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Sociedad

El cartel del Hiram Bithorn

¿Puede el gobierno extender los mítines de repudio y violar la libertad de expresión también fuera de Cuba?

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Es posible, para los espectadores del pequeño incidente, inferir las intenciones violentas de los servidores del régimen al acceder a las gradas, lo que también sugiere un cuestionamiento: si tal es el proceder de los asalariados de Castro en tierra extranjera, ¿cuál sería el precio que pagaría un cubano si se atreviese a levantar en La Habana un cartel semejante? No es un asunto baladí el tópico de la libertad de expresión en Cuba.

En todo caso, la indigestión a nivel de la alta cúpula debe haber sido seria, a juzgar por la manifestación organizada en la tarde del 10 de marzo, para que sus fieles (y otros muchos que fingen serlo) se reunieran a leer sus tediosos comunicados y corear huecas consignas entre las astas que se alzan frente a la SINA: cualquier pretexto es bueno para tratar de elevar el deprimido entusiasmo ideológico de las masas, aunque se trate de una reacción desmedida con respecto al hecho que la provocó.

En dicho acto, Randy Alonso, uno de los más virulentos altavoces entrenados para la arenga "revolucionaria", aseguró que la respuesta de la delegación cubana en Puerto Rico sería una lluvia de jonrones. El triunfalismo patriotero alcanzó allí niveles fascistoides: "los peloteros cubanos son invencibles, inclaudicables, aguerridos, dignos, etcétera".

¿Quién politiza?

En otro pobre artículo de Granma, que bajo el título de "Dignidad" subscribió Alfonso Nacianceno, se consideró que la "contundente respuesta" del equipo de béisbol cubano ante la ofensa fue "una apabullante derrota de 11-2 sobre Holanda". ¡Vaya una victoria pírrica!

Si el cartel "Abajo Fidel" coadyuvó a la victoria de los experimentadísimos peloteros cubanos —sobre un equipo tradicionalmente mucho más débil que, sin embargo, fue capaz de jugar todas las entradas—, el equipo Cuba hubiese necesitado varios cartelitos similares en la noche del día 10, cuando perdieron por nocaut frente a la selección de Puerto Rico, en uno de los desempeños más deslucidos que recuerda el más popular de nuestros deportes.

En la mañana del día 11 no se hablaba de otra cosa en La Habana. Algunos conciudadanos sospechan que los peloteros del equipo Cuba son sometidos a una excesiva presión por parte del gobierno, que, por otra parte, se atribuye el derecho de decidir qué destino dar a los ingresos de un eventual triunfo, mientras ofrece unas pobres migajas a los atletas.

No sería oportuno censurar al equipo cubano por su pobre actuación de la noche del 10 de marzo: se les ha hecho creer que el terreno deportivo es un campo de batalla donde se defienden la independencia de la patria y la política del gobierno (que son en Cuba una misma cosa).

En todo caso, para Randy Alonso y para los que se encuentran más arriba que él en la cadena de depredadores de la Isla, la jornada que debió ser la "respuesta de la dignidad" ante la "cínica provocación del Imperio", se convirtió en un verdadero fiasco. Nada, que el esfuerzo de las autoridades de La Habana por hacer del incidente un acontecimiento trascendental, no encontró respuesta adecuada entre sus atletas. Evidentemente, no era para tanto.


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