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Papeles profanos (I)

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Emilio Ichikawa ha tenido la gentileza de compartir con nosotros una carta reveladora, cuya primera parte ofrecemos a continuación. Está fechada el 24 de julio de 1965. Fue enviada por el historiador cubano Raimundo Menocal y Cueto al Dr. Ernesto Dihigo Jr. Menocal y Cueto es autor de un libro profusamente ignorado pero probablemente imprescindible para entender la debacle nacional: Origen y desarrollo del pensamiento cubano. Una obra editada en dos tomos.

Menocal y Cueto fue lo que llamaríamos hoy un autor políticamente incorrecto. Incorrecto en grado sumo. Aviso a los potenciales lectores que en la siguiente misiva –de la que omito únicamente la introducción- no se “echan margaritas a los cerdos”, para emplear una expresión a tono con el texto. Forma parte de una serie de tres –edición cortesía de la casa- que publicaremos íntegra, y a la que hemos titulado Papeles profanos.

Una cosa más. Dice el autor que “la conciencia inglesa cree y está convencida de que, para que la vida pública pueda desenvolverse plácidamente, ha de estar dirigida por caballeros”. Cabe contrastar esta última afirmación con la realidad de Cuba, un país cuya vida pública, durante medio siglo, ha estado dirigida por pandilleros. Los dejo con la misiva:

Textual: Carta de Raimundo Menocal y Cueto al Dr. Ernesto Dihigo

En 1903 me embarcaron con mi hermano segundo para los Estados Unidos, donde habíamos residido emigrados durante los tres años de la guerra de 1895; si bien posteriormente llegaron a la conclusión de que era más conveniente mandarme a un colegio de Europa, desde donde me sería más difícil regresar a Cuba, aunque fuera en concepto de vacaciones.

En octubre de 1903 me embarcaron en New York en un trasatlántico inglés, que hacía la travesía entre New York y Liverpool, y desembarqué en ese puerto, cogiendo el tren para Londres, donde me esperaba la familia de Pepe de Armas (Justo de Lara). Con ella pasé el domingo para salir de viaje, al siguiente día, a fin de llegar al colegio, donde me esperaban cartas de mi madre recomendándome que dejara bien plantado el nombre de Cuba y de mi familia. No hay duda que me impresionó considerablemente la cortesía sin afectación del pueblo inglés en general, así que, cuando asistí el primer día a clase, sabía de antemano que no había de tener pendencias personales. Los niños de mi clase eran todos muy atentos y deseosos de ayudar a un extranjero que venía de tan lejos.

Mi clase estaba compuesta de unos cuarenta alumnos, y lo curioso del caso es que alrededor de la tercera parte (niños entre trece y quince años) estudiaban griego y latín, a horas extra, o sea, después del té de las cinco de la tarde. De modo que, como se ve, el estudio del griego y del latín era voluntario, y su enseñanza se efectuaba a la hora en que los alumnos podían expansionarse en los juegos. Me asombraba este sacrificio que no comprendía, sobre todo por el deseo de aprender lenguas muertas, porque de las vivas se podía optar entre el francés y el alemán. Por sugestión de mi madre, opté por el francés, pues pensábamos hacer un recorrido por Francia en los meses de verano, que se frustró por la grave enfermedad de mi padre. Así se explica el desarrollo de la cultura inglesa, y pienso lo que hubiera gozado tu padre en aquel ambiente, donde se tomaba tan en serio la cultura y la lengua de aquellas civilizaciones desaparecidas hacía dos mil años.

Cuando volví de Inglaterra, si bien me eran odiosas las costumbres de aquel pueblo tan exclusivista, al menos las de sus clases ilustradas, sin duda que la educación que recibí dejó un residuo en mi mente, que ha influido poderosamente, en lo sucesivo, en mi moral y en mi manera de ver la vida. Sobre todo, la influencia que ejercieron en mí las recomendaciones de Montoro de leer ciertos autores ingleses (entre otros a Darwin y al historiador Buckle), que me abrieron el camino para formarme un nuevo concepto de la vida, y de esta manera me fui reconciliando con la orientación inglesa, tanto más si los cubanos anteriores a 1868 estaban influidos por las teorías de Burke, el cual sostenía la teoría iluminista “todo para el pueblo sin el pueblo”. Además de combatir la revolución francesa y a los impostores y demagogos como Rousseau, que crearon el mito de la soberanía popular y de la voluntad general, que no era otra cosa que la preponderancia del vulgo y la incapacidad para destruir la teoría del contrapeso social y la preponderancia en la gobernación del país de los más morales y capacitados.

