Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Sociedad

¡Esta antena es mía!

En marcha una nueva ofensiva de las autoridades contra la recepción de señales extranjeras de televisión.

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Informaciones no confirmadas, basadas en testimonios de algunos que dicen ser espectadores de los hechos, aseguran que en Alamar se produjo por estos días una nueva ofensiva contra las antenas parabólicas. Como la epidemia del dengue, las antenas se han convertido para las autoridades de la Isla en un mal que amenaza con ser endémico. Al menos para quienes quieren "sanear" las conciencias de algunos descarriados que gustan de los productos televisivos del enemigo.

Según se cuenta, el celo de los centinelas de la censura ha llegado al extremo de romper líneas hidráulicas en algunas zonas de esta tristemente célebre ciudad-dormitorio, toda vez que los transgresores han refinado sus métodos y ocultado los cables, extendiéndolos a través de las redes de agua potable.

La mencionada ofensiva contra las antenas abarcó varios puntos de la capital, como parte de un operativo de los que responden a campañas cíclicas para poner un parche temporal al saco roto.

Así ocurrió también en un barrio del municipio Cerro, donde era digno de verse el espectáculo de los vecinos halando desesperadamente los cables desde sus casas y apartamentos, en cuanto desembocaron en las cuadras los vehículos de la policía encargados del chequeo y decomiso de los equipos, y de las correspondientes detenciones a los infractores.

Las imágenes parecían un desesperado torneo de pesca: los vecinos recogían cables desde ventanas, balcones y azoteas, mientras la policía procuraba atrapar in fraganti a los emisores centrales clandestinos.

La apremiante actualidad de 'Granma'

A tenor de esto, el diario oficial Granma publicó en su edición del jueves 8 de febrero el artículo Caso Antena y otras ilegalidades, que hace referencia al operativo que tuvo lugar en marzo de 2005. Sin embargo, nada informó acerca del actual, realizado casi un año después.

La articulista expone que en el país existen regulaciones judiciales que condenan estas actuaciones que atentan "contra la soberanía y contra los valores culturales, educativos y patrióticos del pueblo cubano", sin mencionar que es el pueblo el que persiste una y otra vez en buscar acceso a esos productos supuestamente tan lesivos a los valores culturales y educativos. Nada nuevo.

Estos operativos, como la reacción popular ante ellos, son sólo la manifestación externa, el fenómeno visible, la punta del iceberg. El asunto responde a causas cuya explicación sería mucho más profunda.

Los diarios oficialistas se limitan, en todos los casos, a reportar el aspecto netamente represivo del fenómeno: tal o cual sujeto se dedica al tráfico ilícito de antenas, a su construcción o distribución, instalación y venta, convirtiéndose así en un delincuente con afán de enriquecimiento que, por añadidura, comete un delito que lo coloca peligrosamente en los límites de la "contrarrevolución": es susceptible de ser acusado de "hacerle el juego al imperialismo", promover el diversionismo ideológico, o contribuir a la divulgación de propaganda enemiga; y recibe la condena correspondiente.

Es decir, la prensa está en función de mostrar aquellas aristas de los hechos que podrían servir de escarmiento, no sólo a los comercializadores de la tecnología que permite acceder a la televisión extranjera, sino a sus consumidores reales y potenciales, cuyo número es desconocido en su verdadero monto, pero debe ser abrumadoramente alto.

Ningún articulista de la prensa oficial se ha preguntado públicamente cuántos hogares cubanos, especialmente de la capital, instalan la antena o alquilan el derecho a "tirar un cable" por el precio de 10CUC mensuales (240 pesos, prácticamente el monto de un salario medio en Cuba), o por qué persisten en enfrentar el riesgo de hacerlo.

No se salva ni Telesur

Lo cierto es que el acceso a la "televisión enemiga" está tan extendido y resulta tan cotidiano, que los cubanos se refieren a ella como "el Canal Educativo 3", en jocosa alusión a los canales oficiales de la Isla (canales educativos 1 y 2). También comentan a viva voz en lugares públicos las incidencias de los culebrones y otras series que pasan "por la antena", con la misma naturalidad que si se tratara de la telenovela de turno de Cubavisión.

No son pocos los que van más allá. Muchas personas se preguntan cómo es posible que si resulta tan desestabilizador e injerencista el mensaje de las transmisiones de televisión procedentes de Estados Unidos, los equipos de antena decomisados sean "traspasados al Patrimonio del Estado con el objetivo de que cumplan un fin social al ser destinados a instituciones educacionales, centros asistenciales u hogares maternos", según expone el artículo de Granma.

¿Cómo se explica que en miles de hogares cubanos esta opción no cumpla una función social y sí lo haga en los lugares destinados por las autoridades?

En todo caso, el gobierno no está muy seguro de la solidez ideológica del pueblo. Acaso la sociedad de consumo que asoma desde la antena en las pequeñas pantallas de las salas cubanas tiene la limitación de no mostrar las miserias del Tercer Mundo (que vivimos a diario), o los sorprendentes logros del ALBA y del socialismo del siglo XXI, que sí muestra Telesur; aunque —dicho sea de paso— a este último tampoco tenemos libre acceso. ¡Vaya usted a saber por qué!