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Sociedad

El cartel del Hiram Bithorn

¿Puede el gobierno extender los mítines de repudio y violar la libertad de expresión también fuera de Cuba?

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Para los cubanos de adentro, no habituados a presenciar la manifestación pública de tamaña irreverencia con el Líder, fue más que elocuente el silencio por parte de los narradores deportivos (Héctor Rodríguez y Eddy Martin), fieles lacayos del régimen, quienes parecieron enmudecer durante los primeros momentos de la exhibición del cartelito: a todas luces esperaban instrucciones de sus superiores acerca de cómo reaccionar.

Y, en efecto, después de un breve titubeo, con sus comentarios patrioteros acusaron a las autoridades puertorriqueñas de incumplir sus compromisos con la delegación cubana, que había "puesto como condiciones que no ocurrieran incidentes como este", y que, pese a esto, la policía había "protegido" a los provocadores.

Poco después anunciaron que se suspendía la rueda de prensa y que el equipo cubano se retiraría a su alojamiento después del juego, sin explicar a los espectadores qué relación podía existir entre un encuentro con la prensa internacional y un simple cartel que no mostraba los mejores deseos para con el gobernante cubano.

Violencia versus opinión

Granma se quejó de que Adalberto Mercado, comisionado de Seguridad de la capital de Puerto Rico, le explicó al diario Primera Hora que "por motivos de seguridad fue necesario remover al oficial de la delegación (cubana), Ángel Iglesias, del área de las gradas, detrás del plato, donde se encontraban los manifestantes…".

En el artículo de Granma se añadieron unas declaraciones de Mercado que parecen esclarecer suficientemente la actuación de las autoridades en el estadio. Dijo así el comisionado: "La cosa se puso un poco tensa porque había personas a favor y en contra de lo que estaban reclamando y, por seguridad, decidimos ponerle un oficial de policía a los fanáticos, para evitar que se tornara peor y retirar del lugar a los oficiales cubanos".

Lo que no aclaró Granma es qué fueron a hacer los cubanos Ángel Iglesias y Germán Mesa a las gradas del estadio. Los "provocadores" no habían descendido al terreno del juego ni al banco de los cubanos y, con independencia de considerar correcta o no su actitud, estaban ejerciendo el derecho a emitir una opinión, sin alterar el orden en el estadio.

Con toda seguridad, estos dos "oficiales" cubanos fueron la fuerza de choque de la revolución y respondieron con "justa indignación" (léase, "con violencia") a los dos atrevidos que alteraron la plácida contemplación del juego por el Comandante. Al parecer, La Habana considera lícito extender los mítines de repudio fuera del territorio nacional, sin respetar las libertades de los ciudadanos de otros puntos de la geografía mundial. Y no tolera que se lo impidan.