Al poco tiempo de haber llegado a Cuba, pude observar la agitación que existía en el país, es decir, se podían observar los preliminares de la revolución de agosto de 1906 (que fue una revolución social), las algaradas de la escoria social, que en las manifestaciones tumultuosas enarbolaban la chancleta, símbolo del predominio de la plebe, al paso de pedir el restablecimiento de la lotería y la lidia de gallos. Esta conmoción ciertamente que despertó en mi espíritu la idea de la comparación, esto es, la idea del contraste entre aquel pueblo inglés, tan respetuoso y educado, con la chabacanería de la plebe cubana, cuya incapacidad para mantener y desenvolver una civilización estable y progresista estaba en pugna con su cultura y educación.

Andando el tiempo y cuando me familiaricé y empapé con la cultura inglesa, y pude escarbar en su sabiduría, se me descubrieron los conocimientos y las orientaciones de profesores y escritores tan distinguidos como Matthew Arnold, el Cardenal Newman, J.A. Symonds, R.W. Livingstone, C.M. Bowra, D. Page, y sobre todo el más eminente de los propugnadores de la cultura griega, Gilbert Murray, los cuales han insistido en mantener la necesidad de conocer los clásicos antiguos, claro, sin excluir a los latinos, que tanto contribuyen al buen gusto de la expresión inglesa. Como se sabe, la significación de los estudios griegos y del Lacio tiene distinta finalidad.

El conocimiento de los clásicos griegos tiende a crear y promover en la conciencia de los que estudian esta disciplina la idea de libertad, de favorecer por encima de todo el espíritu de tolerancia, en todos los aspectos de las actividades humanas. El conocimiento de filósofos como Aristóteles y Platón, de dramaturgos como Esquilo y Sófocles, y del comediógrafo Aristófanes, es decir, de los propugnadores de la edad de la razón, en la que el hombre piensa y reflexiona, esto es, en la que razona sobre lo que piensa, que es el hombre civilizado, que sabe que su defensa y evolución descansa en el poder de su razón. Aparte de que los ingleses estiman que la educación de un caballero ha de descansar en los estudios clásicos, griegos y latinos, tanto para mantener su libertad de pensamiento como para expresarse con la debida corrección.

Por lo demás, la conciencia inglesa cree y está convencida de que, para que la vida pública pueda desenvolverse plácidamente, ha de estar dirigida por caballeros. De ahí que en el colegio me llamaba la atención que el mayor castigo que se le podía imponer a un alumno por el director del colegio, cuando cometía alguna falta reprensible, era decirle que había dejado de ser un caballero. Figúrate tú lo extraño que eso le parecía a un cubano que venía de un país donde es tan corriente, por vía de gracia, referirse a la madre del amigo o del otro interlocutor, aunque bueno es consignar respecto de mí que ni de niño permití a mis amigos mencionar a mi progenitora en algún sentido deprimente.

La enseñanza y divulgación de la cultura inglesa se centraba entonces en los grandes colegios, llamados públicos o de segunda enseñanza, como Eton, Harrow, Trinity, Rugby, Winchester, Westminster, por no citar otros de menos significación, que se dedicaban con preferencia a la enseñanza de los estudios clásicos, los cuales, como he dicho, tenían por finalidad inculcar la libertad y el buen decir, con el conocimiento del helenismo y del latín. No sé si tu padre se había hecho un helenista con la idea y propósito de aplicar las ideas de libertad y la correcta expresión en la prosa y poesía, a fin de despertar en la conciencia pública cubana el amor a la tolerancia, a la libertad y a la belleza de la expresión hablada y escrita. De todos modos, lo cierto es que él estaba entregado a estudios que la intelectualidad cubana no ha sabido apreciar en toda su integridad.

Para mí, si la conciencia cubana se propone cruzar en el futuro el puente de los burros, por necesidad tendrá que dedicarse sistemáticamente al estudio del griego y del latín, base para la expansión de la cultura, que es el único medio de crear en la conciencia del país el deseo de conocer civilizaciones que, por su excelente modo de actuar en la vida, se distinguieron tanto en el orden moral como en el intelectual.

Por eso tu padre, aparte de haber sido un hombre distinguido, como la mayor parte de los cubanos eminentes que nacieron en el siglo pasado, hay que convenir en que era un hombre que no encajaba en el ambiente cubano, chabacano y vulgar. En cambio, podía haberse distinguido como profesor en las universidades inglesas de Oxford y Cambridge, o en la Sorbona de París; no incluyo a las universidades americanas, infectadas sus escuelas de ciencias sociales y políticas de un izquierdismo, de un bizantinismo demoledor y disolvente, en virtud del cual han creado en el país la repulsión a las ideas de contrapeso en lo político y social, que han dado al traste con baluartes como los Estados del Sur, que tanto contribuyeron al fortalecimiento de la grandeza americana por su espíritu conservador y mantenedor de las tradiciones de ese país, que había de recibir la inmigración de hombres de todas partes del mundo que huían de sus países respectivos en busca de un clima apropiado de libertad, donde pudieran realizar sus aspiraciones de mejoramiento económico.



