«Cuba debe comenzar a caminar sola»
Carlos Malamud y Dimas Castellanos. Analistas opinan sobre la 'nueva era' que se abre en la Isla.
Carlos Malamud
Investigador principal sobre América Latina del Real Instituto Elcano, España
El desfile militar del 2 de diciembre, junto con el resto de las actividades previas organizadas por la Fundación Guayasamín, debía ser el momento estelar de la vuelta de Fidel Castro a la primera fila de la política activa. Así fue preparado y por eso, en su momento, se eligió con cuidado esta fecha, no sólo por su valor simbólico sino también por estar distanciada bastantes meses de la operación de Castro.
Sin embargo las cosas no fueron como estaban planeadas, sino todo lo contrario. Después de la fugaz aparición televisiva de octubre pasado, para desmentir los rumores sobre su agravamiento, era más imprescindible que nunca que se produjera el renacimiento del caudillo, pero no fue posible. La imagen de su ausencia se proyectará sobre Cuba, que debe comenzar a caminar sola, desprovista ya de la paternal figura de Fidel Castro.
Por otra parte, las declaraciones del subsecretario de Estado adjunto Thomas Shannon no son una novedad, sino una constatación de la línea existente en el Departamento de Estado y consolidada a partir del nombramiento de Caleb McCarry al frente del programa para la transición en Cuba.
Lo interesante fueron las declaraciones de Raúl Castro y su tímido tendido de mano para establecer algún tipo de negociación entre Estados Unidos y Cuba. Todavía es pronto para ver cómo termina este proceso, pero algunas jugadas iniciales podría indicar que las cosas comienzan a moverse en el panorama de la política cubana.
En la medida que Raúl Castro consolide su poder y el final de Fidel Castro se aproxime, es probable una intensificación de las tensiones internas en los más altos niveles de la conducción cubana. Para ver algo igual en los escalones secundario y terciario será necesario esperar el fin de la actual etapa de interregno. De todos modos, la escenificación pública de las tensiones no se producirá, salvo que rueden algunas cabezas muy significativas.
Dimas Castellanos
Periodista independiente e integrante de Arco Progresista
Las especulaciones e incógnitas surgidas a partir de la proclama emitida por Fidel Castro el pasado 31 de julio de 2006 han dado paso a una nueva realidad: la sucesión permanente, con la cual la aspiración a la democracia toma un nuevo aire en el escenario nacional.
De facto Raúl Castro, ministro de las Fuerzas Armadas y segundo secretario del Partido Comunista de Cuba, con su reciente discurso en el desfile militar por el aniversario 50 del desembarco del Granma, sin decirlo, acaba de asumir públicamente la dirección del Estado y gobierno cubanos. Si el 2 de enero de 1956 nació el Ejército Rebelde, ese mismo día, 50 años después, se ha producido la primera sucesión por "vía natural".
Con ese hecho, las supuestas o reales disputas por el poder han quedado definidas por el momento. Esa es la realidad, lo demás pertenece al pasado. De ahora en adelante para pensar posibles caminos y adelantar algunas hipótesis respecto al futuro de la nación cubana, el análisis político tiene que partir del emergente escenario.
Lo primero es, alejados de pasiones e ideologías, desechar la falsa disyuntiva entre sucesión y transición. En el peculiar contexto socio-político cubano, con independencia de ambiciones manifiestas u ocultas, estaban fuera de discusión dos hechos: uno, que la sucesión predominaría, y dos, que el segundo secretario del Partido sería la nueva figura central del poder.
Ante esa nueva realidad, y teniendo en cuenta el carácter inexorable de la transición a la democracia tanto por razones internas como externas, incluso para conservar los intereses de los nuevos líderes, la sucesión deviene antesala del anhelado proceso. Sin embargo, como los herederos del poder cuentan con una valiosa herencia para conservar el mando a corto o mediano plazo: control militar, político, económico, informativo y social, todo indica que tendrán participación en los inevitables cambios, y que, por tanto, en la primera etapa del proceso harán valer sus requerimientos.
Tomando la realidad tal y como es, el nuevo poder —como cualquier clase social en la historia de la humanidad— tiene, más que ideas, intereses concretos que defender. A saber, economía y responsabilidad histórica con lo acaecido desde 1959. Por esa razón hay que tener en cuenta otras dos realidades.
La primera es que el gobierno totalitario implantado en Cuba ha demostrado una eficacia extrema en la conservación del poder: control absoluto de todo, incluyendo a los ciudadanos, ausencia de derechos, libertades básicas y de sociedad civil independiente; instrumentos sin los cuales es imposible la participación cívica del pueblo en los asuntos de su interés.
La segunda es que la eficacia demostrada para conservar el poder no es extrapolable al mejoramiento económico, sin lo cual el modelo cubano es insostenible a largo plazo. Revertir esa situación implica, obligatoriamente, implementar transformaciones estructurales que van desde las leyes hasta la economía.
Por lo anterior, la conservación del poder, que es el objetivo del nuevo gobierno, no podrá basarse de forma pura y dura en la conservación del fidelismo, sino en el camino de las transformaciones para calmar las demandas que brotan de los cubanos, pero por supuesto, con determinadas garantías para los intereses antes citados.
Ante la pregunta de por qué en vez de hablar de las relaciones externas Raúl Castro no se refiere a la solución de los problemas internos, la respuesta es que para los gobernantes el problema interno incluye sus intereses y, si eso no se tiene en cuenta, no procederán a su solución, al menos por la única vía que la sociedad cubana puede soportar: el diálogo, el pacifismo, la reconciliación y la aceptación de la diferencia.
Por eso, a diferencia de esquemas clásicos u de otras experiencias, la peculiaridad de las relaciones conflictivas entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos indica que la democratización de la Isla tendrá que transitar por las relaciones internacionales, pues la mayoría de los hombres se guían por sus intereses.
En ese sentido, el gobierno norteamericano, ahora con mayoría demócrata en el Congreso, debería tener en cuenta y aceptar la disposición del nuevo jefe de Estado cubano para iniciar negociaciones. Si no se accede a eso se pueden pronosticar oscuros nubarrones sobre la sociedad. No olvidemos que el actual sistema cubano es tan ineficiente para garantizar un futuro mejor para los cubanos, como eficiente para conservar el poder a cualquier precio.
Por su parte, el nuevo gobierno tiene la oportunidad y la obligación de abrirse no sólo al exterior, sino también a la pluralidad dentro de la nación y al respeto a los derechos humanos en todos sus órdenes, tal como lo expresara el papa Juan Pablo II durante su visita a Cuba. Sólo de esta manera podrá participar en la búsqueda de soluciones a los complejos problemas que afectan al país.
© cubaencuentro.com