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Crónicas de Thamacun (I)

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La historia es relativamente conocida. Tras conquistar La Habana en 1762 y permanecer en ella durante once meses, los ingleses pactaron con España el canje de Cuba por la Florida. El artículo 19 del Tratado de Versalles, de febrero de 1763, especificaba que “el rey de la Gran Bretaña devolverá a Su Majestad todo el territorio que ha conquistado en la Isla de Cuba”.

Lo que no ha recogido la historia es que tras bambalinas, sin que figurara en el documento, ingleses y españoles acordaron dejar fuera de las negociaciones –o mejor: dejar por incorregible- el islote de Thamacun, luego rebautizado como “Cuba Inglesa”. El debate en torno al islote bien pudo dinamitar el Tratado de Versalles, pero a fin de cuentas los ingleses se salieron con la suya.

El Reducto, eventualmente ocupado por los británicos, sería finalmente abandonado por éstos. Al momento de su retirada –a finales del siglo XIX, cuando la independencia de Cuba tocaba a las puertas-, la población del islote, de mayoría inglesa -aunque tampoco faltaban descendientes de africanos, holandeses y españoles-, no sobrepasaba los diez mil habitantes.

Tras bordear la República y observar, a prudente distancia, el ascenso al poder del castrismo, el antiguo Thamacun sobreviviría como comunidad virtual. Ello no ocurrió sino hasta bien entrado el siglo XX, cuando la institucionalización del totalitarismo en Cuba dividió al país y desató uno de los más populosos éxodos de que se tenga noticia.

Los ciudadanos de Cuba Inglesa, salvo raras excepciones, sostienen que la patria es un hijo, una mujer, la familia, los amigos. Un invento como éste. Una ventana al mar.



Galería de próceres (I)

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La ausencia de héroes establecidos, del mismo concepto de heroicidad como referente cultural, generó desde muy temprano en Thamacun lo que se conocería después como el fenómeno de “El Gran Salto Adelante”.

Claro que el salto thamacunés no guarda relación alguna con el concepto maoísta de la industrialización forzosa, y no cuajó completamente hasta bien entrado el siglo XIX. Dicho salto implicó soltar amarras –desembarazarse del lastre de La Historia-, una reformulación de la autoestima nacional y la intención, culturalmente establecida, de ridiculizar la mitología nacionalista, la inmolación y/o el martirio en pro de una supuesta causa redentora.

En la cultura thamacunesa y su derivación, la cultura cubanoinglesa, lo más cercano al concepto de heroicidad es el de desmitificación. Con lo que más que a héroes nacionales en el islote se veneraba –probablemente una palabra demasiado aguda para describir este sentimiento específico- a los próceres de la desmitificación. Tal vez el más popular entre ellos ha sido Kanú Sisborne, fabricante y promotor del “chaleco de castidad”.

El chaleco fue adquirido por Fidel Castro en 1969. Consiste en un adminículo antibalas, ligeramente semejante a un cinturón de castidad, diseñado para salvaguardar las partes pudendas de su portador, básicamente los glúteos y genitales. Sobre todo los glúteos. Gracias a la muñida curvatura del chaleco, su portador podía tomar asiento sin mayores molestias, en tanto el diseño concebido por Sisborne disimulaba eficazmente la presencia del artefacto. Esto último agradó particularmente a Castro.

En un reportaje de Sobrino Tadei aparecido en el número veintitrés de Mambo y otras adversidades, Sisborne revela los detalles de su penúltima entrevista con el abogado holguinero. “Fue un momento crítico –refiere el prócer de Cuba Inglesa-. Expliqué a Castro que, estadísticamente, dos de cada tres intentos de magnicidio se producían por la espalda, con el perpetrador disparando por la espalda. Y que, como promedio, en uno de dos intentos la bala se alojaba en una de las dos nalgas de la víctima, o rozaba una de las dos, o pasaba muy cerca, o iba dirigida a ellas”.