Cuba mirando al mar

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El número quince de la revista Herencia, correspondiente al año en curso, ya está en la calle (pronto anunciaremos la presentación oficial). Como siempre, se trata de una edición magnífica, en la que resaltan el factor gráfico y, en general, la intensidad del formato. Por añadidura, los artículos escogidos son todos de primer nivel.

Como muestra, Cuba Inglesa publica Cuba mirando al mar, un trabajo en el que Hugo J. Byrne despliega una interesante tesis a propósito del futuro cubano:

Cuba mirando al mar

un artículo de Hugo J. Byrne

“La mayoría de los británicos tiene una relación directa y personal con las realidades del poderío naval y del comercio marítimo que éste protege”

John Keegan (The Price of Admiralty)

En las islas-naciones la ausencia de fronteras vivas con otros países impone a gobiernos y pueblos por igual considerar las costas como fronteras. Un estudio básico de la historia del Imperio Británico y del Archipiélago de Japón nos muestra una inclinación instintiva de ambas naciones hacia el mar. El mar como vía de transporte para las vitales mercaderías. El mar como bastión para defender la independencia e intereses nacionales. El mar incluso como modus vivendi. Mirar al mar es la necesidad de las islas cuando aspiran a ser naciones.

La natural tendencia isleña al mar se observa también en las penínsulas. No perdamos de vista que los grandes exploradores y navegantes del pasado, como los vikingos, quienes arrastraban una bien ganada notoriedad de crimen y pillaje, tuvieron su origen en la Península Escandinava y en la diminuta Dinamarca, también una península-nación.

Los primeros navegantes del Mediterráneo extendieron la clásica cultura greco-latina a los cuatro puntos cardinales, primero desde la península griega e islas circundantes y más tarde en los enclaves marítimos de la “bota” italiana, tanto en la costa oeste, desde la Génova del “Mare Nostrum”, como al este, desde la Venecia del Adriático. Un explorador de ese puerto, Marco Polo, y los portugueses Vasco de Gama y Magallanes, realizaron también una labor inversa, descubriendo para el Occidente la milenaria cultura oriental.

No fue por casualidad que el descubridor de América, y todos los más destacados navegantes que exploraron y conquistaron el Nuevo Continente, partieran de la Península Ibérica. Desde el extremeño Hernán Cortés, pasando por el portugués Fernando de Magallanes y su

lugarteniente y heredero capitaneando la “Victoria”, el vasco Juan Sebastián Elcano, todos tuvieron como punto de partida esa Península, la más occidental de Europa, que avanzando hacia el Atlántico comprende las naciones de España y Portugal.

Aunque muchos cubanos aún no se hayan percatado, el mar y el poderío marítimo no sólo han impreso un sello indeleble en la historia de nuestra isla, sino que ciertas importantes acciones navales resultaron parcialmente en la forja de nuestra identidad como nación. De acuerdo a más de un serio historiador, la nacionalidad cubana se manifestaría por primera vez como respuesta a la ofensiva británica contra España en el Mar Caribe y sidekick de la Guerra de los Siete Años. Ese corto período histórico era llamado en nuestras escuelas elementales “La toma de La Habana por los ingleses”.

Al final de un sitio de dos meses, a partir del 6 de junio de 1762, la flota expedicionaria comandada por George Keppel, Earl de Albemarle, obtuvo la victoria, tomando la ciudad que en ese entonces ya contaba con unos 35,000 habitantes. Las fuerzas españolas capitularon tras la voladura del Castillo del Morro, principal fortificación española al este de la bahía habanera. Los ejércitos coloniales de Cuba no contaban con efectivos en número suficiente para oponerse al invasor y dependían por completo de sus parapetos y murallas.

Sin embargo, un legislador del Cabildo de Guanabacoa, llamado José Antonio Gómez, resistió con una improvisada tropa de criollos y, aunque también derrotado y muerto en combate, su acto quijotesco se anota como la primera defensa de suelo cubano por nativos de ascendencia española. Once meses más tarde, los británicos negociaron el retorno de La Habana a la administración de Madrid, a cambio de la Florida.

