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Sociedad

Arquitectura de la humillación

El 'Protestódromo' y la manipulación de la historia en los espacios públicos.

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En la base de otra Palma Real figuran personajes cuya presencia no alcanzamos a entender: Diego Rivera, Julio Cortázar, Pablo Neruda, José Carlos Mariátegui, David Alfaro Siqueiros, César Vallejo, Ezequiel Martínez Estrada, entre otros. Si bien algunos de ellos fueron comunistas, o expresaron simpatías hacia esta ideología, como el pintor mexicano Diego Rivera, ello no basta para catalogarlos como "lo mejor del género humano".

Llama la atención la Palma Real con placas de personajes cubanos. Los nombres colocados en la parte superior son nada menos que Lenin, Marx y Engels, y de ahí saltan a Julio Antonio Mella, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos, Celia Sánchez, Antonio Guiteras, Juan Marinello, Mártires del Moncada, etc., como si todos ellos formaran parte de una misma orgía revolucionaria, en la que ya no se distingue entre diversidad de procesos ni contextos históricos.

Por tanto, no podemos pretender que las placas colocadas sean actos inocentes, sino concluir que se trata de una representación de la manipulación que se ha hecho de la historia nacional, en la que circulan —o salen de circulación— los sujetos históricos a merced de la ideología, y no de metodologías y corrientes historiográficas profesionales. Ejemplo de esto es que los únicos personajes del período republicano dignos de merecer una placa en la tribuna, sean aquellos relacionados con las luchas revolucionarias.

El espacio y la identidad

Los espacios públicos son lugares donde el individuo vive y convive, por lo tanto, donde se construye su identidad. La convivencia en el espacio, y con éste, hace que se originen sentimientos, que nazca una relación afectiva, un sentimiento de apego a determinado lugar, a partir de las experiencias y las memorias de lo vivido.

La tribuna antiimperialista no es, ni mucho menos, un espacio que brinde elementos para una identidad antiimperialista, aun cuando su propósito podría serlo. Por el contrario, son justamente los sobrenombres que los ciudadanos comunes le han dado a la tribuna, el reflejo de esa parte de la identidad del cubano que se relaciona más con el aburrimiento y el hartazgo: "Protestódromo" o "Gritódromo".

En tanto la tribuna antiimperialista es un espacio inventado, fabricado e invadido por la ideología, no se presta para la convivencia diaria. A cualquier hora del día y la noche, siempre está vacío, aun cuando en términos de espacio físico se preste para usarlo como lugar de reunión. Sin embargo, sucede lo contrario: ya ha sido ocupado por los elementos simbólicos antes descritos y por la ideología, aun cuando luzca vacío. El sentimiento de vacío, contradictoriamente, se mezcla aquí con la sensación de ser aplastado por el lugar mismo, sobre todo por las noches, cuando más obvias son las poderosas luces con las que fue equipado.

Por si esto fuera poco, detrás de la tribuna se encuentra el Bosque de las Banderas y, metros después, la Oficina de Intereses, con su correspondiente valla con mensajes luminosos, los que no alcanzan a ser cubiertos en su totalidad por el lamentable escenario de negras enseñas. La lectura de los mensajes se dificulta más aún, porque no es posible detenerse, ni un instante, en el tramo del Malecón que va del mencionado Bosque hasta la Oficina de Intereses, ya que una fuerte presencia policíaca nos recuerda inmediatamente, a silbatazos, la obligación de avanzar.

La tribuna antiimperialista, incluso siendo un lugar público, no es un espacio abierto, ya que la gente no puede acceder. Quizá la única relación que mantiene el ciudadano con este lugar, sea la del rechazo o la indiferencia.

De estos dos últimos sentimientos podemos inferir que en la relación identidad-espacio, el cubano de los últimos años ha ido reconstruyendo la primera sobre la base de valores que no necesariamente provienen de los discursos del Estado (en este caso, el antiimperialismo y la "lucha contra el enemigo"), sino en relación con otros espacios públicos en los que sí hay lugar para la alteridad, en mayor o menor medida. Son los casos del parque de 23 y G, o Avenida de los Presidentes, lugar donde se reúnen los frikies, o el pequeño tramo del Malecón (que va de la calle 23 a la 25, aproximadamente), que ha sido conquistado por los homosexuales.

Si bien los espacios públicos en Cuba han sido ocupados por la ideología, en los últimos años se observa que el mercado y la economía los ha ido transformando, pues cada vez hay más cafés al aire libre, mercados de artesanías y lugares como el Barrio Chino, en los que rigen las leyes del mercado antes que las de la ideología.

La sabiduría popular no ha dejado de advertir estos cambios en los espacios públicos, pues —como dicen en la calle— si antes se transformaron los cuarteles en escuelas, ahora las escuelas se convierten en hoteles. Es en estos nuevos espacios públicos donde el cubano va nutriendo y enriqueciendo su identidad, aun cuando no siempre tenga los medios para acceder a ellos.

La tribuna antiimperialista clasifica entonces entre los recursos simbólicos de antaño, pues dado que son los valores simbólicos del cubano de a pie los que se han transformado, no es un auténtico espacio para la conformación de identidades nacionales o antiimperialistas.


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