Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Sociedad

El cartel del Hiram Bithorn

¿Puede el gobierno extender los mítines de repudio y violar la libertad de expresión también fuera de Cuba?

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En la noche del 9 de marzo, durante el partido de béisbol en el que se enfrentaron los equipos de Cuba y Holanda, en el marco de la celebración del Clásico Mundial de ese deporte en Puerto Rico, miles de cubanos que seguían el juego vieron en las pantallas de sus televisores a un individuo que abría intermitentemente un cartel en el que se leía "Abajo Fidel".

El diario puertorriqueño Primera Hora aludió a la presencia de dos individuos no identificados que "desplegaron pancartas en contra de Cuba", según reportó el periódico oficialista Granma en un artículo de su escuálida página deportiva. Salta a la vista la primera distorsión: la pancarta no rezaba "Abajo Cuba", de manera que las mencionadas inscripciones no estaban dirigidas precisamente contra la nación.

Sin embargo, obviando lo trivial que puede resultar el hecho de que un sujeto desconocido despliegue un cartel donde se exprese su falta de simpatía por un político, no es una novedad este tipo de incidentes que, al margen de contaminar ciertos espectáculos que debieran ser puramente deportivos, sirven de munición al régimen para lanzar sus fastidiosos mítines en áreas aledañas a la SINA; esta vez en el "protestódromo" erigido recientemente, en tiempo récord, y oficialmente bautizado como Monte de las Banderas.

En realidad, es el gobierno quien se ha empeñado en politizar cada aspecto de la vida de los ciudadanos de la Isla. El deporte es uno de los principales bastiones de difusión de la pretendida eficacia del régimen para desarrollar programas de cultura física y de la "vigorosa salud" del deporte aficionado, "derecho de todos".

Profesionales mal pagados

La propaganda política divulga la falacia de la masividad de la práctica deportiva, en un país en el que las instalaciones especializadas —gimnasios, estadios, canchas, piscinas, etcétera—casi no existen, y las que todavía prestan algún servicio se encuentran en deplorable estado de mantenimiento y sus implementos exhiben un lamentable deterioro.

El número de cubanos que tiene acceso a la práctica deportiva es verdaderamente ínfimo. En cuanto al tema de la superioridad del deporte "aficionado" en relación con el profesional de los países capitalistas, que "mercantilizan" la cultura física, basta recordar que en el béisbol, deporte nacional en Cuba, se mantiene a un nutrido grupo de atletas en activo durante todo el año —tanto en eventos nacionales como en el extranjero— y sujetos a duros e intensos programas de entrenamiento.

No hay ningún pelotero del equipo Cuba que perciba un salario como mecánico, soldador o médico, ejerza alguna de estas funciones y practique el béisbol en su tiempo libre. Son, sin duda, profesionales del deporte "aficionado", aunque —en justicia— se diferencian sustantivamente del deporte rentado de otras partes del mundo por el monto de sus ingresos.

No resulta tan raro entonces que alguna persona contraria al gobierno de la Isla, pagado o no por el "imperio" o por líderes del exilio, considerara oportuno utilizar el estadio Hiram Bithorn de Puerto Rico como escenario adecuado para declarar su postura política, sabiendo que un significativo sector de la población cubana —muy apegada al deporte nacional— seguía atentamente el juego, lo que multiplicaba el efecto del mensaje de las pancartas de referencia.


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