Existe escaso conocimiento histórico de la importancia que tuvieron las expediciones “filibusteras” en la campaña cubana de independencia de 1895 a 1898. Sin esas continuas operaciones navales de aprovisionamiento y desembarco de insurgentes desde Estados Unidos, la independencia cubana nunca hubiera podido materializarse. Héroe indiscutido de estas operaciones fue el General del Ejército Libertador Emilio Núñez, quien dirigiera el “Departamento de Expediciones” de la Junta Revolucionaria. Los cubanos, utilizando el irónico “choteo” iconoclasta que siempre los ha caracterizado, lo llamaban cariñosamente “el Almirante”.

No puede hacerse la historia del éxito de esa campaña naval de gato y ratón con las cañoneras coloniales (¡y las norteamericanas hasta 1898!) sin hacer especial honor a los nombres de muchos gunrunners norteamericanos, entre ellos Napoleón Bonaparte Broward, futuro Gobernador de Florida en 1905, cuyo nombre inmortaliza un populoso condado del sur de ese estado. Broward era capitán del buque “Three Friends”, que junto al “Dauntless” del legendario “Dynamite” Johnny O’Brien, mantuvieron constante aprovisionamiento de la insurrección burlando los esfuerzos de Weyler, hasta el instante mismo de desatarse la guerra entre Washington y Madrid.

El amable lector puede imaginarse el destino de quienes eran apresados por las unidades españolas en el Estrecho de la Florida con armas, pertrechos o soldados, para reforzar la insurrección cubana. Encarando ese peligro mortal, la “Marina de Guerra” insurrecta perseveró. En 1896 los barquitos de Núñez lograron desembarcar treinta veces con éxito en suelo cubano. Eso era más del doble de todos los desembarcos que arribaran a Cuba durante la Guerra de los Diez Años (1868-78). En una de las últimas expediciones desde Tampa, en junio de 1898, Núñez logró hacer llegar a Cuba 600 soldados y 7,000 rifles.

Algún día no lejano Cuba será de nuevo patria de hombres libres, reincorporándose a la comunidad de naciones civilizadas. Cuando eso ocurra tendrá que mirar al futuro en el horizonte azul del mar que la rodea. Para eso necesitará no solamente una adecuada flota pesquera y una marina mercante cuyas embarcaciones no dilapiden sus cascos por falta de mantenimiento, sino también una Marina de Guerra capaz de vigilar y defender sus costas, no la supervivencia de una satrapía totalitaria.

Cuando medio siglo de corrupto totalitarismo sea sólo un recuerdo sombrío, Cuba dedicará menos tiempo y recursos a fuerzas terrestres que desde nuestra independencia de España poco han contribuido a salvaguardar la paz, la integridad territorial o las instituciones de la República. Nuestro principal esfuerzo defensivo debe encaminarse al desarrollo de un arma aeronaval compuesta por profesionales, capaz de impedir el asedio de los dos grandes peligros futuros: contrabando y terrorismo.

Cuba es una isla. La más importante de este hemisferio. Miremos hacia el mar.

Cortesía http://www.herenciaculturalcubana.org/



Crónicas de Thamacun (IV). Crónicas alternativas

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Según numerosos estudiosos, el término Thamacun -como prácticamente todo en Cuba Inglesa- tiene más de un origen. O mejor: se trata de un aporte inglés a la denominación de origen indígena. De aceptarse esta teoría, el nombre original del islote habría sido “Tamacún”. O al menos así lo habrían nombrado sus más antiguos pobladores.

El políglota Esteban Ricardo sostiene que, efectivamente, la H de Thamacun constituye una aportación británica. Originalmente, los ingleses se apropiaron de la denominación indígena, pero intercalando la H y omitiendo el acento en la U. La H intermedia, siempre según Ricardo, representa la determinación inglesa de reverenciar el nombre del más célebre de sus ríos, el Thamesis.

Una denominación que, dicho sea de paso, el castellano ha desfigurado injustamente (Támesis por Thamesis). Es decir, Thamacun podría constituir, no hay por qué ponerlo en duda, una revancha lingüística.

Dicho esto, cabe aclarar que el calificativo con que actualmente se identifica al islote (Cuba Inglesa) no es más que una invención contemporánea. Los ingleses nada tienen que ver en el asunto.

Crónicas: Una tarde con Cioran

originalmente publicada en el blog Efory Atocha

Cioran creía que en Cuba Inglesa la capacidad de reconocer al prójimo –de elogiarlo o consentirlo- era culturalmente tan valorada como el ingenio o la tolerancia. Eso deducía de la lectura de unos pocos panfletos más la compañía del anticuario Anatoli Fábregas, “El Pesimista”, quien a principios de la década del setenta lo conoció en París. Fábregas ejerció una suerte de breve mecenazgo sobre el autor Del inconveniente de haber nacido, hasta que éste logró sobreponerse a su influencia, tras meses de zozobra y arrepentimiento.