El políglota Esteban Ricardo ha insistido en que fue este último argumento, y no el relacionado con el diseño del chaleco de castidad, el que convenció a Castro. En cualquier caso, y más allá de las interioridades del evento, lo cierto es que el artefacto de Sisborne acabó ridiculizando al dictador. Atenazando las nalgas del dictador.

“Los hombres mueren, el partido es inmortal”, declararía en su momento el abogado holguinero. Inversamente, en Cuba Inglesa los hombres (y las mujeres) se divierten, y el chaleco es inmortal.



Crónicas de Thamacun (II)

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La polémica en torno al surgimiento y desarrollo de Cuba Inglesa, como de su antecesora Thamacun, sigue viva. Entre los historiadores, durante mucho años se impuso el método tradicional, que dividía en dos etapas la cronología del islote: una primera conocida (no sin cierta ironía) como “la revolucionaria”, que comprende las crónicas de la comunidad geográficamente asentada –Thamacun-, y una segunda –“la exiliada”- en la que la comunidad eclosiona y resurge como espacio virtual. Como Cuba Inglesa propiamente.

Pero el prestigio del método tradicional ha mermado con el tiempo, básicamente a consecuencia de la sobrepoblación desatada por Internet. Así, se ha impuesto paulatinamente el llamado “método moderno”, que historia el surgimiento del islote y de su descendencia virtual alrededor de los tres grandes éxodos que determinaron el devenir de la comunidad.

El Primer Éxodo sobreviene a finales del siglo XIX, en vísperas de la independencia de Cuba, con los británicos abandonando Thamacun. Se sabe que en poco menos de tres meses cerca de seis mil personas, el grueso de ellas de nacionalidad inglesa o descendientes directas de

los ingleses, partieron hacia Gran Bretaña. La minoría permanente asumió la independencia del islote sin mayores estridencias, convencida de que una política basada en la discreción, y aun en el hermetismo, resultaba vital para su supervivencia.

Hacia 1903 un censo local, del que el Diario de la Marina se haría eco, calculaba la población de Thamacun en unos nueve mil seiscientos habitantes. Apenas un lustro después del Primer Éxodo el crecimiento se había disparado, con el añadido de varios cientos de inmigrantes de la vecina Cuba. Es alrededor de esta fecha que el tema de la anexión toma alguna fuerza al interior de los circuitos de poder cubanos. Incluso, ciertos historiadores consideran que en buena medida esto se debió a la cobertura del Diario de la Marina, demasiado explícita para el gusto del nacionalismo criollo, o francamente interesada.

Pero el gobierno de Tomás Estrada Palma no iría más allá de algún que otro tanteo diplomático, convencido de que la asimilación voluntaria del islote era cuestión de tiempo. Por aquella época, la creencia de que Thamacun terminaría en brazos de la “Madre Patria” (Cuba) –espontáneamente en brazos- no carecía de ascendente entre las elites cubanas.

Cortesía http://www.letrademolde.com/



Crónicas: Planeta Cuba

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Si Thamacun fue una papa caliente en manos de sus colonizadores –una hipótesis no del todo descabellada dada la celeridad con que los ingleses abandonaron el islote-, ¿por qué entonces desarrolló una cultura antinacionalista tan minuciosa? ¿Por qué en lugar de desarrollarse como nación visible, o como contrapartida visible de su vecina mayor, prácticamente se borró del mapa?

El nacionalismo puede mutar para bien. En lugar de reafirmarse frente a un supuesto enemigo externo, puede hacerlo frente al futuro (desarrollando la nación en dirección al futuro). Fue, según diversos analistas, lo que ocurrió en algún punto de la historia del Reducto.

Adelantándose a casi todo el mundo, los thamacuneses previeron el actual proceso de globalización –no precisamente una invención postmoderna-, de ahí su apuesta por la desaparición de las fronteras simbólicas, de la simbología patria. O, más que prever, abordaron el autobús de la historia moderna cuando éste hacía su primera parada. De manera que pudieron escoger dónde y cómo sentarse. Se adelantaron ahorrándose el fratricidio en el que se sumergirían sus parientes más cercanos -los cubanos- ya desde su surgimiento nacional.

