Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Sociedad

Arquitectura de la humillación

El 'Protestódromo' y la manipulación de la historia en los espacios públicos.

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Hace ocho inviernos, por estas fechas, la Isla estaba por comenzar una de sus "batallas" cuando se discutía sobre el "secuestro del niño Elián González por el imperialismo yanqui". Era el preámbulo de lo que meses después se llamó "la batalla de ideas", que a la larga no ha sido más que un episodio de lucha en el que se han disparado más discursos y recursos simbólicos que balas. Uno de sus vestigios físicos que aún permanece en La Habana es la "Tribuna Antiimperialista", escenario que ha servido como espacio para la condena oficial "contra los abusos y crímenes de Estados Unidos contra la patria".

La arquitectura y el poder

Muchos han sido los dictadores a lo largo de la historia que se han empeñado en dejar su rastro físico a través de majestuosas huellas arquitectónicas, la mayoría de las veces con resultados estéticos grotescos e imponentes, quizá como un rasgo más de aquello que simbolizan. Es cierto que en Cuba no hay un solo monumento similar al de La Larga Marcha de Mao —exceptuando el del Che en Santa Clara—. Las únicas estatuas de presidentes son los restos de las de Tomás Estrada Palma (conocida popularmente como "el monumento al zapato") y José Miguel Gómez, contrastando con el número de monumentos y bustos a José Martí y, más recientemente, a Simón Bolívar.

Los espacios relacionados en lo simbólico con la revolución son en realidad obras públicas heredadas de la república y transformadas por el régimen, como el antes llamado cuartel Moncada, hoy "Ciudad Escolar 26 de Julio" y museo sobre el ataque ocurrido en 1953. La actual Plaza de la Revolución era, antes de 1959, la Plaza Cívica de la República; del mismo modo, el Palacio Presidencial, lugar donde despacharon los presidentes de 1920 a 1965, se convirtió en 1974 en el Museo de la Revolución y, dos años después, se inauguró el Memorial Granma, que completa la muestra museográfica, básicamente sobre el período de la historia de Cuba entre 1953 y 1959.

Durante los últimos cincuenta años ha habido un grave deterioro e incluso destrucción de múltiples edificaciones, por lo tanto es probable que la tribuna antiimperialista, como construcción del castrismo, sea la muestra más palpable de la arquitectura al servicio del poder. Si bien es cierto que la tribuna antiimperialista es bastante pobre, comparada con las edificaciones hechas durante la Alemania nazi, por ejemplo, el también llamado "Protestódromo" no deja de ser humillante e imponente por el empleo excesivo de recursos monetarios y por la manipulación de la historia del país que se representa en el espacio público.

Haciendo un poco de historia, el espacio físico que hoy ocupa la tribuna antiimperialista fue antes el Parque 4 de Julio, un lugar de esparcimiento y descanso, que en lo simbólico celebraba la independencia de Estados Unidos. Cuando comienza la batalla legal por la custodia de Elián González, a fines de 1999, con una serie de marchas, tribunas abiertas y protestas frente a la Oficina de Intereses de Estados Unidos de Norteamérica, se estableció la "imperiosa necesidad" de construir un espacio "cívico" permanente, donde el pueblo pudiera hacer público el reclamo por la devolución del niño.

La organización y supervisión de la tribuna fue encomendada a la Unión de Jóvenes Comunistas, que puso al frente de la obra a los ingenieros Annia Martínez, Armando Sánchez y Antonio Palacio, y a 198 obreros, técnicos, ingenieros y arquitectos, con un máximo de 500 trabajadores, de acuerdo con cifras oficiales. En jornadas de 24 horas, cumplieron en 59 días el "compromiso con la patria", que inicialmente estaba planeado en 80 jornadas de trabajo.

La tribuna cuenta también con moderna tecnología de audio y luces: un espacio concebido para 1.500 personas sentadas y 3.000 de pie, más otras 100.000 ubicadas en los alrededores. Todo un récord para un país cuya industria de la construcción ha estado permanentemente en crisis desde 1959.

Una vez que el gobierno de Estados Unidos regresó a Elián González, la tribuna antiimperialista José Martí se planteó como un escenario para gritar y enseñar la rabia. Desde entonces, y con Elián de por medio (un niño como figura central para justificar la resistencia), comienza la "batalla de ideas", con el "Juramento de Baraguá" como legitimante histórico y, como escenario, la tribuna antiimperialista.

El espacio y la ideología

Los espacios públicos no son estáticos y no están carentes de contenidos político-ideológicos, pues son, como dice Habermas, el lugar donde se expresa el poder. Por lo tanto, la tribuna es un reflejo de la voluntad del Estado cubano de reinventar, una vez más —si eso fuera posible—, a José Martí para nuevas batallas, aunque en este caso bien se aplica lo que dijera el viejo Marx: "el despertar de los muertos no sirve para glorificar nuevas batallas, sino sólo para hacer parodias de aquellas".

La estatua de José Martí (realizada por el escultor Andrés González y colocada a la entrada de la Tribuna) es una nueva versión del héroe independentista: un Martí fornido, con grandes pectorales y gruesas piernas, que sostiene a un niño (¿Elián?), que virilmente se para frente al enemigo y, con el brazo izquierdo extendido, señala de manera acusatoria, quizá, hacia el imperio, en este caso la Oficina de Intereses de Estados Unidos. De acuerdo con el propio escultor, la idea es de un Martí protector y acusador, que sostiene en sus brazos a la niñez, como el futuro de la humanidad, y la fortaleza física del monumento no es un acto gratuito, sino que "simboliza la fuerza de las ideas de los cubanos".

José Martí y Simón Bolívar quedan hermanados en el pedestal (que, según el mismo González, figura las rocas marinas), por medio de frases de estos dos personajes, referentes a Estados Unidos y sus intereses sobre América Latina en dos momentos y dos contextos del siglo XIX. La ideología expresada en este pedestal fuerza a la historia, en un intento de justificar la alianza ideológica-comercial, esa sí, de Fidel Castro y Hugo Chávez.

Al hacer una lectura de la tribuna, observamos que José Martí la preside. A su lado, Simón Bolívar, y como apoyo lo nacional, simbolizado en diez torres verticales que representan la Palma Real. En la base de éstas se hayan fijas placas con nombres de personajes históricos que, de acuerdo con criterios no del todo claros, representan "lo mejor" del género humano.

De este modo, Yasser Arafat y las víctimas de la masacre de Hiroshima y Nagasaki, conviven con el arquitecto Frank Lloyd Wright, la sordociega Hellen Keller y los escritores Ernest Heminway, Mark Twain y Walt Whitman, estos últimos como muestra de que "la lucha es contra el imperio y no contra su pueblo", según fuentes oficiales.


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