El interludio de Fábregas bastó, sin embargo, para que el rumano asumiera lo que luego la intelectualidad de Cuba Inglesa consideraría un disparate: que la esencia del Hecho Thamacun había consistido, básicamente, en crear un individuo capaz de proyectarse en el prójimo. Pero la “proyección” manejada por el filósofo implicaba más un mimetismo socialmente interesado –una forma de supervivencia cultural- que una verdadera asimilación. “Nada –aseguraba-, ni la desconfianza ni el desprecio, inmuniza contra los efectos del elogio”. “De ahí –concluiría en el futuro- la trascendencia del Reducto como referente práctico”.

En 1976, en las afueras de la capital francesa, Medler y Cioran dilucidan el asunto. La primera, al frente de una delegación cubanoinglesa compuesta, entre otros ilustres, por el educador Vicente Máximo, planteó al segundo la posibilidad de escribir un ensayo a dos manos sobre el tema, cosa que el rumano evitaría concienzudamente. Medler llegó a tachar los análisis thamacuneses de Cioran de “aberración conceptual” (una retórica llamativamente inusual entre los pensadores del Reducto).

“En Thamacun no nos inventamos las cualidades del prójimo: las reconocemos”, escribiría más tarde. “No vemos en el prójimo una posibilidad para la seducción, sino para el aprendizaje. Cioran, sin ir más lejos, no nos interesa como herramienta. Nos interesa como conocimiento”.

Crónicas alternativas: Información clasificada

un texto de Cheo Fernández

Thamacun fue parte de la desaparecida Atlántida, de la cual Bimini era parte. También se dice que descendientes de los caballeros templarios tienen allí escondido su famoso tesoro, y que con parte de ese tesoro se subvencionó el asesinato de John F. Kennedy y Martin Luther King. Los templarios no podían permitir que un mojigato casi comunista siguiera siendo presidente de Estados Unidos, y que los negros tomaran fuerza, arrasaran con el país y después, por efecto dominó, Thamacun se convirtiera en otro Haití.

Estas informaciones las ha acabado de desclasificar el FBI y la CIA, pero cuidado: están monitoreando a todo aquel que entra en estos misteriosos websites.

De acuerdo con mis investigaciones, Camilo Cienfuegos fue el intermediario entre los descendientes de los caballeros templarios refugiados en Thamacun y Lee Harvey Oswald. Juntos planearon el asesinato de Kennedy. Lee Harvey Oswald pudo entrar en contacto con Camilo gracias a Mayer Lansky, el cual, como todos sabemos, era la mano derecha de Lucky Luciano y estaba a cargo de los casinos en La Habana.

Muchas gracias a Armando por haberme motivado a husmear en los archivos supersecretos del FBI, la CIA, la DEA y la NASA, entre otros.

Crónicas alternativas: Respuesta a Fernández

un texto de Espartaco

Las ideas expuestas por el señor Cheo Fernández son extraídas de un antiguo libro muy mencionado en su tiempo. Se trata de Génesis de Thamacun.

Se comprobó, un tiempo después de hacerse circular múltiples ediciones, que se trata de un libro apócrifo. A pesar de no comulgar con las ideas de John F. Kennedy, los caballeros de Thamacun eran renuentes a dar cobijo a terroristas, y más aún a financiar cualquier tipo de asesinato que pusiera en entredicho los grandes valores de Norteamérica. Ellos hubiesen financiado una campaña electoral dentro de los cánones establecidos.

No hay que olvidar que Thamacun estaba bajo la influencia de Inglaterra, muy lejana a la Guillotina de Robespierre y al paredón de los Castro.

Crónicas alternativas: Un recuento histórico

un texto de Joe Julian Gómez

En Thamacun un héroe podía ser un vendedor de durofríos, que hizo un capital con el sudor de su trabajo durocaliente. Porque en Thamacun no prosperó el chivatón de esquina, ni el lame medias profesional. Y la patria superaba los himnos, las banderas y consignas, y era también la familia, la mujer o el hombre amado, los amigos, una canción de los Beatles o Edith Piaf. Y, por supuesto, no te acusaban de diversionismo ideológico por tu gusto estético.

