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El pecado original (actualizado)

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El editor y poeta Jorge Salcedo sigue adelante con su iniciativa en pro de la asistencia a los damnificados en Cuba. "Después de dar palos de ciego durante todo el día, de tocar muchas puertas donde no respondieron, dimos por fin con la persona correcta en una de las campañas presidenciales", escribe en su blog. "No quiero levantar falsas expectativas, pero me voy a dormir con cierta esperanza. Obtener el apoyo bilateral de los candidatos a la presidencia de los EE.UU. sigue siendo un buen deseo, pero es un buen deseo bajo consideración".

Los últimos detalles de la campaña en http://salcedodiario.blogspot.com/

El pecado original

un artículo de Armando Añel

El nacionalismo constituye el pecado original de la política cubana. No me refiero a un nacionalismo asentado en realidades concretas, verificables, sino a uno pretencioso, cuya savia nutre desde que Cuba es Cuba las más diversas tendencias y formaciones políticas. Esta costumbre, ya folclórica, alcanza con el advenimiento del castrismo una especie de apoteosis, de clímax discursivo. Castro trenza en un mismo discurso idealismo colectivista y demagogia nacionalista, mezcla retrógrada donde las haya.

El resultado es un país en el que decenas de miles de individuos se echan –o son echados- a la calle para recibir a un patético ex golpista extranjero que canta rancheras y se pasea con una cotorra posada en el hombro. Un país cuya clase gobernante es incapaz de sacar del poder a un anciano decrépito, que le hace padecer el más espantoso de los ridículos. Y una nación, ya en el exilio –específicamente en Miami-, cuyas calles llevan el nombre de personalidades nacionales todavía vivas, detalle que ilustra hasta qué extremos es capaz de llegar el exhibicionismo de la cubanidad (la observación viene a cuento de que la Junta de Comisionados de Miami-Dade aprobó ayer eliminar el nombre del ex pelotero José Canseco de una calle del condado, que lo llevaba nada menos que desde 1988, pero la práctica de bautizar avenidas con el nombre de personalidades cubanas vivas es ya una costumbre en la capital del exilio).

Una nación así sólo puede subsistir institucionalmente afincada en un “patriotismo” complaciente, más concentrado en ensalzar su mitología que en localizar la raíz de sus dificultades y carencias. En definitiva, ¿qué es el castrismo como idea –ya se sabe lo que es como hecho concreto- sino un intento de glorificación de lo nacional que se sirve, estructuralmente, del totalitarismo?

En cualquier caso, el problema viene de lejos. Durante más de un siglo el nacionalismo cubano –histriónico, despistado, narcisista como pocos- ha sido incapaz de fraguar la nación y/o civilizar el país en cualquiera de sus variantes, ya sea como aliado u opositor de Estados Unidos. El hecho de que en ciertos círculos intelectuales de la República se cuestionara la capacidad de los cubanos para gobernarse a sí mismos no constituye más que la excepción de una regla letal en términos históricos: la incapacidad de la mayoría de los cubanos para abordar críticamente, con propósito de enmienda, las anomalías y déficits culturales de la nación.

Se habla mucho del papel a jugar por la comunidad exiliada en la transformación económica de Cuba durante el poscastrismo, pero muy poco de su responsabilidad en la transformación de la cultura nacional y/o la psicología del nacionalismo acrítico. Probablemente, porque de inmediato surge la pregunta: ¿está capacitado el exilio para tan gigantesca tarea? Castro, ¿es el padre o es el hijo de una cultura política que de alguna manera padecemos y segregamos todos, en el insilio y el exilio?

La refundación cubana sólo será posible –apuesto modestamente- desde la asunción de un nacionalismo crítico formalmente estructurado. Un nacionalismo que deberá empezar por redefinir el propio concepto de nacionalismo, desafío que la mayoría de los creadores de opinión, tanto en la Isla como en el destierro, no han querido, o no han podido, afrontar durante los últimos cincuenta años. Ya no más golpes de pecho, ni patrióticas andanadas, ni especulaciones en torno a la supuesta grandeza del país y su gente. La refundación sólo será posible desde un nacionalismo que asuma no sólo las virtudes de la cubanidad, ya suficientemente alabadas, sino las carencias de una cultura política acríticamente asentada en lo superlativo, incluso en lo imaginario.

Para ello es preciso contar, entre otros actores, con ese “exilio púdico” –como lo ha definido el filósofo Emilio Ichikawa- que, tras asimilar constructivamente su experiencia posnacional, está en condiciones de leer la política en lugar de emborronarla. Esa fuerza de choque silente podría resultar decisiva de cara al gran golpe de timón que necesita Cuba, esto es, de cara a la construcción de un proyecto nacional verdaderamente viable, autocrítico. Crecientemente sobrio.

Pero antes es preciso comenzar por lo evidente: el obstáculo es cultural. Con alrededor de trece millones de cubanos censados, el hecho de que cerca de dos de ellos hayan vivido y trabajado durante décadas en Norteamérica y Europa resulta significativo, prácticamente insólito en el marco de la historia latinoamericana, y tal vez pudiera desembocar en una revolución gradual de las mentes y de la cultura. Ojalá.

Ilustración, Omar Santana



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
letrademolde@gmail.com

 

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