Actualizado: 25/04/2024 19:17
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El fantasma de Sartre en Cuba

La prensa oficial 'recupera' al filósofo, pero no menciona su ruptura con el régimen.

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Al recordar la filiación marxista del principio que hace derivar la teoría de la acción, el filósofo insinuaba que, a pesar de no haber asumido el marxismo como ideología del Estado, o acaso por ello mismo, Cuba era de facto más marxista que los países de Europa del Este.

Si en aquellos el marxismo se había ideologizado, aquí lo que primaba era "una ideología del problema concreto". "Los cubanos —apuntó— tienen prisa por poseer cultivos de tomates y plantas siderúrgicas. Mucho menos prisa por darse instituciones", afirmó en Huracán sobre el azúcar. Y es justo la escasa institucionalización del régimen lo que condiciona el segundo aspecto remarcado por los franceses en la situación cubana de 1960: la existencia de una democracia "concreta" y "directa", sin mediaciones entre la masa y el gobierno.

Sartre y Beauvoir declararon en los periódicos franceses no sólo que este tipo de democracia "viva y eficaz" hacía a las elecciones innecesarias, sino que ponía en evidencia los límites del parlamentarismo burgués. Todo lo cual, unido a la celebración de la "gran fuerza emocional" de la revolución encarnada en el Comandante en Jefe, huele, como ha señalado Rafael Rojas, al Rousseau del Contrato Social.

Pero en 1971 es evidentísimo que nada hay de democracia participativa y mucho de estalinismo tropical en el régimen de Cuba. Si en 1968 todavía afirmaba, en una entrevista reproducida por la revista Pensamiento Crítico, que "para un intelectual, es absolutamente imposible no ser pro-cubano", ahora Sartre considera impostergable retirar su apoyo al gobierno de Castro.

Como consecuencia, el nombre del filósofo del compromiso, muy presente en los debates estéticos y políticos acogidos por los medios cubanos durante la década del sesenta, desapareció de ellos casi del todo. Por dos décadas, Sartre no fue publicado en la Isla ni incluida su obra en los programas de estudio de las universidades. Una novela de Jaime Sarusky, que en sus ediciones de 1961 y 1962 llevaba un exergo de La náusea, apareció sin él en la reedición de 1982.

Y resulta que ahora, cuando la crisis del dogmatismo marxista —sobrevenida a raíz del desplome del campo socialista— ha determinado una etapa recuperadora en la política cultural del Estado, Sartre es celebrado en Cuba a propósito de su centenario.

La coherencia de Sartre

Pedro de la Hoz escribió en Granma que "su rebeldía, su apego al valor de las palabras y su concepción del compromiso intelectual pueden arrojar luces sobre nuestra época". Lisandro Otero, que como periodista de Revolución acompañó a Sartre en 1960, ha aprovechado la ocasión para bombardear los sitios electrónicos cubanos con artículos, tan mal escritos y oportunistas como suyos, rememorando la visita de Sartre y, sobre todo, lo que le respondió Castro cuando este le preguntó qué haría si los cubanos "le piden la luna".

De la Hoz recuerda sus elogios a la revolución, pero no menciona que Sartre firmó la carta de 1971. Otero afirma que Sartre fue manipulado por Franqui, lo cual, como ha señalado Antonio José Ponte, entrega la perplejidad de que la mente más lúcida puede ser lavada. (Un artículo anterior del propio Otero, a propósito de Susan Sontag, nos dejaba con idéntica pregunta: si era tan inteligente, ¿cómo pudo no comprender la situación cubana?). Sarusky, que no podemos dejar de reivindicar una memoria que "nos pertenece". Arenal, que no importan ya sus "errores".

Nadie reconoció que Sartre fue coherente cuando retiró al gobierno cubano su apoyo. Y ello muestra ejemplarmente los límites de la institución cultural en la Cuba de las recuperaciones y las aperturas. Aunque el marxismo no sea más "l'indépassable philosophie de notre temps", frente a los falaces intentos de la burocracia cultural cubana y sus intelectuales orgánicos, es justo oponer el fantasma de Sartre, como una de las figuras de esos "espectros de Marx" que, según Jacques Derrida, han sobrevivido a la caída del Muro de Berlín. En Cuba, donde el muro esforzadamente sobrevive, ese fantasma del filósofo seducido y decepcionado habita la memoria de una utopía que corrió la suerte del siglo.

Obra fundacional, Huracán sobre el azúcar, con todos sus errores y contradicciones, sigue siendo la pieza insuperada de una tradición de elogiosos testimonios de la revolución cubana que cada vez resulta más menguada y lamentable.

Tres décadas de miseria y dictadura determinan una notable diferencia entre la afirmación de Sartre en la conclusión de su reportaje, según la cual "la Revolución cubana debe triunfar, o lo perderemos todo, hasta la esperanza", y una semejante de Gopegui en Cuba 2005.

Es justo esa distancia lo que hace que si las declaraciones de los izquierdistas españoles provoquen indignación, las que encontramos en Huracán sobre el azúcar susciten, en cambio, una amarga sonrisa. Por ejemplo, aquel pasaje en que, a propósito de una compra de autos norteamericanos con más de doce meses de atraso, Sartre descubre el propósito de la revolución en el hecho de que haya sacado al país de la carrera de los autos nuevos.

¿Podía imaginar Sartre que los "largos años" que aquellos "automóviles cubanos de adopción" servirían al país llegarían hasta el siglo XXI? ¿Que la "hemorragia" detenida en el sector haría que al cabo de cuatro décadas el país que, a los ojos de Beauvoir, destronó a Nueva York como vanguardia de la humanidad, cifrara la imagen turística de su capital en aquellos autos que en cualquier otro lugar del mundo no son sino objetos museables?


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