Una de las pocas estatuas que se erigieron en Thamacun fue en honor del inventor del aire acondicionado de bolsillo, el cual nos hizo la vida más agradable en el islote. No recuerdo la letra del himno nacional, pero si la de una canción de un grupo de rock llamado Los Almas Vertiginosas, cuyo título es Humo en el agua. Había un programa comiquísimo, conducido por el genial Juan Carson, donde se satirizaba a todos los presidentes y políticos de la vecina Cuba, como era la usanza de Thamacun con respecto a estos personajes risibles, pero que, en la solemnidad nacionalista del gobierno vecino, causó enojo. A tal punto que recibimos varias amenazas de guerra debido a nuestra levedad de ser ante los asuntos políticos.

Lo demás ya todos lo sabemos: llego el comandante y mandó a parar a Thamacun también, por lo que tuvimos que exiliarnos. Hoy tenemos la dicha de hacer valer nuestro carácter y espíritu, sin necesidad de un territorio nacional, en esta red social que es Cuba Inglesa.



Visiones imperiales (II)

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Hubo un tiempo en que me era imposible entender por qué tantos intelectuales se reconocían castristas, socialistas o, para utilizar un término suficientemente ambiguo, progresistas. Si la principal característica del intelectual supuestamente era, digamos, disponer de un intelecto por encima de la media y ponerlo a funcionar, ¿cómo podía ser que comulgara con regímenes, teorías e individuos minuciosamente refutados por el día a día, por la realidad de un mundo interconectado, desplegado ante sus ojos como una bandera?

Luego accedí al mercado y pude “sufrir” en toda su intensidad la ley de la oferta y la demanda (confieso que he sido, al menos a ratos, más ingenuo de lo que debería). Como asegura el profesor Adolfo Rivero Caro, “es difícil vivir en el capitalismo, es demasiado revolucionario”. Por supuesto, en un marco en el que la demanda -salvo excepciones- desdeña lo literario, el intelectual típico se siente descolocado, cuando no ninguneado. Su producto no se vende: la gran masa no lo compra. El capitalismo es injusto, concluye entonces, porque no valora en su justa medida su talento, ni su obra, ni su currículo, ni su capacidad.

Así, reacciona atacando el sistema y, en consecuencia, defendiendo regímenes estatistas por el estilo del cubano, que suelen subvencionar lo “insubvencionable” (¿sería justo, por ejemplo, que en una Cuba capitalista subvencionáramos con nuestros impuestos a Abel Prieto?). Se trata, en el fondo, de puro interés personal.

Pero sin duda el drama del intelectual en la economía de mercado lo resume mejor Ayn Rand en Qué es el capitalismo (The Objetivist Newsletter, 1965):

“Un manufacturero de lápices labiales puede amasar una fortuna mucho mayor que la de un fabricante de microscopios, aun cuando pueda racionalmente demostrarse que los microscopios son científicamente mucho más valiosos que los lápices labiales. Sí, pero valiosos… ¿para quién? Un microscopio no es valioso generalmente para una modesta taquígrafa que lucha por ganarse la vida con su trabajo y, en cambio, un lápiz labial sí lo es. Un lápiz labial puede significar para ella la diferencia entre la confianza en sí misma y la desconfianza, entre el esplendor y el sudor”.

Textual: Entrevista con Tom Wolfe

fragmento de un trabajo mayor publicado en El País tras la reelección de George W. Bush, y de autor desconocido

¿Ese aislamiento es el mismo que reprocha a los intelectuales, lo que usted denomina “elite de izquierdas”, a los que tanto critica?

Bueno, es que son ridículos. Son tan reaccionarios, tan reaccionarios, Dios mío… Su pensamiento no ha progresado desde 1945. La figura del intelectual tiene prácticamente un siglo de vida. El término fue creado por el francés Clemenceau para designar a los escritores, los artistas, los que creaban. Ahora, la palabra intelectual se ha desvinculado de lo que supone un logro intelectual; un intelectual es un consumidor de ideas, ya no hace falta ser un creador. En realidad, ser creativo es un estorbo. El ejemplo perfecto es Noam Chomsky. ¿Es un hombre conocido en España?

Sí, es conocido.

Bueno, es el ejemplo perfecto. Antes de la guerra de Vietnam, Chomsky era el gran lingüista de Estados Unidos. Se inventó la teoría revolucionaria de cómo se crea el lenguaje y qué es lo que se puede hacer con él. Pero no estaba considerado como un intelectual, porque un intelectual es alguien que sabe sobre un asunto, pero que, públicamente, sólo habla de otras cosas. Y cuando Chomsky empezó a denunciar públicamente la guerra, ¡de repente se convirtió en un intelectual!