Ya desde principios del siglo XX, el término “Planeta Cuba” era popular en el islote. Popular como ejemplo de lo que no debe hacerse: como símbolo de lo decadente e incluso de lo ridículo. La desmesurada importancia que los cubanos conceden a lo nacional –a la patria, la bandera, el himno, las guerras, las revoluciones…- fue interpretada en Thamacun como un signo de debilidad. Pero también como una bufonada. De ahí que no sólo atrajera los análisis de sus estudiosos, sino la atención de sus cómicos. Planeta Cuba, sin ir más lejos -además de ser el nombre de una fonda en la que sólo servían arroz congrí, masas de puerco fritas y yuca con mojo-, fue un célebre teatro de variedades cuyos espectáculos humorísticos cargaban insistentemente contra el nacionalismo cubano.

“Ser libre es emanciparse de la búsqueda de un destino”, escribe Cioran en La caída del tiempo. “Es renunciar a formar parte de los elegidos y de los rechazados. Es ejercitarse en no ser nadie”. Un concepto parecido manejarían los ciudadanos de Cuba Inglesa una vez en el exilio (exilio durante el que, por cierto, una delegación de la comunidad visitaría al filósofo rumano). El concepto de dejar de ser planeta –de dejar de ser totalidad- para convertirse en energía. Para ser en sí mismos.

Ilustración, Omar Santana



Crónicas: Las notas secretas de Cabrera Infante

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En 1958, Olimpia Ediciones publica A propósito de un grito de guerra, de Guillermo Cabrera Infante. Más que un libro, se trata de un folleto de apenas treinta cuartillas, compuesto por un revolucionario ensayo y sucesivas notas al margen. A su vez, las notas desembocan en numerosos epílogos, o apéndices, independientes.

En A propósito de un grito de guerra Cabrera Infante elogia, algo desbordadamente, el libro Un grito de guerra contra el nacionalismo criollo, de Morgan German. Cabe aclarar que el término “criollo”, al uso en Thamacun en el período comprendido entre el Primer y el Segundo Éxodos, es sinónimo de “cubano”. De manera que el alarido de German apunta al nacionalismo cubano, como las notas de Infante destacan la originalidad con que el ex encargado de Relaciones Públicas thamacunés –Morgan German lo fue entre 1941 y 1944- aborda el siempre espinoso asunto de la nacionalidad.

Olimpia Ediciones, con sede en La Habana, se atrevió únicamente con una tirada de cien ejemplares. Aun así, A propósito de un grito de guerra se convertiría en una suerte de best seller subterráneo, semiclandestino, en el ámbito intelectual cubano, que para entonces arreciaba en su boicot contra la cultura y la política thamacunesas.

En cualquier caso, lo trascendente del episodio no estriba en las repercusiones del folleto, ni siquiera en su posterior desaparición –la bibliografía de Infante no registra el cuaderno, y en lo adelante el propio escritor lo relegaría al olvido-, sino en que por primera vez el calificativo “Cuba Inglesa” sale a la luz pública, identificando al islote. Por lo demás, Infante se atreve, y se atreve a fondo.

“Adicionalmente, me atrevería a afirmar que en Thamacun lo cubano se apropia de su componente más universal”, escribe Cabrera Infante en el referido ensayo. “Quiero decir que Thamacun constituye una especie de Cuba inglesa no sólo por sus antecedentes históricos, sino por la curiosidad, y la flexibilidad, con que sus ciudadanos abordan la diferencia. Un tópico –trópico utópico- sin dudas sorprendente”.

Foto cortesía del editor Rodolfo Martínez Sotomayor, en cuyo poder se encuentra el único ejemplar que conozco de A propósito de un grito de guerra.



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
letrademolde@gmail.com

 

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