Actualizado: 23/04/2024 20:43
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El fantasma de Sartre en Cuba

La prensa oficial 'recupera' al filósofo, pero no menciona su ruptura con el régimen.

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Desencantados del socialismo soviético, Sartre y Beauvoir pusieron entonces sus esperanzas en China, sobre la que Beauvoir escribió otro conocido reportaje ( La longue marche) y se involucraron de lleno en la lucha por la descolonización de Argelia.

Sartre comenzó la redacción de lo que sería el primer tomo, y único en publicarse al cabo, de su fundamental Crítica de la razón dialéctica. Es en ese contexto que, después de oír hablar de "un Robin Hood barbudo" llamado Fidel Castro, el rápido triunfo de los rebeldes cubanos los sorprende y reconforta.

"Envenenado" el aire de Francia por la burguesía gaullista y colonialista, y el de Estados Unidos por el compulsivo consumismo del hombre unidimensional, Cuba fue para Sartre y Beauvoir un soplo de aire fresco.

Beauvoir declaró al regresar a Francia que lo que ocurría en la Isla representaba "un camino de 'democratización' económica no comunista" que atraería la atención de los partidos de izquierda del mundo entero. Sartre celebró por su parte aquella revolución del Tercer Mundo como una triunfante alternativa al modelo soviético del Segundo, una revolución donde, lejos de la burocracia y el dogmatismo, teoría y praxis se acoplaban en perfecta relación dialéctica.

Los hechos y el año X

Algo de la simbiosis de pensamiento y acción elogiada por él, simboliza precisamente una imagen tan emblemática de los tiempos épicos y románticos de la revolución, como la célebre foto de Korda que capta al Che Guevara, en el momento de alumbrarle el tabaco obsequiado al viejo filósofo de fealdad socrática, ambos sentados en el despacho presidencial del Banco Nacional de Cuba.

En aquella entrevista, efectuada en horas de la madrugada con el joven guerrillero que devendría uno de los iconos de la liberación tercermundista, Sartre encontró una sorprendente ilustración del culto a la energía que profesaban los líderes del proceso cubano. La juventud estaba en el poder, y ello garantizaba, a los ojos del autor de "El fantasma de Stalin", que la revolución conservara el momento negativo, eminentemente liberador, de toda auténtica rebelión.

"Vale más no perder una hora en 1960 que vivir en 1970", apuntó en su extenso reportaje "Huracán sobre el azúcar", publicado originalmente en France-Soir y rápidamente traducido a varias lenguas occidentales. Y añadió: "Los jóvenes dirigentes tienen como objetivo realizar la fase actual de la revolución, conducirla hasta la orilla del momento siguiente y suprimirla eliminándose por sí mismos. Conocen su fuerza: saben que la década que comenzó en el año I es suya. En el año X, todo irá mejor todavía".

Los hechos lo desmentirían rotundamente. Si en 1960 el filósofo había visto en el abandono del monocultivo por la diversificación agraria y el desarrollo industrial la cifra de una radical superación del pasado subdesarrollado de la Cuba neocolonial, 1969 fue el año del comienzo de la funesta y fracasada "Zafra de los Diez Millones".

La nueva fase de la revolución contradecía lo imaginado por Sartre en la misma medida en que se abocaba claramente por el rumbo soviético. Cuando en 1972 Cuba entra en el CAME, ya Sartre y Beauvoir le han retirado públicamente su apoyo: en abril de 1971 figuran entre los firmantes de la célebre carta abierta donde un nutrido grupo de renombrados intelectuales de izquierda latinoamericanos y europeos expresan su inquietud por el encarcelamiento de Heberto Padilla.

Revolución e ideología

Unas semanas más tarde, junto a un número aun mayor de fellow travelers, rompen públicamente con el régimen de La Habana en una segunda carta abierta a Fidel Castro. La divulgada autocrítica del poeta, suerte de parodia tropical de los procesos de Moscú, había hecho seguramente recordar a ambos pensadores marxistas la más conocida sentencia de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, manifestando a todas luces que la cubana no era ya "la revolución más original del mundo".

Dos rasgos fundamentales habían destacado Sartre y Beauvoir cuando en 1960 le otorgaron ese título. Uno, la ausencia de ideología, en el sentido de que, a diferencia de la URSS, "ningún problema es silenciado en nombre de la ideología", toda vez que "es la Revolución la que hace a la ideología y no al revés", según declaró Sartre en una charla en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de la Habana.