Aquí un intelectual tiene que indignarse sobre algo. Como dijo McLuhan, la indignación moral es la estrategia adecuada para revestir de dignidad al idiota. Y eso es lo que hace la mayoría de los que se dicen de izquierdas: en lugar de pensar –lo cual es duro, lleva tiempo, hay que leer–, se indignan por algo, y eso les reviste de dignidad. Siempre han escogido las opciones equivocadas. Me encanta tener al presidente Mao aquí, en mi mesa; Mao fue considerado hasta el final como una gran figura por la gente de izquierdas. También había muchos que pensaron lo mismo de Pol Pot, que exterminó a media Camboya. Bueno, no me haga empezar con estas cosas…

A usted le encanta fastidiarles. Les dijo, después de las elecciones, que iba a ir a despedirles al aeropuerto.

Precisamente por eso me he retrasado unos minutos esta mañana en nuestra cita, porque venía del aeropuerto Kennedy de despedir a mis amigos, que decían que no podrían aguantar cuatro años más de Bush… Yo no me he ido porque alguien tiene que quedarse aquí [risas]. No son mala gente, son simpáticos, tengo muchos amigos que son así.

¿La novela tiene tantos problemas como el periodismo?

La novela está mucho peor que el periodismo, que por lo menos consigue interesar a la gente en algunas cosas. A los jóvenes no les atrae la novela actual, porque no les enseña cómo es el mundo. Los novelistas deberían salir y recorrer el país. Podrían hacer como los directores de cine: habrá, como hay, películas horrorosas, pero al menos siguen interesados en salir y hacer cine sobre cosas que descubren. La novela va a ser pronto como la poesía; algo hermoso, pero marginal en la vida de los lectores. Si no se hace algo, la novela pronto será también marginal.

¿Qué está preparando ahora? ¿Se sigue viendo como Hernán Cortés, a la búsqueda de un territorio nuevo por descubrir?

Me gusta Cortés, aunque no tengo una expedición en marcha. Tengo algo en la cabeza, pero no sé en qué acabará. Estoy muy interesado en los nuevos inmigrantes que llegan a Estados Unidos. Esos sitios del Bronx en los que te encuentras a camboyanos, vietnamitas, gente de otros países asiáticos en un barrio que cambia a toda velocidad. Me resulta fascinante, como lo que ocurrió con los cubanos en Miami: en media generación, se han hecho cargo de la ciudad… No sé si hay otro país en el mundo donde pueden pasar estas cosas. Ésta es una democracia de verdad. América es un país maravilloso, pero no me meta en más líos [risas], no escriba esto último que le acabo de decir.

Los intelectuales contra el progreso

un artículo de Armando Añel

En su libro de 1975 El trabajo que lo hagan los demás. Lucha de clases y dominación sacerdotal de los intelectuales, H. Schelsky despliega la tesis de que la lucha de clases clásica (burguesía versus proletariado) carece de actualidad. En su lugar, el enfrentamiento se estaría desarrollando entre la intelectualidad y el resto, fundamentalmente los productores de bienes y servicios. Schelsky acusó a esta nueva clase de ideólogos de despreciar la “miseria de la realidad” en nombre de la utopía, y debe reconocerse que estuvo suficientemente acertado. Pero hay más: una relación efecto-causa entre la intelectualidad progresista y/o conservadora y el llamado Estado de Bienestar. Aquella no podría sobrevivir por mucho tiempo sin éste.

En la naturaleza individualista del individuo –aquí la redundancia pone en el punto de mira las contradicciones entre teoría y práctica que manejan los escribas de la revolución mediática-, específicamente del intelectual, puede ser rastreada esta suerte de ceguera de lo real. Como ha dicho el venezolano Carlos Ball deteniéndose en el estadounidense Robert Nozick, “se trata de un fenómeno sociológico. La generalizada animosidad de los intelectuales hacia el capitalismo se basa en un profundo resentimiento, al creer que el mercado no premia el verdadero valor de las personas sino más bien a aquellos que satisfacen los gustos y deseos del populacho”.

Consecuentemente, la intelectualidad reacciona contra la idea de la reducción del Estado porque ese mismo Estado le garantiza la supervivencia a gran escala o la valora “en su justa medida”. Hace causa con los pobres, con los necesitados, porque éstos le adosan su santa imagen a cambio, tras la que va en procesión o se parapeta, y porque los necesitados, como los propios intelectuales, apenas si pueden valerse –o se resisten a valerse- por sí mismos. Se rebela, en fin, contra el “imperialismo”, emblema perverso, sobredimensionado, de la iniciativa y responsabilidad individuales. Ser progresista para esta intelectualidad subvencionada es “estar con los pobres”, no trabajar -lo cual nada tiene que ver con arengar- en función de eliminar la pobreza.

