Memorial de un testigo que es, en realidad, una larga confesión personal de la cual emana una profunda pesadumbre: “Ayúdeme, por Dios, que la noche larga y tanta/ y no se oye la canción, la canción que desbordábamos/ del otro lado del mar, del otro lado; para siempre./ Ayúdeme usted, abra de pronto esa ventana/ de eterno girasol sobre la cual gobierna./ En otro tiempo yo escribía poemas milagrosos…/ Ahora mis manos tiemblan: no hay rosas ya, ni libros./ Nada hay ya sino un pañuelo que se agita pobremente”.

Dos manifestaciones muy queridas por Espinosa Mendoza le sirven como motivos para estimular su imaginación poética. El cine aparece recreado en “La pasión según Rita Hayworth”. Y en “De Frank Merlo a Tennessee Williams”, “Antigonæ” e “Idilluim/ a la manera de Beckett”, parte del teatro para concebir sus alucinaciones. Se impone hablar de un asunto al cual Espinosa Mendoza no da cabida en su poesía: el político y social, que tanto inunda la poesía cubana. A esa notoria ausencia se refiere de cierto modo en “Poema de situación”:

Yo no necesito la muerte de los mártires.

“No necesito de sus rostros en la ira de la muchedumbre,

no preciso de sus voces que golpean en la pancarta,

en los muros, en las redes, en las piezas del domingo.

No me hacen falta sus nombres, la sangre en que crecieron.

Sus ojos, sus gritos, no son angustia para mí,

no son las furias que hierven en las manos de los otros.

Me vale más saber que ellos rieron como yo,

que de mi edad sufrieron como yo ahora sufro

(…) Me vale más tenerlos como parte de mis días,

como el almuerzo elemental gracias al que vivo

y no en lo solemne, no en lo ya perdido

donde ahora se pasean en un círculo de sombras

apuntalando con sus muertes la historia de un país”.

Creo que los fragmentos que he citado alcanzan a ilustrar algunas de las notas que son dominantes en el libro. En primer lugar, Espinosa Mendoza es renuente a la poesía coloquial. No desdeña, en cambio, la narratividad, que preside varios textos. Se muestra abierto a la emoción, pero nunca permite que desemboque en lágrimas no sea imprecativa. Se expresa con una amarga serenidad y en ocasiones su dicción meditativa adquiere una gravedad de carácter existencial. La suya es además una escritura de densidad formal y temática y por eso obliga a la relectura y a una degustación lenta. Un esfuerzo que resulta mínimo, comparado con toda la magnífica poesía con la cual Dejar la isla… y otras alucinaciones nos resarce.