La izquierda que encabeza las manifestaciones contra la guerra -siempre que Estados Unidos esté involucrado-, la globalización y otras cosas y causas del caso, es más que nada esa imagen que de sí misma se ha fabricado a través de la intelectualidad a su servicio, de la intelectualidad a la que pertenece: una imagen convenientemente apuntalada por la palabra. Monopolizado el lenguaje, la llamada intelectualidad progresista dispone de un arma tremendamente eficaz y correosa: esa que nombra, tergiversa o programa la verdad a la medida de sus intereses, como si de moldear un muñeco de nieve se tratara.

Resulta hasta cierto punto paradójico que el liberalismo haya abierto como nunca antes las fronteras del conocimiento, haya generado -como nadie- progreso, haya contribuido como ninguna otra corriente de pensamiento a diversificar y propagar la cultura occidental, sólo para ser demonizado por aquellos al timón del monopolio de la verdad o, lo que es lo mismo, del imperio de la palabra.



Ichikawa: Terrorismo y relativismo

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Desde hace mucho tiempo mucha gente se pregunta por qué el castrismo, que accedió al poder desfilando sobre la alfombra roja de la violencia sistematizada, se ha vuelto tan puntilloso a la hora de descalificar a sus adversarios políticos desde el presupuesto de que practican el terrorismo.

Precisamente, el régimen cubano, que se sostiene sobre el terror y desde el terror –incluso, la institucionalización del relativismo en Cuba sólo fue posible a través del terror-, celebró este sábado un aniversario más del asalto al cuartel Moncada. En la Isla, el 26 de julio es el día de la “Rebeldía Nacional”. ¿No debería ser el día del “Terrorismo Nacional”?

Retomando el párrafo de cabecera, ¿y si todo se reduce a una cuestión de celos profesionales? A continuación un esclarecedor artículo del profesor Emilio Ichikawa, relacionado con lo anterior. Da mucha tela por donde cortar. Que lo disfruten:

Terrorismo y relativismo

un artículo de Emilio Ichikawa

Las personas que odian a Fidel Castro o Luis Posada Carriles creen que la simpatía hacia el respectivo demonio se debe al desconocimiento de los crímenes que ha cometido. Según esta lógica bastaría que se supieran las muertes de cada uno para convertir la referida admiración en condena. Los que piensan lo anterior, están reduciendo las cosas a una cuestión de información.

Esta lógica parte de un presupuesto erróneo: establecer que el respeto por la vida es ya, de facto, un derecho humano. Y no lo es. Debe serlo pero no lo es. En primer lugar porque la muerte y la vida pertenecen aún al grupo de los valores relativos o históricos, de forma tal que cada quien puede justificar las muertes que ha dado como un medio en aras de las muertes o vidas de los otros.

No nos llamemos a engaño: en buena parte de la población cubana existe una eticidad donde el criminal, aun el asesino, está dotado de glamour social. Entre cubanos el matón tiene cierto encanto. Fidel Castro no se ha convertido en la unánime representación del mal sencillamente porque tiene la admiración (que ya es diferente al miedo) de quienes se rigen por una escala axiológica parecida a la suya. Para muchos cubanos la evidencia de una tiranía de medio siglo puede expresarse incluso de la forma más campechana del mundo, como si fuera una conclusión que cae por su propio peso: “Caaero, hay que reconocedlo, el tipo ha etao ahí lo que ha querío, no se pue negal que ha ganao.” Una estupidez mierdera.

Ni a Castro ni a Posada se les admira porque “aún” se desconocen sus actos violentos, porque “todavía” se ignoraran las muertes que se les atribuyen. Todo lo contrario: es precisamente por ellas que se les rinde homenaje, porque se las considera “muertes necesarias”, según se miren de un lado o de otro. No importa ahora si esas muertes son ciertas o falsas, reales o ilusorias, son en todo caso muertes que los bandos en pugna creen justificadas y, lo que es desastroso, útiles.

Si la vida no se convierte de hecho en un valor humano universal, iusnaturalista, absoluto, independientemente de las razones y contextos que la condicionan, siempre existirán partidarios para los criminales. El relativismo no tiene que ser tiránico para tiranizar.

En Cuba existen héroes de muerte no porque sea una tierra fecunda en personas malvadas, sino porque hay una ambiente social, una moral relativista que las favorece. El cubano lee con dificultad el decálogo de Cristo, pero es capaz de repetir de memoria pasajes enteros de Scarface y El Padrino. A lo mejor el núcleo duro de la eticidad insular no se encuentra en la filosofía del Padre Varela ni en José Martí, sino en los diálogos de sobrevida de Tony Montana.

Cortesía http://www.emilioichikawa.blogspot.com/



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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